Crianza saludable: cómo poner límites a los hijos sin llegar a perder el control
Según un informe del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, se retrae un estilo de educación negativa, que implica castigos físicos y verbales; la negociación, la búsqueda de las causas detrás de las conductas y la fijación de reglas claras son los modelos a seguir, para los especialistas
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Con los chicos en casa todo el día en 2021 y por segundo año durante la pandemia de Covid-19, se dio un efecto no deseado para lo que especialistas definen como una crianza saludable: subió como nunca antes en doce años no solo el uso de las penitencias, sino también de los retos con gritos, los golpes y los insultos para corregir comportamientos, de acuerdo con un relevamiento local. Esto habría disminuido el año pasado con la vuelta a las rutinas familiares y la presencialidad escolar, pero los datos demuestran que aún persiste el uso del castigo físico y verbal. ¿Cómo, entonces, poner límites a chicos y adolescentes sin llegar al abuso que implica perder el control?
“Hay que ser muy claros en que no puede haber castigo físico ni agresiones verbales o indiferencia porque eso tiene un gran impacto en la psiquis y el desarrollo de los chicos: poner límites significa proteger a los hijos”, sostiene Ángela Nakab, miembro de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) y jefa del hospital de día del Hospital de Niños Pedro de Elizalde. “Es importante –continúa– que chicos y adolescentes aprendan que tienen que cumplir normas básicas, como el cuidado de su salud (bañarse, lavarse los dientes, cómo comer) y la no agresión a otros (no se pega, no se insulta y no se agrede emocionalmente). Es decir, saber qué es lo que se permite o no en la familia, con circunstancias excepcionales en los que esos permisos van a ser más flexibles.”
Puso como ejemplo permitirles a los chicos pasar un poco más de tiempo con una pantalla cuando están enfermos, dormir una noche con los padres o volver más tarde de una salida con amigos.
De acuerdo con el último reporte sobre el estado de la infancia del Observatorio de la Deuda Social Argentina en la Universidad Católica Argentina (ODSA-UCA), que se presentó el mes pasado, las penitencias y los retos son las formas más comunes de poner límites en casa, seguidas de las agresiones físicas y verbales, que aún persisten. Un 22,2% de los menores de 17 están expuestos a que los golpeen y, un 6,3%, a que los insulten, los humillen o maltraten a los gritos. Estos valores están por debajo de los de 2019 y son los más bajos desde 2010, cuando a casi el 31% de los chicos o adolescentes los castigaban físicamente y el 9,3% sufría de abuso verbal.
Con las medidas sociales durante la pandemia coincidió un aumento de todas esas formas de imponer disciplina. Y fue mayor en 2021 que en 2020 y cuando todavía se debatía si volver o no a la presencialidad en las escuelas: a más del 90% de los chicos y adolescentes se los puso en penitencia (por ejemplo, no mirar televisión, no salir a jugar o asignarle otra tarea), mientras que más del 77% (el 78,8% en 2021) recibió retos en voz alta, de acuerdo con el trabajo del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia del ODSA que coordina Ianina Tuñón, investigadora especializada en sociología infantil y pobreza.
En 2021, el uso de la agresión física alcanzó a casi cuatro de cada 10 chicos y adolescentes (38,8%), mientras que el uso de la agresión verbal llegó a casi dos de cada 10 menores (17%). Ambos son los registros históricos más altos en 12 años.
En la encuesta nacional de Unicef Argentina para el período 2019-2020 sobre los métodos de crianza en los chicos de entre 1 y 14 años, los investigadores resumieron así su resultado: “A pesar de que el 97% de las madres o cuidadoras manifiestan que [chicos y adolescentes] no deben ser castigados físicamente en la crianza y la educación, el 59% de los hogares utiliza métodos de crianza violentos, como agresiones verbales y castigo físico” con los chicos.
Mantener el control
“Muchas veces, los chicos llevan a los padres o los adultos a cargo al límite de la paciencia, pero el adulto tiene que mantener el control –insiste Nakab–. Cuando un chico hace un berrinche, se enoja, no presta atención, no estudia o tiene un mal comportamiento, hay que saber que es porque está desregulado debido a una sensación de frustración. Si en ese momento el adulto muestra el mismo descontrol, el chico aprende que el conflicto se resuelve de esa manera.”
