LA NACION compartió una tarde de trabajo con algunas de las voluntarias que ofrecen sus servicios solidarios; del color distintivo nacido en la Segunda Guerra Mundial a fundar la primera residencia para madres del país
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“A donde nos llaman, vamos”, dice Marcela Giana, presidenta de Damas Rosadas, una organización conformada por dos centenares de voluntarias que prestan un servicio imprescindible en varios hospitales y centros de salud, públicos y privados, de la Ciudad de Buenos Aires y de San Isidro. En la Maternidad Sardá son próceres.
“La finalidad siempre fue ayudar a la gente internada en el acompañamiento, como así también en sus carencias materiales. Lavamos cabezas, cortamos uñas y asistimos en lo que haga falta”, sostiene Giana, enumerando sólo algunas de las actividades que realiza esta loable institución. Como modalidad, comienzan el trabajo a partir de una invitación de las autoridades del lugar. “No tocamos el timbre y entramos a la fuerza”, aclara la presidenta. “También damos una mano asistiendo a los médicos en los consultorios externos de algunas de las instituciones”, explica Chely López, vicepresidenta segunda de la organización.
“Acompañamos a pacientes. Asistimos a profesionales”, se lee en la descripción de la cuenta de Instagram del grupo, una precisa definición del trabajo de estas mujeres que realizan su actividad ad honorem y a la que le destinan, de acuerdo a las posibilidades personales, varias horas semanales.
Marcela Giana recuerda que “es un voluntariado que se creó en el año 1959, con lo cual somos, junto con Cáritas, una de las ONG más antiguas del país”. Damas Rosadas se fundó en San Isidro a partir del encuentro entre Eloisa Casal, la primera presidenta de la institución, el obispo de esa localidad, Monseñor Aguirre, y el intendente Melchor Posse, con la finalidad de tender una mano en el antiguo hospital del municipio. “Siempre se pensó en voluntarias con ganas de colaborar, para que el proyecto no se convirtiese en una juntada de té de amigas, sino en una actividad responsable”, explica la actual directora.
Luego de comenzar con el trabajo en San Isidro, fueron convocadas por las autoridades del Hospital Rivadavia, donde llevan seis décadas de permanencia. Hoy, además de la Maternidad Sardá, el Hospital Rivadavia y el Central de San Isidro, Damas Rosadas tiene presencia en los hospitales Peralta Ramos, Materno Infantil, Fernández, Argerich y El Nido. Además, trabajan en el Hospital Boulogne, en el Conurbano Norte, y en la sede central del Hospital Italiano, en el barrio capitalino de Almagro.
Llegar al mundo
LA NACION acompañó una tarde de trabajo del voluntariado en la histórica maternidad Sardá de Parque Patricios, sitio emblemático donde nacieron figuras como el cantante Sandro, entre los miles de alumbramientos de su historial. En 1982 comenzaron las negociaciones y un año después abrieron aquí la primera residencia de madres del país, un mérito no menor.
El proyecto es muy valioso, ya que permite que las mujeres, en caso de que sus bebés deban quedar internados, puedan alojarse en el mismo piso, a pocos metros de la terapia intensiva, para poder tener acceso permanente a la misma. “En este momento, la residencia está completa”, sostiene Chely López. Aunque cueste imaginarlo, no son pocas las criaturas que, ni bien nacen, deben permanecer en terapia intensiva o intermedia.
“La mamá puede entrar las veinticuatro horas del día para estar junto a su bebé”, se ufana la presidenta. No es para menos, esta particularidad no es la habitual en una terapia intensiva. En este caso, esas primeras horas, días y semanas de vida son esenciales para la sanación desde el afecto y la construcción del vínculo. Además, también hay jornadas especiales donde se permite el ingreso de los abuelos y otra para el acceso de los hermanos de la criatura. “A esos hermanitos que ingresan a ver al bebé, el servicio de salud mental les da una charla ya que, de pronto, se pueden encontrar con un bebé de seiscientos gramos todo enchufadito. Luego de verlo, a modo de catarsis, dibujan y cuentan cómo fue la experiencia”, dice Giana.
La acuciante economía de nuestro país hace que las voluntarias sean testigos de historias de lucha y sacrificio. “Nos encontramos con la realidad social de primera mano”, dice la vicepresidenta, mientras que su colega cuenta que “hay muchos casos de mamás adolescentes, y hasta nenas de once años que tuvieron a su bebé acá”.
Chely López sostiene que “no siempre esos cuadros son frutos de la violencia de una violación, sino que son chicas muy jovencitas que llegan con sus parejitas para atenderse”. Allí también juega un gran rol el servicio de asistencia social, que trabaja en equipo con Damas Rosadas, ya que las voluntarias deben tener una mayor contención y estar muy atentas a las necesidades de esa niña o adolescente que acaba de ser madre, en un trabajo de red permanente. “Hemos tenido casos de mamás que van a la escuela, mientras se quedan las abuelas a cuidar el bebé”, dice la vicepresidenta. Una de las condiciones es que sólo puede pernoctar una sola persona por niño nacido y los varones no pueden quedarse a dormir. Padres y demás familiares varones deben retirarse a las diez de la noche.
