Crisis sanitaria: “Se necesita que los médicos no sean meros empleados que cumplen horario”, pide un referente de la profesión
El prestigioso e innovador oftalmólogo Enrique Malbrán, miembro de la Academia Nacional de Medicina, analiza el rol de los médicos en medio de las restricciones que enfrenta el sistema
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Si hay algo de lo que se habla en la familia de Enrique Malbrán es de medicina. Hijo, padre y abuelo de médicos, el especialista que desde 1981 ocupa el sitial dedicado a la oftalmología en la Academia Nacional de Medicina (ANM) y aportó innovaciones a la cirugía ocular que enseñó –y sigue haciéndolo– en el país y el exterior. A los 93 años, tras repasar los cambios en la práctica médica y la formación profesional que se fueron dando y ante la crisis que enfrenta el sistema sanitario, afirma: “Hoy, se necesita que los médicos sean médicos y no meros empleados que cumplen un horario y ven una determinada cantidad de pacientes”.
La última cirugía la hizo en 2021 y sigue yendo a la Clínica Oftalmológica Malbrán si surge un caso complejo o se trata de alguno de sus expacientes. Divide el resto de su tiempo entre clases, conferencias y simposios: el último fue online con profesionales de India.
Con Carlos Malbrán, pionero de la salud pública argentina, comparten el origen familiar: “Vendría a ser un tío abuelo tercero de mi padre”, señala ante la consulta.
Tiene ocho hijos, más de 20 nietos y siete bisnietos. Sonríe al definirse como “el más antiguo” de los académicos en la ANM y durante la entrevista con LA NACION en su casa se refiere varias veces, agradecido, a su padre, Jorge Malbrán, considerado maestro de la oftalmología. Trabajó con él desde que se recibió en la Universidad de Buenos Aires (UBA) cuando tenía 21 años. “Hizo una escuela abierta, sin tapujos –describe–. Y, así, llevó también la relación con los pacientes y otros colegas. Es importante que en la medicina siga habiendo escuelas directrices”.
Al repasar sus propios aportes a la oftalmología, antes de avanzar pide aclarar: “Me tocó una época de cambios muy interesantes en la medicina que aportaron un estímulo para muchos desarrollos. Tengo que agradecerlo porque, quizás, en períodos más grises eso no se hubiera dado –dice–. También fue el estilo de la escuela en la que me formé, alrededor de mi padre, con quien llegué a trabajar 20 años. Aun los domingos, cuando le llevaba los nietos, nos entusiasmábamos al hablar de medicina. Ese entusiasmo es un fuego provocador de ideas”.
Testigo de la evolución de la práctica médica en el país, sostiene que los cambios, desde que empezó a trabajar en 1952, fueron “enormes y muy importantes”, como pasar de la internación a la atención ambulatoria con los hospitales de día. “También varió globalmente la situación social –agrega–, pero en países como el nuestro, tan sujetos a deterioros económicos cíclicos, se acentuó mucho más: la Argentina supo tener un lugar espectacular en el mundo respecto de otros países de la región y esto se fue perdiendo en el tiempo por las organizaciones y el aspecto sindical, que modificaron el ejercicio de la medicina y profesionales que empezaron a tener una perspectiva diferente de la práctica y el futuro”.
En esa trayectoria, se fue deshilachando una definición que para Malbrán no es menor: ¿qué es ser médico?
“La vocación hay que estimularla: se perdió mucho la medicina personalizada en tanto relación médico-paciente, que el médico conozca la familia, en torno a la que muchas veces surgen problemas que hacen a la salud. Hay médicos que no saben el nombre de los pacientes y hay pacientes que desconocen el nombre del médico que los operó. Es bastante lamentable, ¿no? –plantea–. Hoy, se necesita que los médicos sean médicos y no meros empleados que cumplen un horario y ven una determinada cantidad de pacientes. El resultado lo tenemos a la vista. Preguntarse cómo se le podría dar de nuevo un enfoque más humanístico a la formación médica quizá sea una visión un poco romántica, ¿pero no era mejor cuando el médico tenía un rol social claro? La formación se fue deformando”.
Malbrán no ejerció la docencia por motivos políticos en la universidad donde se formó. Cuando se iba a inscribir en el profesorado para poder enseñar, le dijeron que tenía que firmar una afiliación partidaria. “En ese momento –recuerda–, les respondí ‘De ninguna manera’ y me fui. Más adelante hice docencia en instituciones que creé [como el Hospital Universitario Austral] o donde me convocaron, en el país y el exterior. La docencia es importantísima para la formación, pero no si pasa a ser lo que es actualmente, con el profesor que está urgido por ir a otro trabajo, sin tiempo para preparar sus clases, siempre con los mismos temas que dicta del mismo modo, sin entusiasmo ni espíritu para renovarse. Y esto se entiende, no se los puede criticar, porque el contexto sin ingresos acordes a la responsabilidad llevó a los profesionales a perder la ilusión de lo que hacen”.
