De las sierras al mundo techie, Tandil alberga el Silicon Valley argentino
Un pujante polo tecnológico demuestra la eficacia de la sinergia entre lo público y lo privado, apuesta a la industria del software y exporta a mercados de todo el mundo
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TANDIL.- Esta ciudad vive un estallido. Ni político ni social: tecnológico y económico. Famosa por la belleza de sus paisajes serranos, por la piedra movediza, su legión de tenistas y los salames, Tandil ahora exhibe una nueva credencial: la industria del software, una revolución silenciosa apenas perceptible en los radares y basada en la conjunción de lo público y lo privado.
Si lo que marca el rumbo de estos tiempos es la economía del conocimiento, en la Argentina esa realidad puede verse cristalizada acá, a poco más de 400 kilómetros de la Capital Federal.
“Bienvenidos a nuestra Silicon Valley”, bromea un empresario del polo tecnológico, que con más de 50 empresas y una facturación mensual de 6,7 millones de dólares ya es, medido en términos de población, el mayor del país. La ciudad tiene 145.000 habitantes.
El 70% de lo que producen esas empresas se exporta a mercados de todo el mundo. Las pulseras que se usan en los parques de Disney para entrar, ubicarse y llevar las reservas funcionan con un software creado acá por el unicornio Globant.
El 70% de lo que producen esas empresas se exporta a mercados de todo el mundo. Las pulseras que se usan en los parques de Disney para entrar, ubicarse y llevar las reservas funcionan con un software creado acá por el unicornio Globant.
El sector emplea a 1700 profesionales con un promedio de edad de 25 años, que ganan sueldos de entre 2000 y 2300 dólares. La ciudad puede ser envidiada por eso y también por otro dato llamativo, sobre todo en el contexto actual: el cluster informático demanda todos los meses unos 150 puestos de trabajo.
“Se pierden empleos en toda la provincia, menos en Tandil, donde la industria tecnológica no para de crecer”, dijo semanas atrás Emilio Monzó, expresidente de la Cámara de Diputados de la Nación.
Las tres patas
El “milagro tandileño” es un fenómeno que empezó a gestarse hace unas tres décadas, pero que en el sector de la tecnología informática (IT, en sus siglas en inglés) cobró impulso en los últimos diez años.
La piedra basal, recuerdan aquí, fue puesta por la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (Unicen, con un campus a 10 minutos del centro que parece propio de una universidad privada), al potenciar sus carreras orientadas a la industria del conocimiento y convocar a empresas a radicarse en la ciudad. El municipio, al frente del cual está desde hace 18 años el radical Miguel Lunghi, abrazó la causa.
En 2006 llegó Globant, que abría así sus primeras oficinas fuera de Buenos Aires. ¿En Tandil, una ciudad chica del interior de la provincia? “Muchos se pueden haber sorprendido –cuenta Martín Migoya, CEO y cofundador de la firma–. Pero Guibert [Englebienne, uno de los cuatro socios fundadores] es de Tandil, y sabíamos que ya se habían instalado algunas empresas de software. Ya estaba gestándose el boom, porque es un mercado de mucha fluidez y creación de valor, un lugar muy interesante”.
La política de atraer inversores del sector y la llegada del unicornio (tecnológicas con una cotización superior a los 1000 millones de dólares) alentó a muchas otras compañías, en su mayoría, pymes. Terminaron constituyendo la Cámara de Empresas del Polo Tecnológico de Tandil (Cepit), que hoy agrupa a unas 50 firmas. Era la tercera pata del trípode sobre el que se asentaría la revolución: universidad, municipio y empresas.
“Ese es el gran secreto: que Cepit, la Unicen y el municipio trabajen juntos, en una cultura colaborativa”, dice Pedro Espondaburu, exsecretario de Innovación de Tandil y profesor de la Unicen, hoy asesor en desarrollo económico para gobiernos locales. “En ningún país exitoso la responsabilidad es solo del Estado o solo de la esfera privada. La fórmula es la gestión mixta”.
