Tres amigos, tres bicicletas, una guitarra criolla, un cajón peruano, un mate, una cámara, un equipo básico de cocina, muchos países y más de 10.000 kilómetros. Sí. Diez mil kilómetros. Ida y vuelta a la Argentina por la ruta 40 completa, cuyo recorrido total es de 5194 kilómetros.
Hablan en plural. No hay egos de por medio, no hay protagonismos. Es que el viaje compartido en grupo los obligó a entregarse y a funcionar de manera conjunta. "Ceder es la norma madre", dicen en su blog, donde comparten la experiencia que los lleva pedaleando por el mundo hace un año: primero Australia , luego Asia y ahora, en camino hacia China .
Son tres hermanos, dos de sangre y uno de corazón: Daniel Recht, de 28 años, creativo publicitario; Franco Recht, de 24, músico y cocinero; y Máximo Gonzalez Cadel, de 24 también, músico y sonidista. Tres amigos que se dedican a la fotografía, a la comunicación digital y al sonido. Formaron su pequeña manada y juntos emprendieron un viaje que no saben si alguna vez terminarán.
Registro vencido
El proyecto surgió hace unos años y lo inició Daniel, el mayor de los tres, cuando decidió viajar a Australia para hacer el famoso "Work and Holiday". Su idea era trabajar unos meses para después comprar una camioneta y recorrer el país en cuatro ruedas. Pero, al llegar, se dio cuenta que tenía el registro vencido y debió cambiar los planes. "Mi hermana me había regalado un libro de cicloturismo y antes de llegar a Australia ya tenía medio libro leído", cuenta Recht. Tuvo su primera experiencia de 1200 kilómetros por Australia, luego Cuba y finalmente volvió a Argentina a planear su próxima aventura. La bici fue inicialmente el plan "B", pero se volvió su estilo de vida.
Maxi y Franco habían viajado antes por Europa, donde formaron Guampas del Sur, un grupo de música con un dejo entre folklórico, criollo y -ahora- hasta malayo. Así se unieron estos dos proyectos: el de la música de las Guampas y el cicloturismo de Daniel, y de esta fusión surgió la idea de The Bikings Project: una productora audiovisual itinerante en donde graban el viaje y componen su música on the road.
"Planificar no quita el sentido a la aventura"
Tras dos años de mucho trabajo, de conseguir sponsors, comprar los equipos, planificar las rutas y juntar el dinero, se lanzaron a pedalear en dos ruedas. La idea inicial era dar la vuelta a Australia de Perth a Perth: 16.000 kilómetros en bicicleta y por el desierto de la Nullarbor Plain en el Sur, las costas de la Great Ocean Road, las grandes ciudades como Melbourne y Sydney e inmersos en la nieve de las montañas en el monte Kosciuzko.
Siempre haciendo música y documentando lo que ocurre.
La aventura no les era desconocida a los Recht, quienes desde chiquitos se pasaban los veranos enteros en las sierras cordobesas. La idea de salir a la ruta traía memorias de la infancia. "El silencio, ver el horizonte y toda esa inmensidad. Estar sentado en una piedra, a casi dos mil metros de altura y calentando agua para un mate, mientras se observa el ocaso es adictivo", reflexionan.
No les gusta atarse a la idea de un plan rígido pero tienen calculadas las cosas y no son ningunos improvisados. Es que Australia es un país costoso y no da lugar a mucha improvisación tampoco. "Planificar no quita el sentido a la aventura", argumentan.
En el medio del viaje, se encontraron con un imprevisto. Al llegar a los 8.500 kilómetros, les negaron la visa y tuvieron que replantearse el viaje. En el apuro de la organización para dejar el país, recibieron un mensaje por Instagram de una persona de Malasia. Decía: «Si vienen a Kuala Lumpur, llámenme». Vimos los pasajes más baratos y decidimos no dudarlo mucho", cuentan.
La vida en la ruta
Un resumen de un día típico diría algo así: que se levantan en un lugar distinto todos los días, que mientras comparten un mate -consiguieron un sponsor de yerba para todo el viaje- desarman las carpas y preparan un desayuno nutritivo de avena y cereales, salen a la ruta unos 70 o 90 kilómetros, a veces pedaleando juntos, otras veces separados para aterrizar en la incertidumbre de la noche. "Al llegar a un lugar nuevo, lo primero que hacemos es sacar los instrumentos y preguntar en los bares si podemos tocar", relatan.
La música fue siempre su gran compañero e hizo de idioma universal y de puerta de intercambio. "En un principio todo lo que ocurría nos parecía suerte. Las casas, el recibimiento, el buen trato. No podíamos explicar ni entender cómo podía ser que siempre alguien nos abría la puerta de la casa y de repente estábamos en el paraíso. Luego nos dimos cuenta que estamos constantemente hablando con las personas, sacando la guitarra y haciendo música, intentando siempre comunicarnos desde ese lugar", reflexionan desde el otro lado del mundo.
De la cocina, casi siempre se encarga Franco, por una cuestión de habilidades, y planean grabar en el resto del viaje, un programa de cocina de camping. "Cuando estamos en lugares remotos comemos dos veces al día. Una vez por la mañana y otra por la noche. El resto del día tomando agua esta bien", cuentan. Llevan consigo una garrafa de nafta que hace de cocina en cualquier lugar aunque admiten que -ahora- en Asia, no han cocinado nunca. La gente les ofrece comida y la comida cellejera es "muy rica, variada y muy barata".