Aportes extraordinarios
Entre los innumerables reconocimientos que recibió de academias de ciencia, universidades y estados, uno es Profesor Extraordinario de la UBA. En 2017, la Facultad de Ciencias Médicas lo distinguió por sus aportes a la oftalmología. “Me tocó desarrollar cosas importantes”, dice, al repasarlas.
Primero se refiere a “una aliada a los procedimientos quirúrgicos”. Se refiere a la incorporación de la imagen durante la cirugía. “Introduje el uso de la televisión con el microscopio en la Argentina, después del microscopio en la cirugía ocular. Al principio, ningún profesional quería usarlo y no solo en el país”, rememora.
Dio cursos de iniciación en microcirugía en la Academia Estadounidense de Oftalmología cuando ese cambio en los procedimientos empezó a tomar forma. “Cirujanos formados, con experiencia y trayectoria, estaban muy incómodos en tener que operar con microscopio, que fue una revolución –cuenta–. Casi todo en lo que intervine fue una innovación, como el uso de las lentes intraoculares”.
En ese campo, Malbrán desarrolló formas de poder usar esos dispositivos en lugares del ojo donde aún no se implantaban y que no fuera la cirugía de cataratas convencional. “Pero hay una cantidad de otros casos en los que no hay cómo mantener el lente en el lugar con la anatomía natural del ojo y hay que crear un artificio para que pueda fijarse o encontrar dónde ubicarlo cuando las estructuras están muy alteradas por una complicación previa, como un trauma”, explica.
En ese momento, hasta los laboratorios en Estados Unidos que producían esas lentes confiaban en que la idea del oftalmólogo argentino multiplicaría la cantidad de pacientes que podían tratarse. “Hoy no hay revista especializada en cirugía oftalmológica que no incluya cinco o seis procedimientos para implantar lentes a partir de aquel cambio”, comenta.
Un domingo de agosto
Una de esas nuevas formas de colocar los implantes intraoculares surgió un domingo de agosto de 1985 mientras Malbrán manejaba por la Panamericana de regreso a casa con su familia. “Tenía que operar a un paciente al que le tenía que hacer un injerto de córnea, pero me preguntaba cuánto ganaría de visión si no podía usar lente del contacto porque tenía una cicatriz por glaucoma”, comparte, entre tantas anécdotas.
Mientras manejaba, se le ocurrió cómo fijar la lente. “Dejé a la familia en casa y me fui a operar al paciente: eso dio origen a los lentes fijados que todavía se utilizan y la mayoría de los profesionales jóvenes desconocen que se inventó en la Argentina. Tampoco puedo ir por ahí diciéndolo… Hay que tener un poco de pudor”, bromea.
Al académico también se le atribuye la introducción del láser en la cirugía oftalmológica en el país. “Su uso en la medicina tiene un principio oftalmológico con la cirugía de la retina”, cuenta, enseguida. Pero aclara que lo primero fue, en realidad, la fotocoagulación con lámparas de xenón, que generan energía luminosa para inducir una reacción útil en el tejido, como la cauterización. En ese caso, según explica, la luz era completa, mientras que en el láser pasó a ser monocromática y permitió hacer lo mismo, pero más puntual en el tejido a tratar.
“Cuando empecé a hacer la cirugía con fotocoagulación, el 20 de enero de 1960, había menos de 20 equipos en el mundo –señala Malbrán–. El láser lo comenzamos a usar entre finales de los 60 y principios de los 70 específicamente para la cirugía de desprendimiento de retina. En la segunda década del siglo pasado, un médico suizo planteó que la retina no se rompía porque estaba desprendida, sino a la inversa, y que había que cerrar las rupturas: así se pasó de curar a ningún paciente a hacerlo en hasta un 45% de los casos”.
Ese fue, para Malbrán, un avance de alto impacto. Después, la fotocoagulación se usó para mejorar la cirugía de otros problemas de la retina, como la retinopatía diabética o los tumores endooculares. Más adelante, con el principio del cambio de la forma de la córnea es que llegará el uso refractivo del láser para mejorar defectos de la visión. “Pero lo importante es lo que significó el láser para el tratamiento de las enfermedades en la retina y los tumores, entre otros usos”, dice el oftalmólogo.
Luego de compartir más anécdotas, vuelve a hablar de lo que es su pasión, además de su familia. “Dirá que soy un fanático –propone y ríe–. Pero la oftalmología es una ciencia amplísima. Y es mucho más amplia de lo que se creía”.
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