En esas situaciones, como aconseja a las familias, primero debe calmarse el adulto para poder calmar al menor. Una vez en control, una recomendación es cambiarles a los chicos el foco de atención hacia un estímulo que sea atractivo. “Esto sirve para que el chico pueda volver a regularse -agrega-. Los chicos no aprenden cuando se les grita o pega, sino cuando se les marcan pautas de disciplina o normas y se les explica por qué algo no está bien.”
Esos límites, además, tienen que ser coherentes en la práctica. “Si se les dice que hay que cruzar por la esquina, el adulto no puede cruzar por mitad de calle”, pone como ejemplo.
En la adolescencia, cobrarían más importancia la “negociación” de reglas claras, como fijar horarios o compartir la cena, y que los hijos sepan que los padres están afuera cuando cierra la puerta de la habitación. “No hay que abandonarlos aunque los adultos sientan lo que muchos padres perciben como rechazo –recomienda Nakab–. Es positivo que el adolescente participe para consensuar esas reglas porque, de esa manera, se está comprometiendo a cumplirlas.” Esto incluye el colegio: asumir la responsabilidad de estudiar.
Causas escondidas
Y ese suele ser uno de los motivos de discusión familiar, cuando los chicos llegan con malas notas o no les interesa estudiar. “Las penitencias y los retos no ayudan a producir el cambio. Es fundamental ver las causas”, sostiene al respecto Adriana Napque, doctora en psicopedagogía y coordinadora del área de Psicología del Departamento de Educación de la UCA.
“Hoy –continúa–, sabemos que hay muchos factores a analizar cuando a un estudiante le va mal en la escuela: no es tan simple como pensar que no quiere estudiar. Inclusive si no quisiera o no estuviera motivado a estudiar, también tendríamos que analizar qué puede haber detrás: factores cognitivos, emocionales, estrés, aburrimiento, entre otros. En esos casos, hay que tener en cuenta que si las exigencias están muy por arriba de las posibilidades del estudiante producen estrés y, si están muy por debajo, aburrimiento.”
¿Influye en el aprendizaje la manera en que los padres eligen ponerles límites a los chicos? Napque, que es también coordinadora del curso de Neuroeducación de la UCA, explica que los límites “contribuyen a la organización de la personalidad, favorecen el desarrollo de competencias emocionales y el desarrollo de las funciones ejecutivas”. Por eso, dice que influyen en el aprendizaje. Pero aclara que “las rutinas y los límites serán efectivos si el niño cuenta con padres físicamente presentes y emocionalmente disponibles. Si los padres están desbordados o las situaciones que atraviesan los exceden en sus posibilidades de control y regulación emocional no podrán regular emocionalmente al niño (esa corregulación posibilita la autorregulación)”.
Recuerda que la educación inicial acompaña a la familia en el desarrollo de los más pequeños, ordena, organiza a la familia y ayuda a sostener hábitos y pautas de crianza saludables. “Por eso –añade–, en la pandemia muchos padres se sintieron desbordados cuando cerraron las escuelas.”
Señala, también, la importancia no solo de que los mensajes sean “claros, coherentes y consistentes”, sino también de asegurarse de que, sean chicos o adolescentes, los entiendan. “Que comprendan la implicancia y la responsabilidad de sus acciones. Eso permite la internalización y da seguridad, al tiempo que promueve la autonomía gradual –dice–. Un recurso importante para ayudar a ‘autorregular’ es dar un tiempo corto hasta que todos se hayan calmado. Luego, conversar sobre el problema y cómo resolverlo.”
Con los adolescentes, Nakab aconseja, a la vez, evitar criticarlos, opinar sobre su cuerpo o hablar sobre ellos con terceros cuando están presentes. Promueve permitir el disenso sin agredir al otro.
“De nuevo, hay que tener claro como adultos que no hay lugar para el castigo físico o verbal. Tampoco tienen que sentirse mal si lo piensan, pero no pueden descontrolarse e insultar o pegar –agrega–. Hay que encontrar equilibrio en la tolerancia y enseñar que no siempre se pueden complacer los deseos. Más allá de cómo hoy esté configurada una familia, el trato cotidiano amoroso es lo más efectivo para una crianza saludable y respetuosa orientada a que los hijos formen su identidad y logren autonomía.”
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