“Cuando te vayas, me llevarás contigo”
La década del 60 en la Argentina se filtra entre el Cordobazo, la exaltación conservadora de familia y religión, el hipismo, el amor libre, el flower power, y "Ayer nomás", y "La balsa", de Los Gatos. La juventud acunada por la incipiente televisión rompe con las experiencias políticas de sus mayores y abraza posturas insurrectas contra los gobiernos de facto. Apadrinada por la expansión de la Revolución Cubana y la figura del Che Guevara, crece la desilusión hacia el progreso, que no grita lo suficiente tras las ensordecedoras marchas que precederían a "Avenida de las Camelias".
La Fuerza Aérea intenta localizar una pista de aterrizaje convencional para galpones con alas en la hostilidad del blanco antártico. Convencional. Es decir, con ruedas. Es decir, aterrizar un Hércules de varias toneladas sin sistema de esquí sobre el territorio donde los témpanos flotan a su voluntad, y la nieve y el hielo se propagan cubriendo el continente. Es apostar a una pista natural de tierra sobre el suelo, cuyo clima fecha temporadas de acceso específicas y revela su existencia, producto del capricho de la naturaleza, a un grupo de expedicionarios sometidos a la evaluación de sus aptitudes y capacidades. Confiar el tren de aterrizaje principal a semejante impacto era una locura, y uno de los primeros en perder la cordura fue el jefe del grupo aéreo de tareas antárticas, el vicecomodoro Olezza.
–Estamos acá, en la Antártida, haciendo una pista de tierra.
–Che, ¿por qué no ponen una fábrica de helados, ya que están? Qué pista de tierra van a poner… ¡Y en la Antártida!
Durante los intercambios por radio con sus compañeros, la Patrulla Soberanía, con orden de tomar posesión de la isla Seymour (después vicecomodoro Marambio), sometía a escrutinio su juicio por perseguir una utopía que, tan solo unos meses atrás, no hubiese sido posible.
Un diario del 22 de octubre de 1968 predecía: "Cerrarán la base Matienzo". Única base militar de la fuerza aérea hasta el momento, se encontraba en estado de emergencia extrema. El combustible se acababa, el abastecimiento no llegaba y el personal se estaba muriendo. La Patrulla Soberanía llegaba como relevo un año después del primer intento que terminó en fracaso debido a las condiciones climáticas que cerraron el acceso. El rompehielos ARA General San Martín alcanzaba la Barrera de Larsen, 60 km al sur de donde se debía amarrar el buque y bajar la carga. A 10 km, un desprendimiento de la barrera flotaba a la deriva. La embarcación improvisó un arribo al témpano y a través de un puente aéreo evacuó la dotación en emergencia y desembarcó al personal de rescate junto con los insumos.
La Patrulla vivió más de un mes sobre el bloque de hielo, tiempo durante el que movilizó, en más de 160 vuelos, toneladas de alimentos y combustibles dispuestos en tambores y a granel hacia la base Matienzo, logrando su funcionamiento y salvándola, así, de su cierre total.
Con la base recuperada y la ubicación de un terreno apto, comenzaba la aventura de apoderarse de la isla y construir la primera pista de aterrizaje natural en el continente.
El trámite de posesión es sencillo: se empieza plantando bandera. El mástil improvisado era de caña colihue, ahora tótem representativo de la humildad y el rebusque sosteniendo el pabellón celeste y blanco. Se arman las carpas, se labra un acta, se pasa por radio, se eleva a cancillería y ya está hecho. Desde ese momento, la Base pertenece a la Fuerza Aérea Argentina.
En marzo de 2000, el vuelo rasante del Hércules de la Fuerza Aérea era saludado por el personal que celebraba un nuevo aniversario de la primera vez que un avión pesado aterrizó en la base
Con un avión monomotor DHC-2 Beaver sobrevolaron el territorio para encontrar la mejor zona de anevizaje (aterrizaje en la nieve) que parecía acercarse a la costa. Sobre mar congelado puede haber grietas. ¿Qué procedimiento técnico se aplica, en este caso, para asegurar un descenso seguro? Se tiran bolsas de arpillera llenas de piedras. La lógica: a esa altura, si bolsas tan pesadas resisten, los expedicionarios también lo harán. Eso concluyó el testeo y el avión partió de Matienzo.