De larga militancia en el radicalismo, cuando Espondaburu era funcionario del municipio promovió, en 2015, el Plan Estratégico del Software y la Biotecnología, suscripto por los tres sectores; ese programa, pensado para diez años, es la hoja de ruta del ecosistema emprendedor que vino a cambiar el perfil productivo de Tandil: ya no dependería solo de los dos pilares de su economía, el campo y el turismo, sino también de la exportación de la más alta tecnología. La pandemia dio también un empujón, por el salto exponencial en la demanda de productos digitales.
El plan estratégico, sostienen aquí, no es apenas un enunciado de objetivos. Las reuniones del trípode para supervisar su marcha son permanentes, en torno de una mesa de trabajo o de una parrilla, compartiendo un asado. “Ese triángulo de academia, empresas y municipalidad funciona muy bien –dice Esteban Sarabia, uno de los socios de Q4 Tech (aplicaciones móviles para empresas de consumo masivo)–. No es que seamos todos amigos: tenemos nuestros egos, discutimos, nos enojamos, pero hay una vocación común por la ‘marca Tandil’, que es un orgullo de todos”.
Se estima que en la Argentina hay entre 20.000 y 30.000 puestos en el sector del software que no se pueden cubrir por falta de personal con la capacitación adecuada. Una mina de oro sin mineros.
Sarabia se mudó hace cinco meses a la ciudad, de la que es oriunda su mujer. Q4 Tech, que nació en Buenos Aires, abrió oficinas acá hace 12 años y tiene 74 empleados (la mitad, en Tandil), que atienden a clientes de una decena de países. Exporta el 90% de sus productos y próximamente habrá una subsidiaria en París.
A Mauricio Salvatierra, a cargo de la operación local y nacional de Globant, todos los caminos parecían conducirlo a Tandil. Nacido en Coronel Dorrego, estudió Ingeniería en Sistemas en la Unicen, se incorporó a la empresa hace 15 años y le dieron la misión de instalar la sede de esta ciudad; después, también las de Mar del Plata, Bahía Blanca y la India, donde vivió un año. Volvió, y hoy está al frente de un equipo de 300 personas, el más grande del cluster informático local; en todo el país, 600. Además es presidente de Cepit, la cámara del sector.
La clave de Tandil, su principal activo, dice Salvatierra, es la universidad como proveedora de recursos humanos. “Nuestra industria tiene un problema serio, que es encontrar profesionales jóvenes y bien formados, con estudios muy específicos y mentalidad emprendedora. Las empresas de software no competimos por clientes: competimos por talentos. Acá surgen de la Unicen, y entonces la ecuación es sencilla: ahí donde está la oferta formativa, recursos humanos, ahí te establecés”.
Se estima que en la Argentina hay entre 20.000 y 30.000 puestos en el sector del software que no se pueden cubrir por falta de personal con la capacitación adecuada. Una mina de oro sin mineros.
Oferta académica
Si la competencia entre las empresas es por talentos, a todas les ha surgido en los últimos años un adversario común: los freelancers, profesionales autónomos que son contratados directamente por clientes del exterior.
En Cepit calculan que en la ciudad hay unos 500, con ingresos de 4500 dólares mensuales o más. “Algunos incluso ganan 8000, y hasta les llevan los sobres con dólares en billetes a su casa. La mayoría de las veces están en negro, y eso nos preocupa por la precarización que supone y porque distorsiona el mercado”, apuntan en la cámara.
Fue la Unicen la que creó el primer polo tecnológico de la ciudad, hace 30 años, con el objetivo de atraer a firmas del sector. Pero a ese impulso fundacional le siguió una política, sostenida en el tiempo, de permeabilidad a las necesidades de la industria. De hecho, tanto el perfil de las carreras como los contenidos y la creación de diplomaturas, tecnicaturas y posgrados surgen de un fluido intercambio con Cepit e incluso son propuestos por la propia cámara.
