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Los viajes de cercanía cobraron importancia en los primeros tiempos de la pandemia y se han afianzado hasta convertirse en una tendencia consolidada, una nueva manera de hacer turismo que tiene señales propias: se eligen pequeños pueblos por sobre destinos masivos, rincones solitarios donde la tranquilidad y el relax están garantizados, emprendimientos atendidos por sus propios dueños, y propuestas gastronómicas hechas con productos locales siguiendo recetas familiares.
El turista de escapadas quiere oír historias y vivir experiencias. Sentirse protagonista del guión de su propio viaje y establecer puentes de amistad con los lugareños, apropiarse de la dinámica relajada de pueblos en donde el tiempo pasa de una manera más lenta. Adaptarse a la nueva agenda de actividades: hacer poco y disfrutar de los silencios y la paz. El contacto con la naturaleza es una condición esencial de estas aventuras que se disfrutan en los fines de semana largos. Las claves son elegir rutas poco transitadas y explorar destinos poco conocidos.
Estas son cuatro escapadas dentro de la provincia de Buenos Aires ideales para este fin de semana extralargo.
Rosas
- Partido de Las Flores. A 173 kilómetros de CABA
“Rosas es un paraje encantador, pequeño, solitario, seguro, que trasmite paz”, afirma Roberto Pérez. Durante la pandemia, abrió junto a su esposa y una pareja amiga un hospedaje exclusivo con lujos difíciles de hallar en el mundo rural. Una experiencia para entrar en la dinámica pueblerina con todo el confort.
Rosas tiene 100 habitantes y un diseño caprichoso: sus calles de tierra van abrazando una plaza íntima y ornamentada con árboles y plantas florecidas. El terruño huele a tierra fértil. Al pueblo se accede fácilmente por camino asfaltado. El centro acapara la vida social: un bar y un almacén para comprar provisiones, y un abanico de caminos rurales que llevan a parajes y rincones bellos de la tierra florense, ideales para conocer en bicicleta o caminando.
Las aves eligen la fecunda arboleda que protege y embellece al pueblo. El nombre proviene de Miguel Rosas, propietario original de estas tierras. “La gente tiene la necesidad de trasladarse a destinos cercanos y seguros”, sugiere María José Bacas.
Una capilla sostiene la fe y encuadra un rincón solariego del pueblo. El nacimiento de La Manuelita fue un antes y después para la localidad, se apostó por la calidad para destacar la sencillez de un pueblo de casas amplias y caminar lento. Son dos chalets para 12 y seis pasajeros dentro de un predio de siete hectáreas que incluye piscina cubierta y al aire libre, gimnasio y canchas para hacer varios deportes, e incluye una cancha de fútbol para once jugadores. Un viejo vagón se recicló como cine.
Rosas además tiene A Casa Mía, una casa familiar que ofrece comidas caseras. Desde aquí se puede conocer Pardo, el pueblo donde tenía su estancia la familia Bioy Casares, y donde Adolfo pasaba los veranos con su mejor amigo: Jorge Luis Borges.
También se encuentra acá el complejo de Ecoturismo Yamay donde se hace glamping en un entorno natural privilegiado o se ofrece la opción de hospedaje en casa de adobe. “Sobre todo en Rosas la clave es disfrutar de dos palabras: “Descansar y relajarse”, concluye Bacas.
Altamira
- Partido de Mercedes. A 90 kilómetros de CABA
Los habitantes se enorgullecen de no dejar entrar al turismo invasivo y de conservar sus raíces. Muy cerca de Tomás Jofré y Mercedes, dos grandes destinos consolidados, la pequeña localidad de 330 habitantes se resguardó en su identidad para diferenciarse y conservar su alma de pueblo lento. Altamira es un solar de quintas donde se cosechan duraznos, ciruelas, y chacinados, todo se puede comprar y probar. Ofrece algo muy deseado: vida tranquila. “La gente viene a buscar al gaucho a caballo que entra a un boliche”, afirma Nicolás Lennard, un descendiente de irlandeses que tiene las cabañas Puestas de Sol.
Aquello que viene a buscar el citadino, lo encuentra. El pueblo, pequeño y disfrutable a pie, no tiene desperdicio para el amante de las tradiciones rurales. Tres almacenes, verdaderos boliches de campo, son la puerta de entrada a la máquina del tiempo: Lo de Curly, Lo de Puri y Lo de Badano, templos criollos donde la ceremonia del aperitivo se conserva. En los tres se pueden probar los salames quinteros y quesos de la comarca, pero también comprar provisiones y lo mejor: charlar con los paisanos, oír sus historias.
Una opción más moderna es el resto bar La Taba. “Apostamos a la intimidad —advierte Lennard—. La idea es que encuentres tu lugar, donde te vincules solo con los tuyos”. Cada cabaña tiene su piscina, parrilla y está hecha en altura. “Para que todos pueden ver el amanecer o el atardecer, como si estuvieras arriba de un árbol”, cuenta Lennard.
