Cristóforo Colombo, el proyecto educativo que estrecha vínculos entre italianos y argentinos
Instalado en el barrio porteño de Núñez, este colegio fue uno de los destinos ineludibles de la visita a Buenos Aires del primer ministro italiano Matteo Renzi
El colegio ítalo argentino Cristóforo Colombo y el liceo franco argentino Jean Mermoz tienen varios puntos en común: fueron edificados en terrenos separados por una calle que la Ciudad donó a los Estados de ambos países; se concibieron para educar a inmigrantes de la posguerra y los descendientes argentinos; ofrecen proyectos educativos de fuerte contenido humanista basados en programas europeos; recibieron ayuda económica estatal; lograron alcanzar niveles de excelencia y suelen etiquetarlos como elitistas. También generan ocasionales chasquidos mediáticos por el sambenito de recibir a "hijas e hijos de famosos", empresarios, dirigentes políticos y diplomáticos.
Instalado en un edificio de 10.000 metros cuadrados en Ramsay al 2200, en el barrio porteño de Núñez, el colegio Cristóforo Colombo fue uno de los destinos ineludibles de la visita a Buenos Aires que el 16 de febrero realizó el primer ministro italiano Matteo Renzi , tal como ocurrió en el Mermoz una semana después con el presidente francés François Hollande .
En la página web se elige destacar el proyecto educativo ("La formación integral como objetivo didáctico"), la importancia del deporte dentro del mismo y un plan de estudios para formar "ciudadanos del mundo". También se puede leer la historia de la institución a través de un texto que al final destaca: "Hoy la Escuela Cristóforo Colombo ofrece educación de excelencia para más de 1000 alumnos, basada en valores humanísticos trascendentes y cumple además con el rol de estrechar aún más los lazos de amistad y cooperación entre italianos y argentinos".
Aldo Brunetta, vicepresidente de la asociación sin fines de lucro que administra el colegio, y Sofía Iummato, gerente, reconocen lo "carísimo" de la cuota (entre 5000 y 11.000 pesos) pero recuerdan que es similar a la de otros del mismo nivel y aclaran que no sólo no reciben subvención oficial alguna sino que ese importe incluye todos los ítems (campamentos, actividades extraprogramáticas, material didáctico) además de que son nueve cuotas al año y la inscripción. "El 80 por ciento de lo recaudado es para salarios y el resto se reinvierte", insiste Brunetta, ex alumno del colegio, al que también fueron sus hijos. "El desafío es mantener una escuela italiana en la Argentina; antes para los italianos y ahora para todos los argentinos", resume el directivo.
Se nota la tarea diaria en los pasillos y más de 50 aulas y laboratorios que vieron o ven pasar a los herederos de Roberto Abbondanzieri, Daniel Angelici, Tristán Bauer, Jorge Burruchaga, Guillermo Cópppola, Donato De Santis, Daniel Filmus, Bobby Flores, Marcelo Garrafo, Mónica Gutiérrez, Lalo Mir, Enrique Petracchi, Cristiano Rattazzi, Paolo Rocca, Elizabeth Vernaci o Fabián Von Quintiero, entre muchos otros, además de hijos de empresarios y diplomáticos.
También asistía el hijo de Federico Storani, Manuel, fallecido de manera trágica en abril. Pero todos los consultados coincidieron que tanto las autoridades como el plantel docente no suele hacer diferencias por el apellido y sólo importa la performance académica.
El equipo docente tiene un fuerte componente de profesores italianos enviados desde allá por el Estado -que también revisa y aprueba balances y currícula-; más otros contratados por el colegio que en ambos casos logran aquí una titularidad y antigüedad que en la península es más trabajosa. A ellos se suman ex alumnos o especialistas que conforman un plantel de poca rotación y cohesionado que los padres siempre destacan. La actual rectora Lucia Dalla Montà asumió este año luego de pasar por colegios en Madrid y Washington.
Al igual que en el Mermoz, los alumnos rotan entre cursos, pero a diferencia del primero, que lo hace cada año, en este colegio es cuando terminan los ciclos, que tienen el mismo plan de estudios de los países europeos, pero con las adaptaciones al sistema argentino.