El Beaver está por anevizar sobre el mar de hielo, pero tiene que hacerlo con mucho cuidado, ya que Marambio está en una meseta a 200 metros sobre el nivel del mar. Durante el descenso pega un salto destartalado, culpa de las ondulaciones del terreno, que le suelta el patín de la cola. El toscano del avión queda apoyado directamente sobre el suelo. La patrulla se apresura y deja esta parte suspendida en el aire, apoyando el resto sobre algunos de los cajones que llevan carpas y comida. Adentro del toscano, y como parte de otro recurso técnico eficaz para combatir la emergencia, el suboficial principal Velázquez tiene elementos de alta precisión: un rollo de alambre y un pedazo de fierro. Primero, hay que acomodar este último entre la parte móvil del amortiguador y la parte fija. ¿Después? Atar todo con alambre. Fin del tutorial para emergencias. Así, el Beaver pudo despegar para eventualmente volver a aterrizar y traer más materiales y personal hasta instalar el campamento.
La Patrulla sube la meseta, lo que demora dos horas y media. Una vez arriba encuentra la tierra prometida: una superficie de barro congelado llena de piedras con el potencial de convertirse en la tan ansiada pista de aterrizaje. Su labor es destruir y sacar, a fuerza de picos, palas y barretas, las rocas emergentes para lograr un terreno liso.
"Sacábamos las piedras grandes. Las poníamos en un ancho de 25 metros a los costados y en su lugar ubicábamos las más chicas. La idea era que allí pueda pasar la rueda de un avión. Esto era muy importante, porque si quedaba alguna y el avión llegaba a encontrarla, caería. Debíamos hacerlo con mucha responsabilidad", recuerda el entonces suboficial auxiliar Juan Carlos Luján, ahora suboficial mayor, veterano de la Guerra de Malvinas, retirado de la fuerza aérea y expedicionario al desierto blanco.
Desde un avión Hércules les lanzan ropa: camperas de lona no mucho más abrigadas que las que hoy se ponen en liquidación por cambio de temporada, más comida, carpas, explosivos y cuatro carretillas de las cuales tres se destruyen, porque no abre el paracaídas. Con los explosivos rajan las piedras todavía pegadas al piso. Así cuesta un poco menos reducir a la mitad los picos de 52 centímetros. "Después no sabíamos cómo seguir porque terminábamos pegándoles con un palo", recuerda Luján.
Era 1969. Mientras nuestros expedicionarios arreglan el Beaver a base de alambre, Estados Unidos llega a la Luna con un despliegue de ciencia y técnica ostentoso. Los argentinos, abrazando el rebusque de la creatividad no nos quedamos atrás y lejos de las transmisiones televisivas iniciamos una operación que romperá de manera efectiva el aislamiento de nuestro país con el continente blanco. "La primera vez que fui a la Antártida, en el 67, tardé 14 días en llegar. En la actualidad, puedo estar ahí en 6 horas 45 minutos", resume Luján.
Aquel avión Hércules les envió más que suministros. La moral de los peones antárticos creció al recibir las cartas de sus familias.
"Me llega correspondencia de mi novia. Cuando abro el paquetito encuentro el reloj Tissot que le envié apenas llegamos porque el frío lo paró. Ella lo había puesto en una cajita con algodón para preservarlo. Cuando lo abro dentro de la carpa, que estaba caliente, se llena de hielo, pero ¿podés creer que estaba en hora y en día?", se vuelve a entusiasmar Luján.
Para esa fecha, la pista tiene 900x25 metros. El día de la ceremonia, la Patrulla marca las cabeceras con tambores de 200 litros. Dentro de ellos toda la basura que juntaron se prende con gasoil. Los aviones tenían que salir de la Base Aérea Río Gallegos, cruzar la separación entre continentes y después de volar 1350 kilómetros, aterrizar con ruedas.
"Cuando un avión viene volando va por navegación como lo haría un barco. Cuando llega a un aeropuerto tiene una radio baliza que le dice adónde tiene que ir. En este caso, cuando veían los focos de humo, usaban el primero para aterrizar y el otro para marcar el descenso de la pista. Así fue que por primera vez en la historia un avión puso sus ruedas desde otro continente, sobre la Antártida".