La residencia para madres cuenta con toda la calidez que requiere ese momento trascendental de la vida de la mujer. Paredes pintadas con colores alegres son el marco para los distintos sectores. Los cuartos cuentan con varias camas cuchetas y sus respectivas mesas de luz. Hay un sector de duchas y otro para lavado de ropa y su consecuente secado. También se observan heladeras para que las alojadas puedan conservar diversos alimentos, aunque se les provee las cuatro comidas diarias. “Que sientan que están en su casa”, remarcan Giana y López, quienes ingresaron a la Sardá en 2003 y el 2015, respectivamente. El orden y la limpieza del lugar son extremos.
Cuando se trata de mamás muy jovencitas que, quizás, no terminan de entender los procedimientos indicados por los médicos una vez dado de alta el bebé, las Damas Rosadas suelen apoyarlas y aconsejarlas, incluso sugerirles que, cuando regresen a la consulta, lo hagan muñidas de papel y lápiz para anotar esas indicaciones. Las voluntarias también les recomiendan a las mamás ir al departamento de Planificación Familiar de la Sardá, para ser asesoradas.
Por ley, la mujer puede elegir con quién desea transitar el parto. En no pocas ocasiones, quizás porque su familia directa no llegó a tiempo, la parturienta elige estar apoyada por una dama rosada. “Nos ponemos detrás y les agarramos la mano, las alentamos”, sostienen.
También las voluntarias son formadas en diversos temas para que puedan brindar charlas sobre cuestiones de salud. A las que trabajan en cuidados paliativos se les da una instrucción especial. “Hemos hablado sobre la bronquiolitis o el dengue, según la época”, dice la presidenta. Y hasta reconocen que han enseñado a mamás muy jóvenes y de estrato social vulnerable a lavarse las manos con corrección. “Lo que parece una obviedad, a veces hay que enseñarlo”, reconocen estas abnegadas mujeres que les restan tiempo a maridos, hijos y nietos, pero que disfrutan con el voluntariado.
Se las ve pletóricas, felices por la misión elegida. En la oficina todo es alegría y cuando cada una de ellas se cruza con el personal médico y de enfermería o un paciente, todo es sonrisas y predisposición. Así da gusto pisar un nosocomio.
En una época, hasta pesaban a los bebés y abrían historias clínicas, pero jamás entraron en competencia con los médicos y las enfermeras. “Sabemos cuáles son nuestros límites”, dice categórica la vicepresidenta López. Las voluntarias reconocen que son muy diversos los cuadros con los que se cruzan y enumeran desde el VIH hasta la sífilis y el Chagas.
En la Maternidad Sardá, Damas Rosadas cuenta con una cómoda oficina y hasta un depósito minuciosamente ordenado donde se pueden ver materiales rotulados, estantes con ropa de bebé y hasta algún medicamento, que serán destinados a las mamás de bajos recursos que requieran de alguno de los elementos. Todo reluce, como los guardapolvos rosados y los zapatos de un blanco inmaculado de cada voluntaria.
Las anécdotas sin incontables. Décadas de trabajo en la Maternidad Sardá las llevaron a convivir con miles de pacientes. La presidenta y vice de la ONG recuerdan a Guillerme, un bebe prematuro, de madre boliviana. El chiquito permaneció nueve meses internado con ella viviendo en uno de los cuartos especialmente acondicionados: “La mamá tomó nuestras clases de costura, así que, cada mes, vestía a su bebito como un superhéroe distinto. Hoy nos sigue visitando. Es una mujer hermosa de una garra impresionante”.
A veces, la naturaleza va contra sus propias reglas y los bebés fallecen al nacer. Chely López reconoce que “junto con el área de salud mental, que es muy buena en la Sardá, muchas veces somos la primera contención”. “Las mamás que pasan por esta situación, nos piden ropita para vestir a la criatura y estar un tiempo con el cuerpito del bebito o la bebita. También hay un capellán que, si la mamá lo desea, puede brindarles el apoyo espiritual”, explica.
También brindan algunos elementos escolares y siguen de cerca el desarrollo de las familias. A cambio, siempre exigen el boletín de calificaciones que acredite la escolaridad de los menores.
La otra punta de la vida
La actividad de la ONG no sólo está destinada a madres y bebés. En el Hospital Italiano, por ejemplo, atienden a los adultos mayores. “Nos dieron cursos para aprender a darles de comer y acompañar a los abuelos en los momentos en los que sus familiares están cumpliendo con sus obligaciones diarias”, sostienen Giana y López. El trabajo excede el ámbito hospitalario, ya que un grupo de voluntarias llama a los pacientes, sobre todo a la gente grande para apoyarlos en la soledad: “Se los ayuda a organizarse”.
