Cuentacuentos solidarios: usan la tradición del relato oral como forma de crear lazos sociales
En los últimos 20 años, los narradores sociales llevan el arte del relato oral a geriátricos, institutos de reclusión, hospitales, comedores comunitarios, cárceles, refugios, paradores y escuelas
Con La Renga a todo volumen, Claudia Stella ingresó, por primera vez, al parador de hombres del gobierno porteño. No había lugares para sentarse, sólo una silla y un micrófono para ella, detrás de una baranda que separa afuera de adentro. "Yo me preguntaba cómo haría para crear un clima de escucha con La Renga de fondo. Los hombres se fueron acercando, algunos escuchaban desde la cama, otros asomados desde el entrepiso. Conté historias, leí poemas y uno de ellos se animó a contar algo. Luego comenzaron a cantar y a tocar la guitarra. Fue maravilloso", recuerda la narradora, que hace más de 20 años cuenta cuentos en lugares donde faltan las esperanzas, las oportunidades, la salud, el futuro o la libertad . "Compartir la palabra conmueve e interpela. Lo que ofrece la narración oral no lo puede ofrecer ningún aparato electrónico: un cuerpo, la mirada, una historia desplegada solo con la palabra. Esta forma tan artesanal y antigua de comunicación quizá ahora es algo del orden de lo extraordinario, por eso convoca y sigue interesando", agrega Stella.
En los últimos 20 años, los narradores sociales llevan su arte a geriátricos, institutos de reclusión, hospitales, comedores comunitarios, cárceles, refugios, paradores y escuelas. Lugares con gente vulnerable y donde los reciben de diferentes maneras, pero con el mismo final: emoción y agradecimiento. No llevan dinero, ni comida, ni ropa. Llevan su palabra: escuchar un cuento no es lo mismo que leerlo. Involucra a dos personas, la voz, la música de las palabras, la energía de un cuerpo que también habla y las imágenes que evoca. Sigue teniendo la misma magia que hace milenios, cuando las familias se reunían alrededor de un fuego en las tribus prehistóricas. Sólo se necesita alguien con ganas de contar y otro con ganas de escuchar, para que ese fuego vuelva a encenderse. Así lo comprendieron Dora Pastoriza y Marta Salotti, dos maestras argentinas que en los años 60 fundaron el Instituto Summa, la primera escuela de narración oral, dándole carácter profesional, por primera vez, a este arte.
La palabra como una huella
Paula Martín se formó con ellas y es uno de los mayores referentes en el país cuando se habla de narradores. Con una voz encantadora y una expresión corporal que puede representar con la misma maestría a una niña dulce o a un anciano gruñón, atrae todo tipo de auditorios. “Las historias nos atraviesan y sin importar su origen, el sentimiento es que la humanidad es una. Me gusta que las personas que escuchan se encuentren en los cuentos y se puedan proyectar a partir de ellos. Este año, en el Hogar San Martín para adultos mayores y en la Biblioteca “El ángel gris” de un centro de PAMI, luego de nuestra visita, varios adultos se animaron a contar cuentos propios, variaciones de cuentos populares que escucharon, anécdotas… En los espacios a los que tengo la suerte de volver, me pasa mucho que los chicos me cuentan de principio a fin los cuentos que recuerdan; muchas veces son chicos con alguna problemática en el aprendizaje; y sin embargo, esos cuentos que apenas escucharon una vez, quedaron fijados en ellos como una huella. Cuando los cuentos llegan a lugares en los que no abundan las propuestas culturales siento a las personas muy agradecidas, valorando mucho el trabajo, es tremendamente gratificante. Vivimos en historias. Lo que somos es un manojo de historias. Lo que queda de nuestra vida son historias.” Docente capacitadora del programa Bibliotecas para Armar, del GCBA, de FILBA y del Plan de Lectura del Ministerio de Educación de la Nación (hoy suspendido) recorrió el país llevando sus cuentos a grandes y chicos y aprendiendo nuevas historias de su público.
