Cuando la llegada de "la nueva" le da vida a la oficina
Nerina sentía que no encajaba en el ambiente gris pero poco a poco fue transformándolo con su personalidad y el apoyo del resto
Era una oficina gris. Literalmente gris. Gris claro, gris oscuro: gris en distintos tonos pero gris. Las paredes, los escritorios, las sillas. Y quienes la habitaban de 9 a 17, todos arriba de los cincuenta, estaban mimetizados con ella. Así lo vio Nerina cuando entró por primera vez, con 22 años, un vestido de colores y sus rulos eléctricos. Pero lo que a otra persona podría haberle angustiado a ella le pareció un buen plan. “Esa oficina era tan diferente a los otros ambientes donde yo me movía, que al llegar me lo tomé como un desafío. Por una parte, estar con gente tan distinta. Por otra, me creía que les iba a contagiar un poco de onda”.
Pero no fue muy así, al menos al principio. Después de un par de meses de trabajar allí, Nerina pensó que tal vez ser tan diferente era muy provocador, y que por eso sus compañeras y compañeros la trataban con distancia. “Empecé a usar ropa menos colorida, me alisé el pelo para emprolijar mis rulos locos… ¡Y me deprimí bastante!”.
Un día, pasando por el bar que estaba en la esquina de la oficina, Nerina vio por la ventana a Celia, la secretaria de su jefe, que estaba lagrimeando. Nerina entró al bar y le preguntó si podía ayudarla en algo. “Celia me contó que su hija le había dicho que se iba a vivir sola y que eran muy cercanas. ‘Tiene tu edad’, me dijo. Yo le conté sobre mis ganas de irme a vivir sola y que a mi mamá le parecía demasiado pronto pero para mí ya era tiempo”. Cada una pudo transmitirle a la otra su punto de vista y entender un poco más, Celia a su hija y Nerina a su mamá.
La relación entre ellas cambió ese día. Habían generado confianza desde lo personal, más allá de lo laboral. Gracias a Celia, Nerina empezó a ganarse un lugar en la oficina. Ya con más confianza, volvió a sus rulos. ¿Por qué tenía que ser quien no era? Y no solo eso: trajo plantas de interior para su escritorio y propuso que ante cada cumpleaños entre todos le regalaran al cumpleañero una planta o algo de color para su área de trabajo. Celia fue la primera en seguirla; se fueron sumando los demás.
Y al mediodía, cuando ella aprovechaba para caminar dando vueltas a la plaza frente a la oficina, se le unieron Jorge, que tenía pendiente ese tema por el colesterol, y Marisa, que ya estaba harta de comer frente a la computadora. Nerina escuchaba con especial atención lo que Jorge y Marisa comentaban sobre sus hijos, y ellos, lo que Nerina contaba sobre sus padres. Los que para ella eran “padres pesados” para ellos eran “padres involucrados”, y los que para ellos eran “hijos desaprensivos” para ella eran “hijos independientes”. Pasaba como había pasado con Celia en el bar. Lo que antes los alejaba –era tan distintos–, ahora los acercaba en el interés por entender a otra generación y a personas que tienen roles diferentes en una familia. Mientras, entre vueltas a la plaza y plantas de interior, Nerina dejaba de ser “la nueva”.
“El distinto”
Cuando entramos a un nuevo trabajo en el que hay gente que está hace años, encontrar intereses comunes facilita la adaptación. Si no hay mucho en común a primera vista, es probable que se arme el combo “el nuevo / el distinto”, que es difícil desactivar, explica Mercedes Korin, asesora en proyección laboral. “Por parte de quien llega aparece entonces la pregunta preocupada: ‘¿Tendré que cambiar algo de mí para adaptarme?’ Si ese cambio es positivo porque ayuda a mejorar aspectos de uno mismo, bienvenido sea. Pero si ese cambio hace que la persona vaya perdiendo su identidad –en el caso de Nerina, sus rulos y sus colores, son parte de su identidad–, no parece ser una estrategia adecuada. Nerina tomó esa decisión a conciencia y no le resultó porque no se sintió a gusto con ella misma. Cuando sí pudo integrarse fue cuando se acercó de manera genuina a su compañera Celia, y a partir de entonces, el resto empezó a considerarla de otro modo de manera tal de darle un margen para ir conociéndola y viendo qué podían compartir. Hay veces que uno genera estrategias y no funcionan porque no se condicen con lo que uno es, pero en cambio logra su objetivo haciendo algo que le sale más naturalmente y le es más propio.”
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