También se encargan de proveer de ropa a aquellos pacientes accidentados que llegan a las guardias y deben permanecer internados: “Para atenderlos en una urgencia se le corta la ropa, entonces nosotros, en caso que la familia no pueda hacerlo o no cuenten con gente cercana, les acercamos algunas prendas”. En esos casos, ofrecen elementos de limpieza y aseo.
Pertenecer
Eran cuatrocientas pero, después de la pandemia, quedó en actividad el cincuenta por ciento de ese staff, de todos modos, un número importante. “Muchas voluntarias, durante la época del encierro, y aún lo siguen haciendo, comenzaron a trabajar en sus casas con trabajos de costura, tejido y confección de sabanitas”, dice Chely López. Sin embargo, en lugares como la Maternidad Sardá, aún en pandemia continuaron trabajando.
Damas Rosadas cuentan con una comisión directiva que se renueva democráticamente a través de la presentación de listas y el voto de las voluntarias. Las autoridades actuales están en funciones desde el año pasado.
A la hora de pensar en los requisitos para poder formar parte de la ONG, la presidenta de la institución bromea y reconoce que “hay que estar un poco loca”. Lo cierto es que la vocación de servicio es un don indispensable: “Hay que tener alma de entrega. Se aprende mucho siendo voluntaria, se entiende la realidad de la gente que, a veces, puede ser juzgada con cierta frivolidad, pero, cuando se ve el esfuerzo de las mamás con pocos recursos, uno se da cuenta que es admirable lo que hacen”, afirma Giana. “Se debe tener empatía con el otro”, reconoce la vicepresidenta López.
Las aspirantes a voluntarias tienen que ser mayores de 18 años. La edad tope para la admisión es 75 años, aunque, si estando en ejercicio de las funciones se supera esa edad, no implica que se deba abandonar al grupo.
Una vez lograda la admisión, se debe cumplir con un entrenamiento de tres meses impartido por las voluntarias en actividad. En este período no sólo aprende el trabajo, sino que también demuestra su capacidad para la tarea. “Hay voluntarias que eligen no ir a terapia intensiva u otras que piden colaborar en los partos, cada una encuentra su camino de acuerdo a lo que le interesa y gusta hacer”, explica Giana.
Las Damas Rosadas conocen la importancia de los métodos de prevención de contagios, por eso realizan la actividad con un extremo cuidado sanitario que va desde el uso de guantes y barbijos, hasta el aseo recurrente de las manos.
De más está aclarar que el trabajo no es rentado, no reciben subsidio alguno y la carga horaria es una decisión personal, aunque el trabajo mínimo que se pide es de cuatro horas semanales. Marcela Giana y Chely López están casadas, tienen cuatro hijos, cada una, y unos cuantos nietos, y reconocen que, alguna vez, sus esposos les han hecho algún reclamo por el tiempo que le dedican a la actividad solidaria. Ambas coinciden en que les pararon el carro sin lugar a ningún debate. “Le dije a mi marido ´vos trabajaste toda la vida de sol a sol, así que, ahora, calladito la boca´”, recuerda Giana en medio de una carcajada. “Ahora nos toca a nosotras”, afirma López.
Una vez al año, se organiza una misa en la Catedral de San Isidro, donde se reciben a las nuevas voluntarias, quienes reciben un escudo y se las homenajea con un brindis.
Sostener económicamente a la ONG no es una tarea sencilla. Las integrantes abonan una cuota mínima de quinientos pesos para solventar gastos menores y también se cuenta con una red de donaciones de ropa de bebé, vestimenta cotidiana para adultos, pañales para niños y adultos, elementos de higiene, toallas. “Lo que el paciente utiliza, se lo lleva, pero muchas mamás, ante el crecimiento de sus hijos, no dudan en acercar nuevamente las ropitas que ya no les sirven para que puedan ser reutilizadas”, explican Giana y López. Una condición sine qua non es que la ropa usada que es donada tiene que estar en perfectas condiciones.
Damas Rosadas también cuenta con un banco de medicamentos, generalmente donados por particulares, ya que los laboratorios son más reticentes a la generosidad.
Tal es la repercusión del trabajo de la ONG que hoy es convocada desde diversas instituciones de salud, como el Hospital Lagleyze, pero, por ahora, no cuentan con la cantidad de voluntarias suficientes para ampliar el alcance de la actividad.
El color que las distingue y da nombre tiene que ver con las voluntarias de la Primera Guerra Mundial cuyos delantales quedaban rosados luego de los sucesivos lavados de manchas de sangre. Por otra parte, les permite diferenciarse del blanco de médicos y enfermeras. La idea también existe en otros territorios, donde se las conoce como las Pink Women. “A las mujeres que deseen sumarse les decimos que las Damas Rosadas tienen las puertas abiertas para recibirlas”, finalizan Giana y López, antes de sumergirse en la lectura del libro diario de novedades. Es que, a organizadas, no les gana nadie a estas señoras siempre dispuestas a brindar su servicio. Enhorabuena.
Contacto.
www.damasrosadas.org.ar
Tel.: 11 4743.0677
Mail: info@damasrosadas.org.ar
Instagram y Facebook: damasrosadas
Twitter: damas_rosadas
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