“Nos sentamos con las facultades y les planteamos cuáles son nuestras necesidades, qué tipo de profesionales buscamos. Esto, en una universidad nacional, solo se da en Tandil”, dice Paula Dabos, nacida acá y socia de BeeReal, una pyme especializada en plataformas de pago online que pronto abrirá oficinas en Londres.
“Yo misma pude crear una diplomatura de un año en Diseño de Experiencias Digitales, que es mi área. Fue un desarrollo conjunto de Cepit y la universidad, al que le siguieron otras diplomaturas en Inteligencia Artificial y en Aplicaciones Informáticas. Acá el ecosistema funciona así, con interacción y colaboración, porque tenemos objetivos comunes”.
La oferta académica está obligada a actualizarse en forma permanente por la propia naturaleza de la actividad. “La tecnología evoluciona todo el tiempo. Hoy se requieren conocimientos en inteligencia artificial, big data, nanotecnología, blokchain…, y no hay tanta gente que sepa de eso. Por eso buscamos generar espacios en los que los profesionales puedan transformarse, reinventarse. Los llamamos escalones, porque es la forma de ir creciendo”, dice Salvatierra.
Con 8000 alumnos, la mitad de ellos en carreras vinculadas con la producción, en la Unicen se apalanca la vitalidad del ecosistema tecnológico. “La clave es ser flexibles y dinámicos, adaptar nuestra oferta al requerimiento del entorno, al sector privado”, dice Fernando Errandosoro, subsecretario de Extensión de la Facultad de Ciencias Económicas de la universidad y nexo permanente con las empresas del polo informático.
“Tandil –añade– se ha ido convirtiendo en cabecera de una región emprendedora que tiene una enorme potencialidad, y la misión de la universidad, que tiene una gestión descentralizada, es alentar y acompañar ese proceso. Muchas de nuestras facultades, Ciencias Exactas, Ciencias Económicas, las de Ingeniería, las carreras tecnológicas, el Instituto de Investigación, trabajan mano a mano con las empresas de software y con el municipio porque el plan estratégico para el sector es, en Tandil, una política de Estado”.
La Unicen tiene sus spin-off: promueve la creación de empresas de tecnología surgidas de sus propios laboratorios de ideas. De esa iniciativa surgieron Uniagrosft (aplicaciones para el sector rural) y Lemansys (eficiencia en la operación de redes eléctricas).
¿Silicon Valley?
Errandosoro, tandileño, licenciado en Administración y profesor de Transformación Digital y Emprendedurismo, no le escapa a la comparación con Silicon Valley, en California, meca de la industria del conocimiento y sede de jugadores como Apple, Google y Facebook.
“He podido estar ahí varias veces y, salvando por supuesto las asimetrías, algo en común con nosotros es el papel clave que juega allí la Universidad de Stanford, en Palo Alto. Y también nos parecemos en otro factor determinante: la belleza del entorno geográfico. Las ciudades lindas, con alta calidad de vida y generación de oportunidades, atraen talentos. Tandil, como Silicon Valley, es un imán”.
Ese imán retuvo a Luciana Zavaleta, una marplatense de 37 años que al recibirse de ingeniera en la Unicen pensaba que para hacer carrera en el área tecnológica iba a tener que mudarse a una ciudad grande, y no quería saber nada. “No me veía en Buenos Aires… Quería quedarme acá. Por suerte, vino Globant, me contrataron, y acá estoy, feliz de la vida porque pude crecer profesionalmente sin necesidad de resignar nada”. Hoy es techpartner de la operación argentina de la empresa.
En un año, Luciana tendrá que mudarse, pero solo de oficina. Globant está construyendo en el centro de Tandil su sede más grande después de la de Buenos Aires, un edificio inteligente de casi 4700 metros cuadrados en cinco plantas high tech que contará con la máxima certificación mundial en sustentabilidad. “Un edificio icónico que será orgullo de la ciudad”, dicen en la empresa.
Frente a la plaza principal, un palacio erigido a comienzos del siglo XX y muy bien conservado es la sede del municipio: la tercera pata del boom tecnológico de Tandil.