Para el 29 de octubre de 1969, a un año de casi perder la base Matienzo, los integrantes de la Patrulla Soberanía le habían conseguido a la Fuerza Aérea dos bases militares y la primera pista natural de aterrizaje del continente.
Cincuenta años después, 2019 trae a la Argentina la popularización del trap, los pañuelos verdes y celestes como principales referentes de una variedad de colores ideológicos, las fluctuaciones del dólar y los mercados internacionales en un loop más intenso y las novenas elecciones presidenciales consecutivas, nada menos.
De la Patrulla Soberanía sobrevive la mitad. La Barrera que ayudó al rescate heroico se disolvió y ahora los nuevos buques navegan por encima. Cuando Luján, que se convirtió en vocero de la proeza, volaba para llegar a Marambio, no podía aterrizar porque sobre la meseta se hacía un capuchón. Se cubría. Los pilotos decían que ese lugar "estaba podrido". Para llegar, los aviones debían ir de abajo para arriba volando al ras del mar como lo hicieron después en Malvinas. Eso tampoco se hace más.
El comodoro Maldonado, jefe de Relaciones Institucionales del Comando Conjunto Antártico, cuenta que en ese momento las comunicaciones entre continentes se realizaban por radio. Los días específicos en que lograban comunicarse, lo hacían de forma indirecta a través de una central que enlazaba alguna línea de teléfono público o comunitario, y anteponiendo la palabra cambio para variar el interlocutor.
Maldonado explica: "Hoy, las bases cuentan con señal de celular, internet, wifi, líneas directas, internos y TV satelital, por lo que las comunicaciones no son un problema. Podés enviar un WhatsApp, iniciar una videoconferencia o llamar por teléfono cada vez que lo necesites y el tiempo que quieras. Implementar todas esas facilidades insumió mucho esfuerzo y gestiones. El mantenimiento y mejoramiento de estos servicios son constante dedicación del Comando Conjunto Antártico".
A Luján no tienen que contárselo: "Cuando era posible, mi novia y mi mamá iban a la casa de un radio-oficial amigo y me hablaban desde allí. En Matienzo teníamos muy poco combustible y usábamos el generador eléctrico un ratito para poder hablar. En comunicaciones hay una juerga que dice no es comercial. Significa que la señal no es buena:
–Hola, Mary, ¿cómo te va?
–Hola, Cachito.
–Atento, no es comercial. Mary repetime. No escuches el ruido, escuchame a mí.
Operador: –No sé. No quiere hablar más.
"Tenía mucha bronca. Hacía una semana esperaba enloquecido para escucharla y ella no quería hablar. Yo me enteré qué pasó cuando leí las cartas: Hoy fue un día horrible en mi vida. Yo con unas ganas locas fui a hablar con vos y vos me respondías que no era comercial. ¿Se puede saber qué tiene que ver el comercio con mis sentimientos? Vos me pedías que te repitiera. No puedo. No soy falluta, pero ¿cómo te voy a repetir, mi amor, que te quiero, que te adoro, que te extraño?".
Los trajes actuales son diseñados con tecnología avanzada y en este momento hay cinco mujeres con cargo de oficiales en la base. En el comedor de Marambio, a través de un cartel grande que está a pasos de la entrada, habla la Antártida: "Cuando llegaste, apenas me conocías. Cuando te vayas, me llevarás contigo". La frase elegida resume el sentimiento de entrega y sacrificio de todas las dotaciones que cumplen estadía allí.
Luján vuelve a Marambio todos los años para presenciar la ceremonia de aniversario y el relevo de las dotaciones: "Recuerdo el día en que volví, mirando la ventanilla del avión. Veía el trazo de la pista como un dibujo, las carpitas, el mástil de caña colihue con la bandera argentina flameando. Se me hace que eso era un bebé. Cuando vuelvo, ahora, me da la sensación de que tengo otro hijo exitoso de 50 años. Yo cierro los ojos y puedo ver las carpas. Las veo. Lo tengo grabado".