De la drogadicción a la solidaridad
Este relato nos muestra que cuando uno quiere, es posible cambiar. Una mañana en el barrio de Belgrano, me paró un muchacho vestido con ambo, similar al que utilizan los médicos, en este caso me enteré que se trataba de un enfermero especializado.
Subió, me indicó cuál era el destino de su viaje y hacia Floresta partimos. Durante el trayecto conversamos de varios temas, casi intrascendentes, pero luego me comenzó a contar que él era un enfermero que trabajaba para una empresa que brinda el servicio a domicilio, para cuidar a pacientes mayores, que requieren un cuidado permanente.
Su nombre es Marcelo, tiene 32 años y es oriundo de la provincia de Córdoba, allá estudió primaria y secundaria, y también trabajó ayudando a su padre en el taller de chapa y pintura de automóviles en la localidad de San Marcos Sierra, encontrándole el gustito por esa especialización laboral, de los que ya quedan pocos.
Durante nuestra conversación y al mencionar la localidad, recordé que allí vive mi conocido "Quique" Pesoa, locutor y hombre de radio, que posee, según él, un galponcito en el fondo de la casa con objetos que gusta coleccionar y de los mas variados, vinculados o no a la radiofonía; desde una vieja "cardadora de lana", aquella que utilizaban los colchoneros cuando hacían su trabajo a domicilio, hasta aparatos de radio y viejos micrófonos, como también su querida computadora a la que llamó "dorita", vale decir su "computadorita".
Pero volvamos a la historia de Marcelo, sucedió que mientras estaba en la secundaria, por influencia de malas amistades, entró en el vicio de la drogadicción, y dado que ayudado por su padre, cuando trabajaba en el taller, percibía un sueldo, nunca tuvo la triste experiencia de salir a robar para adquirir droga.
No obstante me contó que pasó algunas noches detenido en calabozos de la policía provincial, por hacer escándalos en la vía pública, borracho y drogado, para luego, esperar que su padre fuera a sacarlo de tan horrible situación.
Se fue a vivir solo, mientras continuaba trabajando en el tallercito del viejo, con él mantuvo largas charlas, donde le hacía entender el futuro negro que le esperaba si seguía con aquel tipo de vida. Pero a pesar de todo el esfuerzo de la familia y queriendo regenerarse, el grupo de amistades lo continuaba influenciando en forma negativa.
Algunos meses después cuando ya había terminado el secundario, su padre lo llevó a que conociera y conversara con un sacerdote de una localidad vecina. Luego de las primeras charlas y con el propósito de poner distancia con las compañías que lo habían inducido a la droga, le alquilaron una pieza en una casa cercana a la parroquia donde estaba el padre Víctor y continuó allí manteniendo largas charlas con él, colaborando en las misas dominicales.
Evidentemente la buena influencia y los consejos del padre Víctor, lograron que Marcelo recapacitara y pudiera finalmente dominar su adicción.
Con el apoyo de sus familiares, decidió venir a vivir en la Capital, en la casa de unos tíos, en Floresta. Comenzó a estudiar enfermería, siguiendo los consejos del sacerdote para que ayudara a su prójimo.
Hoy, nuestro amigo cuida, día por medio, a un señor mayor de 86 años. Durante las veinticuatro horas, le suministra los medicamentos, lo atiende, le da de comer y también lo baña, además de leerle algunos libros en los momentos libres, ya que el paciente por su edad está imposibilitado de hacerlo.
Del sueldo que percibe mensualmente, separa una cantidad para poder comprar las herramientas y maquinarias necesarias que habrá de necesitar, cuando en el término de tres años, plazo que él se ha fijado, poder abrir en Buenos Aires un taller de chapa y pintura, similar al que posee su padre en Córdoba.
Es evidente que Marcelo quería salir del infierno de la droga, pero es importante destacar que también contó con el apoyo de su familia y el inestimable consejo del padre Víctor, verdadero mentor de su recuperación. Todo esto nos demuestra que cuando se quiere y se tiene el apoyo de buena gente a su alrededor es posible salir de las adicciones.
Espero que también logre alcanzar el objetivo propuesto para dentro de tres años y pueda desarrollar la profesión que tanto le gusta, además de continuar ayudando a sus congéneres.
Dos veces por año Marcelo visita a sus padres en su provincia natal y hace una escapadita hasta la parroquia del padre Víctor, colaborando durante esos días en la ceremonia de la misa.
Una hermosa historia que no solo demuestra el querer hacerlo sino también la importancia de contar con el apoyo de buenas personas que lo incentiven en el buen sendero de la vida.
Ahora la amiga Agustina ya conoce la historia de Marcelo, que nos pidió la semana pasada, un cariño como siempre para ella, consecuente lectora y emisora de emails que me llegan todas las semanas.
Será hasta nuestro próximo encuentro.
¿Qué lugar de la Ciudad es?; deje su respuesta. El lunes próximo, se revelará la incógnita
La respuesta de la semana pasadaLa foto publicada el lunes pasado es una escultura muy moderna que está ubicada en el barrio de Puerto Madero, en el cruce de Alicia Moreau de Justo y Macacha Guemes. Simboliza como un clavo gigantesco sobre un trozo de hormigón. Como curiosidad les cuento que se encuentra justo frente al ingreso de una reconocida empresa financiera de la zona. Habrán querido simbolizar algo... con semejante clavo.
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