Altamira tiene una estación de tren en buen estado, y a través de las vías, hoy inactivas, se forman túneles con la vegetación. A solo 20 minutos de auto se puede visitar Mercedes, con una gran oferta cultural y comercial. Allí permanece abierta la Pulpería de Cacho, desde 1830, haciendo historia. Su oferta gastronómica es importante, carnes asadas y sus empanadas, consideradas de las mejores del país. “Altamira es regresar al verde, y a los sonidos de la naturaleza”, concluye Lennard.
Paraje La Paz
- Partido de Roque Pérez. A 135 kilómetros de CABA
“Tenemos las tranqueras abiertas hacia experiencias vitales cargadas de sentido. Porque amamos nuestro lugar y nos hace felices que muchas personas más lo conozcan y lo valoren”, afirma Myrian Valenzuela, a cargo de la hostería rural Ñarucutú, en el Paraje La Paz, a un costado de la ruta 205.
Se trata de un pequeño racimo de casas que congregan a 30 habitantes, pero que tiene mucha historia. Es tierra de almacenes y bodegones de campo, donde el aperitivo es una religión y donde nació la Noche de los Almacenes.
Aquí, en 1932, Juan Manuel de Rosas habilitó una pulpería. A la zona luego llegaron italianos y le dieron identidad. “Sus anchas calles de tierra invitan a ser recorridas de día o de noche en auto, caminando, bicicleta o a caballo. Su aire puro, tranquilidad y paz dan cuenta del merecido nombre del paraje”, cuenta Valenzuela.
La sencillez del caserío habilita el goce rural. “Almacenes de campo, una placita rural encantadora, la escuelita, la vieja estafeta, el exclub San Pedro, la vieja casona del mecánico del lugar”, describe Valenzuela.
Es tierra fértil, y muchas de sus huertas orgánicas dan sustento a los platos que ofrecen los almacenes, como el San Francisco, a seis kilómetros en el paraje La Paz Chica, donde los amantes de los aromas camperos vienen a probar su renombrada bondiola y pastas caseras.
Un atractivo más: se encuentra el Cine Club Colón, el único rural activo del país. El bisnieto del fundador atiende la cantina, despacha el vermut de autor Coltri.
“Ofrecemos comodidad con la sencillez que caracteriza el entorno rural”, cuenta Valenzuela. La hostería tiene amenities importantes que aseguran el descanso en el paraje pacífico: un parque con árboles frutales, caballos, gimnasio, piscinas, ozonoterapia, un jacuzzi en una habitación vidriera con vista al rincón donde se pone el sol. Una biblioteca y el mejor plan: una cocina económica en el Sum para que los pasajeros experimenten la experiencia de cocinar con leña. “De eso se trata vivir: protagonizar experiencias inolvidables”, concluye Valenzuela.
Dufaur
- Partido de Saavedra. A 590 kilómetros de CABA
Es un pueblo único, una postal en movimiento, un pequeño tesoro que brilla a un costado de la escénica ruta 33, en el rincón serrano más bello del sudoeste bonaerense. Tiene 200 habitantes y todas las casas tienen una visión privilegiada a las sierras. Arbolado y sereno, invita a caminar y disfrutar del sosiego. “Sus callecitas de tierra, su entorno natural y la paz que se respira, es algo que no se puede describir”, afirma Victoria Cleppe, nacida allí.
En los últimos años se ha convertido en un destino de culto para los amantes de los silencios, se puede hacer base aquí y recorrer los caminos serranos donde se desarrollan emprendimientos que son secretos que se descubren con contraseñas fáciles. “La gente del pueblo es muy amable, con un sentido de pertenencia enorme, lo que hace que cada turista que llega se sienta como en su casa”, sugiere Cleppe.
Ella, junto a su esposo, tienen un hospedaje: Las Pircas. Los propios turistas que llegaban al pueblo fueron presionando para que lo abrieran. “Cada vez más gente busca tranquilidad, la necesidad de abstraerse de su vida diaria en la ciudad”, agrega.
El pueblo tiene una panadería que hace galletas de campo y facturas, un clásico del pueblo: sus alfajores. El Almacén La Moderna es el sitio ideal para probar carnes, pastas y picadas hechas con quesos y fiambres del territorio, y en el patio funciona un patio cervecero. También hay una pileta municipal con una vista directa a las sierras.
¿Actividades? Visitar el tambo turístico El Balcón del Arroyo, con bajada a un arroyo de aguas cristalinas, la Pulpería “Don Francisco”, con especialidad en carnes y panes con harinas alternativas, el comedor de campo Puesto el 17 y el refugio más alto de la provincia, Cerro Áspero.
“Estar tranquilos, silencio, soledad, naturaleza, no preocuparse por nada, inseguridad es una palabra que acá no existe”, dice Cleppe para asegurar que Dufaur es un pueblo único.
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