Ana Elena Bonzi fue alumna en los años 70 y allí conoció al padre de sus dos hijos, que luego irían al colegio desde mediados de los 80 (una de las características de la institución es que educó a generaciones enteras de familias). "Recuerdo la severidad de los profesores; que nos enseñaron a pensar más que a memorizar; las horas dedicadas; el desafío de tener que estudiar para pasar exámenes internacionales que permitirían entrar en las universidades de Europa sin ingreso y la capacidad de poder hablar de política en épocas en que estaba prohibido. Te exigían hasta la médula: estudiabas para un 10 y apenas lograbas sacarte un 6", sostiene.
"En mi época no era un colegio de elite -agrega-; los padres de mis compañeros podían tener un puesto en un mercado barrial, como ser el hijo del cónsul o del embajador italiano. Esa diversidad te abre la mente, el corazón y te muestra que todos somos iguales. La cuota era accesible, sino mis padres no nos hubiesen podido mandarnos a mi hermano y a mí. En la época en que mis dos hijos fueron, el colegio aún mantenía intactos algunos valores, era la mayoría hijos de italianos que buscaban una buena educación para los hijos, mantener la misma cultura que habíamos aprendido y aceptar el desafío de un colegio 'sui generis". Con el tiempo el colegio cambió: creo que hoy sí es de elite y que ya no concurren sólo los descendientes de italianos. Ojalá todos pudieran acceder a ese colegio".
Uno de los hijos de Bonzi es Marcos Franceschini, ingeniero mecánico, empleado de la gerencia de Proyectos Espaciales de INVAP y vinculado al del ARSAT. "Creo que somos una elite. Pero no en un sentido de superioridad, sino por ser una minoría que tuvo la fortuna de ser educada por italianos en el colegio y por argentinos fuera de él. Disociados desde temprano, como los inmigrantes. Con la sensación, debido al amplio espectro de contenidos, de ser ciudadanos del mundo", señala. "Recuerdo que podíamos ser críticos con los contenidos pero de ninguna manera podíamos faltarle el respeto a los profesores. Profesores muy exigentes, al punto de sentirlos muy distantes, nos preparaban de esta forma para el ambiente universitario. El ritmo a veces representaba un calvario para algunos alumnos, si no podían seguirlo se iban del colegio, no había excepciones. En general para superar exitosamente la escuela media y finalmente el liceo había que entrar en la primaria, paso a paso. Las excepciones eran los italianos, en general hijos de embajadores, cónsules, agregados militares y empresarios que entraban en cualquier año sin ningún trato diferencial, éramos todos iguales; para ellos el colegio era fácil lo cual muestra que el nivel de las instituciones educativas públicas italianas era excepcional".
Ya en este milenio, el colegio incrementó la cuota de manera notable y este blog abierto en 2008 registra el malestar de algunos padres sobre lo inaccesible de la cuota. Brunetta recuerda el episodio y asegura que entonces se reunió con ellos para explicarles la situación.
Una alumna que egresó a principios de la década cuenta a cambio de no ser identificada: "Siempre fue un poco sesgada la pertenencia a cierta clase social; era muy de familias grandes donde generaciones enteras iban al colegio. Hoy en día creo que es mucho más elitista y no sé si está de moda, pero sí es mucho más cerrado el público que va. En lo personal no lo sentía ni elitista ni expulsivo, pero reflexionando hoy puede que sea un poco expulsivo el hecho de que la exigencia académica sin mucho acompañamiento provoque que quienes no rindan se terminen por ir".
El sociólogo Gabriel Puricelli Yáñez y la licenciada en Ciencias de la Educación Mercedes Romera son padres de una niña que este año egresará de la primaria y continuará la formación en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Ellos eligieron el Colombo por la cuestión edilicia y porque buscaban jornada completa y el sistema público (donde la hija había realizado el nivel inicial) no tiene una oferta generosa. "Nos terminamos de decidir cuando la directora nos aclaró que no teníamos que hablar el idioma nosotros (como exigían en el Mermoz) sino una cercanía a la cultura italiana", recuerda Romero. "Es una institución de una gran exigencia académica, muchas horas y un equipo docente muy bien preparado. La cuota es acorde a todas las de este nivel. Nunca nos pareció para nada expulsivo", añade. "Vas a hablar con los maestros y el retrato que hacen es el de tu hijo", agrega Puricelli. Ellos también confirman que "los hijos de" son parte de la comunidad, pero sin favoritismos de ningún tipo.