Cuando la compañía del perro no cura pero alivia
Lady acompañó a Micaela durante su larga enfermedad de 14 años y le sacó la mayor cantidad de sonrisas
"14 años estuvieron juntas, como hermanas. Su destino estuvo signado desde siempre". Pasaron casi tres décadas de la partida de Micaela, y Susana todavía se emociona al hablar de esa entrañable y única relación de amor y fidelidad entre su hermana y Lady, una perrita que había tenido algún antecedente maltés en su linaje sanguíneo, y que logró lo que ningún médico, tratamiento ni cirugía había podido nunca.
Micaela era la menor de cinco hermanos, en una familia de Raúl, padre ferretero, y Liliana, madre docente. Se habían mudado a Comodoro Rivadavia unos meses antes del nacimiento de la pequeña, siguiendo una oportunidad laboral de Raúl. A Lady la había rescatado Susana de la calle poco después del nacimiento de su hermana, siendo apenas un manojo de pelos y pulgas, pero con unos ojitos saltones que la enamoraron sin más.
Cuando la nena tenía dos años la familia recibió una noticia que cayó peor que un rayo: Micaela tenía parálisis cerebral. La mudanza a Buenos Aires, que hasta entonces era un plan a futuro lejano, se aceleró; el tratamiento lo ameritaba. Raudos partieron los padres con los cuatro hijos menores. Encargada de levantar la casa quedó Susana, de 21 años, junto a Lady, a quien no pudieron llevar en el primer viaje.
Huelga de hambre y rencuentro
"Es asombroso, pero apenas se fue mi hermana, Lady dejó de comer. Ella, que desde el vamos hizo sus necesidades afuera, todos los días pasó a hacer pis en el cuarto que ocupaba Micaela", cuenta aún con sorpresa Susana. Finalmente la familia logró reunirse en una casa que alquilaron en Pacheco. Liliana, la abnegada madre, pasó a ocuparse casi con exclusividad de su hija, llevándola regularmente hasta el Centro de Rehabilitación del Lisiado. No hubo médico al que no consultaran, curandero al que no hayan visitado ni tratamiento que no hubieran intentado. Todo y más se hizo por Micaela. Pero lo único que lograba provocarle un cambio visible, de alegría, era Lady.
Los años fueron pasando y la enfermedad de Micaela, a pesar de los incontables esfuerzos, la fue deteriorando. Pero Lady fue siempre esa compañera incondicional. Le saltaba encima, aunque con una delicadeza sorprendente, se quedaba a su lado mientras la bañaban, vigilando atentamente, y en ocasiones con gruñidos de por medio, la delicada tarea que llevaba a cabo Liliana. Dormía a su lado, en una alfombrita que, ajada por el uso y los años, se negaba a abandonar. Era la primera en percatarse ante un quejido de Micaela: pronta, chumbaba como si el peor de los asesinos se acercara. Su entrega, amor y cuidado eran incondicionales.
Pero no era menos sorprendente, recrea hoy Susana, la contrapartida por parte de Micaela. Ella, que pasaba sus días en una silla, prácticamente indemne a lo que sucedía alrededor, esbozaba una sonrisa cuando Lady entraba en la habitación. Dejaba caer su brazo para que la perrita frotara su hocico contra su mano, luego su cabecita, para finalmente tirarse a sus pies.
Cuando Lady no estaba bajo su panorama visual, Micaela hacía sentir su descontento con ímpetu, moviendo lo que su cuerpito le permitía. Una vez que la peque volvía, todo su ser se relajaba y la sensación de alivio era elocuente.
Sin embargo, y a pesar de que se hizo lo imposible y más también por brindarle a Micaela una vida lo más plena y normal posible, el deterioro y el avance de la enfermedad fueron inclementes. La primera en darse cuenta fue, una vez más, Lady. En las últimas semanas, cosa extrañísima en ella, dejó de comer y evitaba alejarse más de medio metro de su ama. Estaba triste pero inquieta, gemía bajito y apretaba su cuerpito lo más que podía contra la silla o la cama de su eterna protegida.
Me voy con vos
En la mañana en que Micaela decidió dejar de luchar contra ese demonio que la carcomió durante 14 años, Lady se metió debajo de la cama para no salir por tres días enteros. La familia, entre la tristeza y el silencioso entendimiento, la dejó tranquila, sabiendo que el animalito también debía hacer su duelo. Pero el dolor y la melancolía pudieron más. Tres semanas más tarde, Lady partió en compañía de su amiga, su dueña, su ama, su fiel seguidora. Seguramente para que, como cada tarde, acariciara su cabecita, donde quiera que estuviera.
Susana cuenta la historia de su hermana y Lady mientras, paciente, va separando los cabellos a través de una ajustada gorra de goma. Estamos en su peluquería, la que bautizó Micaela como obligado homenaje. En el salón, tres perras inquietas -madre, hija y tía- juegan a perseguirse entre cables, sillones y restos de cabello. "Mis clientas las aceptan, saben que son parte de la familia", explica. Lady, de alguna manera, también tuvo su homenaje.
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