Crisis por el Covid: más que camas, en las terapias intensivas faltan profesionales
No existe reglamentación que fije la cantidad de plazas, pero sí una recomendación de 15 cada 100.000 habitantes; la Argentina llega a 27,5, gracias a la incorporación de nuevas unidades; el problema, dicen los expertos, es que no hay suficientes especialistas que las atiendan
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Todos los días hay un dato que preocupa mucho: el porcentaje de camas ocupadas en terapia intensiva. La Argentina, antes de la pandemia, tenía 18,6 camas en esos servicios cada 100.000 habitantes. Ahora, poco más de un año después, la densidad trepó casi un 50% y es de 27,5 cada 100.000 habitantes.
“Estamos bien –dice Arnaldo Medina, secretario de Calidad en Salud del Ministerio de Salud de la Nación–. Alemania, Estados Unidos y Francia tienen más de 30 camas cada 100.000 habitantes. La ciudad de Nueva York es la que más tiene: supera las 40”.
Antonio Galessio, exjefe de Terapia Intensiva del Hospital Italiano y expresidente de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI), afirma que “no existe un estándar de camas por habitantes. Sí una recomendación: como mínimo, 15 camas de terapia intensiva cada 100.000 habitantes. Hay gran variación entre países. Esta recomendación aumentó en pandemia. Pero no existe ninguna publicación, ni siquiera un dato presuntivo de a cuánto debería llegar. En la Argentina tenemos una proporción excelente”.
Pero el problema es otro. “No se trata de ir sumando camas y camas como parte del mobiliario –considera María Alejandra Lupis, licenciada en kinesiología, intensivista y jefa de Kinesiología del Hospital Lucio Meléndez de Adrogué–. Falta personal especializado: para qué hay más camas si no hay quiénes las atiendan. Si se convoca personal nuevo, vienen de Emergentología o de Unidad Coronaria, pero no conocen todo lo que la especialidad requiere. Lamentablemente el recurso humano termina siendo más finito que los respiradores o los bloqueantes neuromusculares”.
Una situación límite
Alejandro Risso Vázquez, médico integrante de la SATI, explica que existe una gran concentración de camas de en el área metropolitana de Buenos Aires, pero que saliendo de allí “el número es bajo. Además, en este momento existe un colapso porque hay pacientes críticos en camas fuera de área de terapia intensiva. Más que contar camas, hay que determinar si son operativas, si hay quiénes las atiendan”.
Según un informe de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) publicado en mayo de 2020, en la Argentina hay 5,3 médicos intensivistas cada 100.000 habitantes, luego de Brasil (8,81/100.000) y de Uruguay (17,27). Es el tercer país de América Latina en el ranking.
“Pero somos pocos, unos 1800 –afirma Guillermo Chiappero, vicepresidente de la SATI–. Desde la epidemia de H1N1 pusimos un alerta a la población sobre la baja cantidad de médicos, kinesiólogos, enfermeros, bioquímicos; aun la mucama que está en el área de cuidados críticos también trabaja codo a codo con nosotros. Pero desde que comenzó la pandemia no se aumentaron los especialistas: necesitan cuatro años de formación. Hubo intentos de capacitación para tener un resguardo de profesionales, pero no prosperaron”.
“El Ministerio de Salud dictó normas para terapia intensiva en el país en 2014, con la participación de la SATI –agrega Galessio, que integra el Comité de Gestión de la entidad–. Cada unidad de terapia intensiva (UTI) debe tener un jefe, un médico intensivista de guardia cada 8 pacientes y otro médico de seguimiento diario que asista de 6 a 8 horas, por ejemplo de lunes a viernes con guardias pasivas los fines de semana. Con la rotación que supone un servicio que está siempre activo, la cantidad de profesionales no es suficiente. Ni de médicos ni tampoco de enfermeros especializados, cuya falta también es crítica”.
El pluriempleo es un problema frecuente en las UTI. ”A veces hay un médico cada 16 camas, acompañado por un residente de Clínica, Emergencias o Cirugía”, puntualiza el expresidente de la SATI.
“Tenemos gente de 60 a 64 años haciendo varias guardias de 24 horas por semana, mal pagos. Es inhumano –agrega Chiappero–. Si no se cambia la forma de trabajo y se ofrecen algunas ventajas, la especialidad dejará de ser atractiva y va a desaparecer porque nadie querrá hacerla”.
El secretario de Calidad en Salud admite que el recurso humano hoy trabaja más de la cuenta, especialmente los médicos. ¿Tiene solución? “Faltan intensivistas tanto de adultos como pediátricos, neonatólogos, emergentólogos, médicos de familia –reconoce Arnaldo Medina–. Hay distorsiones en la formación médica, condicionadas por cuestiones de mercado, por el tipo de trabajo. Ser intensivista implica mucho estrés. Este año, en agosto, inauguraremos una residencia en Cuidados Progresivos en hospitales nacionales y provinciales, que permitirá en tres años formar médicos que puedan ocupar distintas funciones en un hospital. Quizá no tengan el expertise de un intensivista, pero sí podrán sostener a un paciente crítico”.
Cantidad versus circulación
Durante el año pasado, las camas de UTI se incrementaron de 8521 a 12.547. “Antes de la pandemia había más privadas. Ahora están casi igualadas porque el gran incremento se dio dentro del sector público”, detalla Medina.
Por otra parte, en julio pasado, el Ministerio de Salud informó que los respiradores aumentaron de 6211 a 8602. Ayer, según un comunicado oficial, llegaron 250 respiradores nuevos de un total de 546 que adquirió la cartera sanitaria nacional. Sin embargo, el oxígeno –que nutre a esos dispositivos– se ha vuelto un insumo crítico. “Es un problema dramático. Hay tres empresas que empezaron a colaborar entre sí y tienen el 97% del mercado”, añade el funcionario. “Hay posibilidad de importar un 5% más y de optimizar su utilización. Pero no es tan fácil. Estamos al límite”, agrega.
Rodrigo Quiroga, doctor en Química y especialista en Bioinformática de la Universidad Nacional de Córdoba, considera que en cantidad de camas de terapia intensiva la Argentina está por encima de muchos países europeos y coincide en que no existe un gold standard. “En pandemia la cantidad de camas es una cuestión engañosa, porque mientras más camas hay lo que se evita es tomar medidas para restringir la circulación del virus, y existe el riesgo de tener muchos muertos a pesar de que nunca se sature el sistema de salud, que fue lo que ocurrió el año pasado”.
“La gente no termina de entender cómo es un día en un hospital. Estamos en ese momento en que tenemos que respirar hondo, meter la cabeza en el agua y ver hasta dónde aguantamos. La mortalidad en esta segunda ola estará más dada por la falta de acceso a los servicios de salud que por la enfermedad”, concluye Lupis, jefa de kinesiología del hospital Meléndez de Adrogué.
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