Cuando el deseo de un destino marca la identidad de los hijos
No es difícil rastrear a través de las generaciones la influencia de la cultura popular en los nombres más elegidos. Lo que alguna vez era patrimonio de la literatura, la música, el cine y, por supuesto, los ricos y famosos de cada época es en estas últimas décadas patrimonio casi exclusivo de la TV, y su combinación inexacta -pero siempre efectiva- de familiaridad y fantasía. Sabemos que en el nombre del héroe y la heroína está cifrado su destino. ¿Qué mejor destino entonces para un hijo que evocar con su nombre una aventura de la que sabemos a ciencia cierta que tendrá final feliz? No era necesario explicar a quién homenajeaban: su historia, derrotero y características heroicas estaban perfectamente claros para todos (puesto que todos veíamos, o activamente odiábamos ver, los mismos programas). Antes eran las heroínas y los galanes de telenovelas: las Andrea Celeste, las Camila, las Gina, las Antonella, y una larga lista de amores difíciles.
Hoy, las series han reemplazado a nivel global al cine y a las telenovelas como las ficciones por antonomasia, y sus personajes tienen la complejidad y relativismo moral que solemos esperar de nuestras maratones. Game of Thrones es fácilmente definible como "la serie más grande del mundo", y una de las pocas que se siguen al modo clásico, el mismo de las narraciones orales y el de las telenovelas: todos juntos y al mismo paso. Entre las muchas virtudes que tiene la serie de HBO están su abundancia de personajes femeninos memorables -imposibles de encasillar como heroínas o villanas- y una narración coral en la que los dragones y el fuego mágico del Señor de la Luz aportan efectos especiales a lo que es, esencialmente, un manual de real politik.
Su éxito confluye con el cambio de época y el regreso del feminismo a la conversación pública: cuatro mujeres son los pilares sobre los que se asientan los últimos tramos de la historia. Todas ellas son aristócratas que enfrentaron su destino manifiesto -casarse para mejorar las chances de sus familiares masculinos de acercarse al Trono de Hierro- para convertirse en dueñas de sus futuros. Sus nombres (Daenerys Targaryen, Arya Stark, Cersei Lannister y Sansa Stark) no inspiran en las madres la posibilidad de un romance perfecto ni la de una existencia feliz (o siquiera prolongada) para sus hijas. Pero sí algo más necesario por estos días: la fortaleza para sobrevivir en un mundo hecho a la medida de los hombres.
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