Aunque lleva casi 20 años en el cargo, que antes también ocupó su padre, el intendente Lunghi no tiene el clásico perfil de caudillo. “Nada que ver con un tipo autoritario que se cree dueño de la ciudad –lo elogia un directivo del cluster digital–. Acá las cosas van bien porque hace 30 años que no gobierna el peronismo”.
Lejos, muy lejos de las penurias del conurbano o de tantos pueblos y ciudades del interior bonaerense, Tandil tiene todas las huellas de la prosperidad: calles asfaltadas e iluminadas incluso en la periferia, modernas torres de vivienda, un sinfín de plazas muy bien mantenidas, barrios residenciales que crecen, y ni una sola villa; el índice de pobreza es de 9%.
Médico pediatra, Lunghi, de 77 años, está cumpliendo su último mandato porque ya no tiene posibilidad de ser reelegido. “Nuestra línea de acción –dice– ha sido siempre trabajar en forma conjunta con el sector privado. Lo que potenció a Tandil fue esa gestión asociada como motor de desarrollo productivo, lo cual se refleja en la expansión de la industria del conocimiento. Tenemos una sociedad buena, emprendedora, a la que hay que generarle las condiciones adecuadas”.
El paraíso
Lejos, muy lejos de las penurias del conurbano o de tantos pueblos y ciudades del interior bonaerense, Tandil tiene todas las huellas de la prosperidad: calles asfaltadas e iluminadas incluso en la periferia, modernas torres de vivienda, un sinfín de plazas –obsesión del intendente, dicen– muy bien mantenidas, barrios residenciales que crecen, y ni una sola villa; el índice de pobreza es de 9%.
“Sí hay casas precarias de trabajadores temporarios que vienen de otros países y se terminan quedando. Incluso tenemos usurpación de tierras”, admite Lunghi.
Los ejecutivos de las empresas de software, muchos llegados de Buenos Aires, hablan del “paraíso tandileño”, no solo por su geografía: gestión transparente del gobierno local, buena infraestructura, buenos colegios estatales y privados, y un sistema público de salud (5 hospitales y 15 centros distribuidos en los barrios) que hace que algunos no recurran a la medicina prepaga. “El hospital municipal funciona tan bien que realmente no tiene sentido estar pagando por afuera”, comenta uno de ellos.
Silvano Sotile, socio fundador de EDSA, compañía de transformación digital, dice que la calidad de vida de la ciudad es un activo fundamental. “Por supuesto que lo primero que te lleva a estar acá es que se trata de una fuente de recursos humanos. Pero los de mi generación [tiene 49 años] también privilegiamos vivir en una ciudad linda, chica, cómoda. Y en pandemia, mucho más. Es fantástica para trabajar y fantástica para vivir”.
Las prestaciones de Tandil, apunta Nicolás Mosca, otro de los socios de BeeReal, no son un dato menor para quienes se dedican a crear tecnología. “Necesitás tener la cabeza despejada, descansada, y acá, además de la naturaleza, sabés que la ciudad es amigable, sin tráfico, todo queda cerca, hay colegios bilingües, buena salud, deportes… Nada de qué preocuparte”.
La escala humana se manifiesta también en el tipo de relacionamiento que prima en el polo tecnológico, basado en la colaboración. “Hay un acuerdo tácito de cooperación y de convivencia, porque nos conocemos, nos encontramos en la calle, en el club, en los asados, nuestros hijos van a las mismas escuelas…”, dice Sarabia (Q4 Tech), sentado a la mesa de un restaurante elevado desde el cual las sierras se recortan en el horizonte con todo su esplendor.
Reflexiona, además, sobre otro atributo de la ciudad, a su juicio uno de los más importantes. “Acá hay algo subyacente, algo que está en la cultura social de Tandil, en su ADN: el espíritu emprendedor. Es histórico, no es de ahora. Gente que emprende y políticas de ayuda a los emprendedores. No solo hay impulso a la industria del software: es para todo el que quiera hacer algo. Ahora con unos amigos nos estamos largando a una linda locura: producir vino… La energía emprendedora que hay acá es única”.
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