En un sillón, debajo de un árbol, en una cama prestada, un hostel, un puente, la vera de un río, la orilla del mar, una carpa, una hamaca, el pasto mismo. Los lugares a los que estos tres argentinos han llamado cama difieren cada noche. Como refugio han pasado la noche en baños de estaciones de servicio, en el medio del desierto, y en casas de personas que solo con un timbre les abren las puertas. Básicamente en cualquier espacio donde entren sus bolsas. Viajan desde hace más de un año y no han pagado nunca por alojamiento.
"Aprendimos con el tiempo de viaje que cuando hablamos de donde dormir siempre hay que mantener la calma", desde Krabi, al sur de Tailandia. "Nunca sabemos donde iremos a dormir pero es algo que siempre se nos da cuando aparecemos con la bicicleta y los instrumentos", cuentan. Han dormido en lugares insólitos e inesperados. La rutina es casi inalcanzable y es, a su vez, el mejor plan del viaje.
La música como puente
La excusa de tocar en los bares, los ha conectado con gente en las maneras más insólitas e inesperadas. A veces, el dúo toca por el puro placer de compartir la música, sin recibir nada a cambio. Otras, lo hacen por unas cervezas, o para que los dejen pasar la noche en el bar. a veces lo hacen solos, y muchas otras se unen a las zapadas. Inician con un regateo, y terminan siendo invitados a una estadía completa. La música trae eso, un movimiento constante. La música abre, enseña, cura.
Fue así que un día mientras terminaban de tocar en el Wirrulla Hotel, en Australia, Bernie, un hombre de unos 60 años, alto y robusto, se acercó y les mostró un video de su casa de chapa flotando en las aguas de los lagos de Gippsland, al sureste de Melbourne a unos 2000 km de donde estaban sentados esa noche. "Tienen que venir a tocar en los lagos. Los espero en mi casa", dijo y ellos asintieron, entre cervezas.
Pedaleando, dejaron atrás esa charla de bar y continuaron su rumbo hasta que un día, recibieron un mensaje de Berni que decía: "De acuerdo al GPS del blog, se encuentran cerca de mi casa, los estamos esperando". Junto a su mujer, los alojaron y compartieron un tiempo excepcional.
De anécdotas así hay millones, y es difícil elegir. La más reveladora, quizás, fue la de Naquib, el joven malayo que los invitó a su casa en la selva junto a su familia. En ese momento, no lo dudaron, escondieron los instrumentos en el avión y se tomaron el primer vuelo a ese país desconocido. "Al otro día ya nos dirigimos hacia Nilai, un pueblo al sur de Kuala Lumpur que cambió nuestro viaje por completo", relatan. Convivieron un mes con esta pequeña comunidad musulmana no mayor a 500 habitantes, al sur de Kuala Lumpur, y recuerdan especialmente a Embah, la abuela de Naquib quien les enseñó las delicias de la trabajosa cocina asiática y les devolvió un poco de amor familiar. "El trato fue increíble e indescriptible. Podemos decir que tuvimos el privilegio de conocer la gastronomía local gracias a ella", aseguran. Participaron de un casamiento y se mezclaron con la cultura local.
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Esa experiencia los llevó a algo inesperado (por si todo lo anterior no lo hubiese sido): Naquib los llevó a un estudio donde conocieron a Ajin, un productor y cantante malayo con el que conectaron al instante. Grabaron un disco completo y hasta compusieron una canción en Malayo "Suka Hati Kau Lah" (Hacé lo que quieras) y participaron en un documental sobre el Blues del país asiático.
Cual es el límite, cuándo frenar
"No sabemos si hay límite. Lo que sí sabemos, es que con el pasar del tiempo y los aprendizajes que te va dando el viaje, se hace cada vez más difícil dejar de hacerlo", admiten, hoy, desde Tailandia, mañana, desde algún otro lugar.
Leer el blog de The Bikings Proyect es entrar un rato en sus pensamientos, es pertenecer a su diario íntimo pero compartido, leer sus frustraciones, sus aventuras. Es viajar con ellos. "Nuestro objetivo es hacer que las personas viajen con nosotros, buscando incentivar, inspirar y alentar a los jóvenes a tener una experiencia al al aire libre", rezan y aseguran que no hay sensación que se compare a sentir la inmensidad del viento en la cara pedaleando en la ruta.
"La bici es el medio que elegimos por su simpleza. Te enseña de la calma, te lleva a los lugares menos turísticos que hay y te hace empujar tus propios límites constantemente", dicen. Pedaleando aparecen constantemente analogías con la vida cotidiana.
Hoy escriben desde el sur de Tailandia, tras recorrer más de 1000 kilómetros por Malasia donde pedalearon casi dos meses. Quieren renovar sus visados para atravesar el sudeste asiático, Tailandia, Cambodia, Vietnam y Laos y desde ahí subir las bicis a un tren hacia China donde se iniciarán en una nueva aventura.
El nuevo objetivo es llegar a la mítica ruta "The Pamir Highway", la segunda ruta internacional con mayor altitud del mundo y que cruza países como Tajikistan, Afghanistan, Uzbekistan y Kyrgyzstan.
Pero no hay plan que dure. Pasan los días y la locación de estos viajeros sigue itinerante. "Acá escribimos desde Nilai". "Hola, desde Krabi". "Estamos sin señal atravesando Koh Lanta", se reportan.
Todos los días, la gente, el desafío de llegar a nuevos lugares y la magia de sentirse conectado con la ruta los impulsa a salir a pedalear, una vez más.
Quizás algún día, logren frenar.
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