Daniel Sgardelis: “Me emociona que todo esté cambiando, ahora lo importante es continuar la lucha”
Son las diez de la mañana en un bar del barrio porteño de Recoleta. Daniel Sgardelis entra con una bermuda de jean y remera azul. Es sordo, tiene 44 años, y es una de las víctimas del Instituto Próvolo de La Plata, un colegio religioso, pupilo, para chicos hipoacúsicos, que depende del Vaticano, en el que hay una causa judicial por denuncias de abusos sexuales y torturas.
Apenas se sienta comienza a dibujar en el aire lo que vivió en el instituto. Es una especie de grito encapsulado. Una verborragia gestual que Leonardo Vandone, su intérprete, especialista en lengua de señas, transforma en una marabunta de palabras: "Cuenta que en el Próvolo todos los sábados los curas los obligaban a tener sexo. Muchas veces les golpeaban las manos con palos. Dice que de noche se ataba una sábana a la cintura para que no lo violen", traduce Leonardo.
La del Próvolo es una historia trágica que comenzó en Verona, Italia, donde está ubicada la sede principal. Ahí, entre los años 1950 y 1984, hubo más de 25 sacerdotes acusados de abusar sexualmente y torturar a chicos sordos. Cuando las denuncias por esos ataques tomaron notoriedad, la Iglesia trasladó a uno de los principales acusados, Nicola Corradi (hoy con prisión domiciliaria), hacia la Argentina.
Corradi llegó al país el 31 de enero de 1970. Lo pusieron al frente del Instituto Próvolo de La Plata, Buenos Aires, donde también hay denuncias de abuso, como la de Sgardelis. En 1997, la Iglesia lo volvió a trasladar, esta vez, al Instituto Próvolo de Luján de Cuyo, Mendoza. Hay denuncias de que siguió abusando hasta 2014. Lo detuvieron el 26 de noviembre de 2016 en esa provincia.
De pelo color ceniza, nariz aguileña y el rostro bien pegado al hueso, Daniel describe a través de las señas lo que vivió entre los 6 y 17 años. Su tragedia comenzó cuando tenía tres meses de vida y se quedó sordo de ambos oídos, en 1974.
Vivir aislado
Los Sgardelis vivían en Tartagal, Salta, donde tenían su propia panadería, La Gran Espiga de Oro. Él estaba con fiebre. Teresa, su madre, decidió llevarlo al hospital. Ahí le dieron un medicamento que le generó una reacción alérgica. Él dice que no le interesa saber lo que pasó. Lo cierto es que unos días más tarde perdió la audición y el mundo se volvió un frasco sellado en el que vivió aislado gran parte de su vida.
Hasta los seis años, Daniel no pudo aprender a leer ni a escribir. En Tartagal, nadie enseñaba lengua de señas. Sus padres estaban preocupados. A su madre le recomendaron un colegio religioso, pupilo, para chicos hipoacúsicos que quedaba a más de 1700 kilómetros, en La Plata. Tendrían que pagar $50.000 pesos al año y Daniel los visitaría 15 días en el receso de invierno y en los tres meses de verano. Aprendería a escribir y se comunicarían por carta. Sus padres estaban encantados con la idea. Así fue como llegó al instituto de Corradi, un cura acusado de violaciones en Italia.
"Las torturas en La Plata fueron aún peores que en Mendoza. Cuando empecé a escuchar a las víctimas, me preguntaba a mí misma qué querrían, qué estarían buscando con todo esto. Lo que me contaban era irreal. Luego escuché al segundo, al tercero y todos contaban cosas similares", explica Cecilia Corfield, fiscal a cargo de la UFI N° 15 de La Plata, que investiga los casos vinculados a la sede de esa ciudad. En esta causa hay tres imputados: Nicola Corradi y José Brítez, que están bajo el régimen de prisión preventiva, y José Eliseo Primati, que se fue a Italia y sobre el cual pesa un pedido de extradición por parte de la Justicia argentina. Brítez era el celador y, a diferencia de los otros dos, no es cura.
Los denunciantes son ocho, aunque en esa sede había 250 pupilos. "Todos nombran a otros compañeros que sufrieron la misma suerte, pero la gran mayoría no se anima a denunciar. Las denuncias que analizamos en la Justicia, estoy segura, representan una ínfima parte del total de víctimas", asegura Corfield.
"Todos sus compañeros fueron abusados y los curas les decían que era una enseñanza sobre la sexualidad. Corradi daba la misa de los domingos, cuando la noche anterior los había obligado a tener sexo con ellos", explica Vandone, el intérprete.
Recuerdos intactos
Daniel se acuerda de todo. De las botas de Corradi que caían sobre su cuerpo como una lluvia de piedras negras, del manojo de innumerables llaves. Cuenta que en el Próvolo todas las puertas estaban cerradas. Recuerda que aprendió lengua de señas gracias a sus compañeros y que los curas los comparaban con monos.
A los 13 años, empezó a dominar la escritura. Escribió decenas de cartas a su familia y ahora sabe que nunca llegaron o que fueron reescritas. Recuerda el agua fría de las duchas. Que Corradi no era el único que se abusaba de ellos, que entre los abusadores había otros curas, e incluso un chico sordo que había sido criado en el Próvolo. También recuerda cuando les contó a sus padres y ellos no le creyeron una sola palabra. Que llamaron a Corradi para consultarle y él les dijo que Daniel tenía problemas madurativos.
"A los 17 años salió del Próvolo. Cuando lo hizo, dice que se sintió libre. Le iba mal en la escuela y tuvo una relación violenta con sus padres porque estaba acostumbrado a la violencia. Sus padres pensaban que estaba loco. Se quiso suicidar cinco veces. Se ahorcó, buscó un arma, se cortó las venas, quiso tirarse desde un puente. También salía corriendo desnudo por la calle", dice Vandone mientras Daniel gesticula.
Él se animó a denunciar cuando vio que otras víctimas fueron a la Justicia por los abusos que los mismos curas cometieron en Mendoza. Allí, hay 14 denunciantes, un condenado a diez años de prisión y más de diez imputados.
Daniel envió un video a LA NACION en el que, con lengua de señas, narra lo que le pasó. "Me emociona que todo esté cambiando. Ahora lo importante es continuar la lucha. Esta es la verdad. Ya mi vida está arruinada, pero estoy vivo, demostrando que debemos seguir luchando para que en el futuro se terminen los abusos", concluye.
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