Cumplir años en tiempos digitales
Desde que existe Facebook hay pocas excusas para olvidarse de los cumpleaños. Mientras los que pertenecen a la vieja escuela siguen todavía atados a las agendas y a la propia memoria, los que (todavía) utilizamos la red social creada por Mark Zuckerberg confiamos en que ella nos ayudará a no depender de que las neuronas hagan sinapsis, o incluso a enterarnos de festividades que ignorábamos. Pero el aviso y el saludo son cosas diferentes.
En la actualidad el saludo primario, el más simple, sucede en el mismo muro digital. Con apenas dos clicks y una frase del estilo “Feliz cumple! Besos!” cualquiera ya queda bien sin esmerarse demasiado. Sucede que a veces Facebook se convierte en un rejunte de contactos con los que no hay demasiada relación, por lo que todo se reduce a cumplir, y no más que eso. Algunos contactos dedican algunos caracteres más y hacen el saludo más personalizado, pero son los menos.
Desde esos lugares -Facebook o la memoria- es que surge el resto de los saludos. Por alguna extraña razón existen personas que ven la notificación en FB, pero que eligen saludar por algún otro medio. Y ahí la variedad es amplia.
Entre los saludos por redes sociales no existe demasiada diferencia. Tanto el tweet como el comentario en Instagram muestran el mismo nivel de intimidad, sobre todo para aquellos que no tienen el candadito de privacidad en sus perfiles, por lo que cualquiera puede escribirles y dedicarles las más (o menos) sentidas palabras. Además cumplen con la doble función de notificar del día especial al resto.
Conforme aumenta esa intimidad o la confianza con el homenajeado, surgen otras alternativas. El DM (mensaje directo, sólo a la vista de los involucrados) o el chat privado permiten imaginar un mayor grado de involucramiento en el saludo, o que al menos ambas partes se conocen. Una foto o Story en Instagram, confeccionada especialmente para el afortunado, ya toma cierta ventaja por sobre los otros saludos.
El Whatsapp incluye todo un abanico de posibilidades. El súmmum de la despersonalización es saludar al cumpleañero mandando el mensaje en un grupo que ambos comparten, que aunque aparenta ser una especie de abrazo grupal, no es más que una manera de recordarle a los demás integrantes que uno de los fulanos cumple años. El objetivo es noble, siempre bien intencionado, pero pobre de contenido. Todos lo hicimos alguna vez. En la otra punta, un mensaje de audio expresivo, hecho con ganas y bien dedicado resulta ser casi como el llamado telefónico que todos hacíamos hasta hace diez años. En el medio, todo el resto: el mensajito plano, el adornado con emojis festivos y el que continúa en una breve conversación pospuesta desde hace un año; y que casi siempre termina porque alguien deja de escribir, no porque alguien se despida.
El llamado, por supuesto, queda reservado para los old school, para los enemigos de la tecnología y para las tías, abuelos, suegros y madres a los que les resulta más fácil, cariñoso y hasta nostálgico hacer un llamado antes que esconderse detrás de un puñado de caracteres. Todavía hay de esos y se los banca.
Pero no todo se reduce a qué tanto nos importe la persona a saludar. Existen otras variables relacionadas con las ocupaciones diarias (a veces se pospone el saludo hasta el final del día) o con la ausencia o lejanía de los que están de vacaciones. Mientras que hace veinte años estaban los que buscaban un locutorio para hacer el llamado (en horario de tarifa reducida, por supuesto), hoy también están los que por intentar despegarse del celular y de la rutina olvidan la fecha. Los que cumplimos en verano estamos acostumbrados a perdonar.
No importa qué tanto o qué tan poco guste al cumpleañero festejar, porque siempre habrá saludos, incluso los que se dan en persona. Estos últimos muchas veces tantean la situación (“¿vas a estar?”) o pasan directamente. Esos son los que no necesitan ni de Facebook ni de la memoria: son los que tienen incorporado el día como propio, y no les importa si se hace algo, o si hay una buena comida o si se recurre al delivery. Son los que están siempre y los que hacen que, al final del día, se pueda decir que el cumpleaños estuvo bien. Porque a todos nos gusta sentirnos queridos, aunque cumplamos en Navidad o en verano, y aunque no nos guste festejar.