Desde hace unos años, el Estado tiene una activa participación en este tipo de actividades culturales. Desde 2004, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires cuenta con el programa Bibliotecas para armar, una iniciativa para promocionar la lectura y capacitar gratis a todo aquel interesado en narrar u organizar una biblioteca comunitaria. Sus maestros y discípulos van a narrar a hogares para adultos mayores, salas de espera en centros de salud y acción comunitaria, salas de internación en hospitales, centros de menores judicializados y muchos lugares más en donde esa mágica conexión humana entre quien cuenta y quien escucha es inmensamente valorada y puede cambiar su visión del mundo y de la vida. En la biblioteca del Banco Ciudad, en su sede de Boedo, se brindan desde hace casi 10 años talleres gratis de narración oral, de donde se desprendió un grupo de narradores que todas las semanas coopera con el Hospital Garrahan, Red Solidaria y varias villas de la ciudad de Buenos Aires. “Creo que el rol del Estado es fundamental. La narración en contextos de vulnerabilidad es muy poderosa. Parece poco, pero ahí tenemos la posibilidad de recordarle a alguien que la está pasando muy mal que siempre hay lugar para lo bello, para el encuentro, para la esperanza. Y ese es un espacio de libertad infinita”, explica Aldana Tenaglia, narradora y voluntaria en numerosos proyectos sociales desde hace más de una década. En la provincia de Buenos Aires existe la Escuela de Narradores Sociales, fundada por María Heguiz, quien también lleva sus cuentos por todos los pueblos y las ciudades del territorio. El Plan de Lectura del Ministerio de Educación de la Nación era un programa innovador mundialmente, que llevó libros y narradores por todos los rincones del país. Contaba con estaciones de lectura (libros en las estaciones de trenes) y el programa Abuelas Cuenta-cuentos, todas iniciativas con resultados óptimos y comprobables. Fue suspendido a inicios de 2016 y aún no fue restablecido.
La filantropía también tiene su espacio en esta empresa. Filba es una fundación que nació en 2009 con el objetivo de promover la literatura y está presente en las escuelas y bibliotecas. Organiza festivales anuales; desde hace 3 años también abrieron espacios de narración en el Hospital Garrahan y el CESAC (Centro de salud comunitaria de la ciudad de Buenos Aires). “Los relatos sirven para reencontrarse con la literatura de tradición oral que es tan fuerte en muchas de las culturas que traen los inmigrantes e invita a que los adultos también recuperen esos relatos para compartirlos con los chicos.”, explica Larisa Chausovsky, representante de FILBA.
Trovadores de la literatura
Pero no todos los narradores se organizan institucionalmente. Algunos andan con su arte a cuestas, como antiguos trovadores, con una fuerte vocación solidaria. “Trabajo en escuelas, jardines de infantes, bibliotecas populares, teatros, cárceles, institutos de menores, instalando espacios de escucha. No tengo un lugar fijo, soy como un caracol con su casita a cuestas”, se presenta José Luis Gallego. La viralización de sus charlas TED le ha permitido ser conocido mundialmente por su trabajo en las cárceles. “Aquello que está del otro lado de la línea es lo marginal. Lo que está al otro lado nos transforma en ignorantes. Y la ignorancia alimenta al miedo. Y frente al miedo, o huimos o atacamos. Mi especialidad como narrador de historias, es ir a contarlas del otro lado de esa línea. Y cuando lo hago, recibo respuesta, y observo transformaciones.”, agrega con emoción.
Martín Bustamante conoció a José Luis en la Biblioteca de la Universidad de San Martín de la Cárcel No 48 , en José León Suárez, donde estaba preso hacía 19 años. En el segundo encuentro, Martín le dijo que nadie le había contado un cuento en su vida y que él tampoco lo había hecho con su hija. Toda esa semana, antes de reencontrarse con José Luis, se la pasó pensando en el cuento que había escuchado. Inventó una historia mitológica de cómo los dioses habían llegado, desde muchas generaciones, a nacer en ella, en su hija y se lo contó a la niña cuando lo visitó. ”Ese año, Martín inventó muchos cuentos, aprendió a narrarlos oralmente y comenzó a contarlos en cada pabellón. Es como coser, como dar una puntada con aguja e hilo entre dos telas que están separadas.”, concluye el Mono cuentero, como lo conocen.
Esto se repite en cada una de las experiencias compartidas por los narradores. Ellos están ahí para abrir las puertas a un mundo posible, a un futuro alcanzable. “No se trata de “distraer”, ni de hacer de cuenta que la realidad es menos dura. Se trata de encontrar nuevos sentidos, escuchar otras voces, descubrir la propia, imaginar otras realidades. Todo lo que se crea, antes de ser realidad es una imagen, algo gestado en nuestras cabezas. La historia de la evolución humana no ha sido otra cosa sino la rebelión frente a lo "dado". Si queremos cambiar nuestras creencias acerca de lo "dado" como una realidad inmodificable, tenemos que cambiar las historias que nos contamos”, explica Paula Martín.
Anónimos, sin efectos especiales ni disfraces, sólo con sus voces y sus cuerpos, erigen mundos y los transforman, mezclan tiempos históricos y personajes con apenas un movimiento de sus dedos. Permiten creer a quienes más lo necesitan que siempre se puede volver a empezar. Tal como dice el protagonista de la película de El sueño de Walt (sobre la vida de Walt Disney): "esto es lo que hacemos nosotros, los cuentacuentos: restauramos el orden con la imaginación, incitamos a al esperanza una y otra vez“.
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