Cromagnon, el espejo de un sistema criminal
Ayer a la mañana estaba en la Legislatura porteña, en un simposio sobre prevención de tragedias evitables convocado por Familias por la Vida, una ONG de padres, hermanos y sobrevivientes de Cromagnon. Cuando circuló la noticia de la muerte de Chabán, algunas madres aplaudieron y pegaron un grito; otras se mantuvieron en silencio. El aire quedó cargado de una electricidad rara.
La pregunta que surgió fue: ¿qué clausura esta muerte? No tenía idea. A duras penas podía responder la pregunta que, quince minutos antes, nos había hecho una sobreviviente: "¿Para qué entrevistan a Chabán?".
Desde hace diez años escribo y edito notas sobre Cromagnon en la revista Rolling Stone. En este momento estoy ultimando los detalles de una y, como sucedió todas las veces, creo que va a ser la última. Ese trabajo me llevó a conocer a familiares de víctimas -Nilda Gómez, por ejemplo, que me invitó a participar en una mesa de este simposio- y también a conversar con Omar Chabán en el último tramo de su vida.
El verano pasado lo visité un par de veces en su habitación del Santojanni para escribir sobre él. Chabán cumplía arresto hospitalario; había estado a punto de morir y por esos días manifestaba un repunte inesperado. Los años de confinamiento se le veían en la cara: la barba, las ojeras, la dentadura rota y el bronceado del sol que entraba por la ventana le daban un aspecto primitivo, como el de un árabe del desierto.
No tenía una idea clara de la gravedad de su cuadro clínico, o pretendía no tenerla. Como siempre, combinaba rasgos de una altanería insoportable con cierta entrañable inocencia infantil. Si bien incurría todo el tiempo en contradicciones, asumía más frontalmente su responsabilidad en la tragedia. Renegaba de la libertad que había fomentado en el under (esa especie de monstruo que a sus ojos se le volvió en contra), le apuntaba al público y resumía la ecuación así: "Negligencia es la palabra que nos cabe a todos en esta historia".
Dentro del rock, Chabán fue un padrino excéntrico, un gurú díscolo, un frustrado del teatro avant-garde que venía a impartir lecciones estéticas. Sus errores como empresario fueron muchos y fatales, y a la vez eran parte de una cultura temeraria generalizada. Chabán creció en un hábitat que lo dejó hacer y que después lo convirtió en un villano de cómic. Las causas por las que fue condenado están más que probadas, así como también las razones por las que muchos artistas elegían negociar con él. Pero volviendo a la pregunta de la sobreviviente, y más allá de las víctimas, del dolor y del proceso penal que están por encima de todo, negar la historia y el punto de vista de Chabán sería negar una parte de lo que somos, de lo que validamos durante tanto tiempo y de lo que no supimos ver.
Si Cromagnon fue el espejo horroroso de un sistema corrupto y criminal, Chabán fue la encarnación del estado colectivo de inconsciencia que lo permitía. Su muerte no clausura nada: es el último síntoma de una tragedia en continuado.
El autor fue director de Rolling Stone
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