Fue en París, en 1984, dentro de la comunidad de exiliados en Francia; el relato fue reconstruido por la escritora francesa de origen argentino, Laura Alcoba, en “A través del bosque”
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No son los nombres reales, pero la historia sí ocurrió de verdad. Fue en París, en 1984, dentro de la comunidad de argentinos exiliados en Francia. Griselda, madre de tres niños, ahogó a sus dos hijos menores mientras Flavia, la mayor, de sólo 6 años, estaba en el colegio.
Griselda vivía con ellos y con su marido, Claudio, en la pequeña conserjería del liceo donde trabajaban en limpieza y mantenimiento. La pareja había huido de la dictadura en la Argentina. Su historia es reconstruida por la escritora francesa de origen argentino, Laura Alcoba, en su último libro, “A través del bosque”.
La autora de la célebre “Trilogía de La casa de los Conejos” -compuesta por tres novelas en las que trabaja su memoria de infancia marcada por el exilio y la detención de su padre como prisionero político- relata en su nueva obra que cuando fue liberado y viajó a Francia, antes de instalarse en su propia casa, fue recibido por un breve período en la conserjería de Griselda y Claudio.
“Me crucé con esas personas en el 81, unos años antes de los acontecimientos, pero no solo me había cruzado, sino que a esos niños los había visto”.
Varias décadas después, en 2018, Laura Alcoba se encuentra con Flavia, la hija sobreviviente quien le dice: “Me parece que necesito que vos escribas este libro. Y mi madre lo necesita también. Así, a través de tus palabras, ella me contará lo que pasó. Necesito que lo escribas para saberlo, por fin”.
BBC Mundo habló con Laura Alcoba en el marco del HAY Festival Arequipa que se realizó entre el 9 y el 12 de noviembre en esa ciudad peruana, donde ella compartió su proceso de investigación y escritura.
-Tu padre te contó la historia en el momento del juicio de Griselda, ¿por qué pasó tanto tiempo antes de que la escribieras?
-El relato fue tan impactante que de cierto modo me lo oculté.
Mi memoria se volvió a despertar en 2010, cuando vi una película de Martin Scorsese, Shutter Island, con algunos puntos muy perturbadores en común, porque es sobre una madre que ahoga a tres hijos.
Recuerdo haber salido del cine diciéndome, esta historia ya me la contaron, pero no lograba saber cómo, dónde.
Y fue increíble, porque después de verla, mi padre me dijo ¿recuerdas aquella terrible historia? Lo había ido a ver Flavia para indagar sobre el pasado de su familia, y claro, de ahí venía esa sensación de conocerla.
Le dije a mi editor, mira, si algún día tengo la fuerza -porque no sabía si era capaz-, tal vez trate de escribir un libro sobre un acontecimiento muy terrible que ocurrió dentro de la comunidad de argentinos exiliados en París.
Tardé años en decidirme.
-¿Cómo te llegó la fuerza y la determinación?
-Me encontré con Flavia y pensaba que me encontraría con alguien viviendo en el dolor, y la gran sorpresa fue ver a una persona solar, luminosa, que no me imaginaba en absoluto, una gran fotógrafa que desprende luz.
Sabía que yo era la hija de un antiguo amigo de su padre, y que yo escribía.
Sentí que me esperaba y de cierto modo me lo dijo: necesito que hables con mi madre.
Ahí la indecisión se esfumó por completo. Sentí casi que tenía que hacerlo, una forma de deber hacia ella.
Ese encuentro fue determinante. Creo que sin Flavia no lo hubiese escrito.
-Flavia te busca para saber la verdad a través del relato de su madre, ¿qué pasaba entre ellas?
-El libro desempeña el papel del relato imposible entre ellas.
Sin embargo, no deja de ser lo impensable, lo indecible, lo incomprensible de manera absoluta y definitiva.
Tengo la impresión de haberme acercado a una forma de abismo, pero al mismo tiempo lo que fue muy fuerte e impactante es que había un después y ese fue el motor, cómo vivir con lo impensable.
También es un libro sobre la fuerza de la infancia, un tema que me habita desde hace mucho tiempo.
Flavia se construye a pesar de ese abismo, a pesar del pozo de oscuridad definitivo, de ese día de locura -no sé cómo nombrarlo- que no deja de ser insoportable para la misma Griselda hoy.
-Después de ahogar a sus hijos, Griselda va a buscar a Flavia al colegio y es Colette, su profesora, la que impide que se lleve a niña…
-En cierto momento, ella me dice, te tengo que contar mi historia, y expresa como una oscuridad definitiva en la que entró ese día.
Y ese gesto de Colette, que vio que la mujer que venía a buscar a su hija no estaba en un estado normal, de cierto modo la salvó y detuvo la tragedia.
De todo lo que leí e investigué sobre este tipo de casos -que se repite en diferentes lugares y a través del tiempo- uno podría imaginar que si Griselda hubiese matado a su hija, después se habría suicidado, como ya había intentado hacerlo en su juventud.
Pero gracias a Colette, se interrumpe la lógica de la tragedia, se pone en marcha otra cosa.
A partir de ese momento brota algo; a pesar del horror, efectivamente ella se puede reconstruir desde el fondo del abismo, como madre con Flavia, y Flavia, a pesar de toda la oscuridad de ese día, logra construirse.
Algo sobrevive gracias al gesto de Colette.
Después, ella y su marido, Rene, la comenzaron a cuidar los fines de semana y viajaban con ella en vacaciones. Le dio mucho a la niña después sin cálculos, sin teorizar el cómo y el por qué.
En un momento de emoción, quise decirle: pero es maravilloso lo que hicieron por Flavia.
Y ella me dice, bueno, hicimos lo que teníamos que hacer. No se veía como una heroína. Con una humildad tan grande que yo creí toparme con lo que era el amor con mayúscula. Humanidad, generosidad y simplicidad en la manera de dar.
-Vas reconstruyendo ese día fatal que parte cuando Griselda va a ver a Claudio con la cara muy maquillada para decirle que no se encuentra bien, pero él no la escucha, la rechaza. ¿Qué simboliza su cara pintada?
-Creo que es como una máscara; es como decir, yo estaba detrás de ese maquillaje, quizás era una forma de protegerse de ese día.
En todo caso, era un elemento muy importante en el relato de Griselda, pero también en el de los demás, en esos días previos -me imagino que un psiquiatra diría del brote psicótico o algo de ese tipo.
Pero ella se pintaba como si fuese un personaje.
Yo no pretendo diagnosticarla, pero creo ver a una mujer que recibe golpes, golpes, golpes y que en cierto momento se quiebra en dos.
La historia la golpea, la historia con mayúscula, porque es la historia argentina.
Su condición de mujer también, y no sé si por una fragilidad o una estructura particular, ella se rompe.
Así entendí la necesidad de hacer su relato.
Pero esa ruptura, esa manera de quebrarse, no deja de ser un misterio.
-También le pides a Flavia sus recuerdos de ese día y ella te menciona cuatro imágenes, la primera es que su madre no despertaba…
-Es increíble... las imágenes.
Le digo ¿de qué te acuerdas? Cuenta que por la mañana su madre parecía como una tortuga debajo de las mantas, porque ese día hacía mucho frío.
Después está la persona que ve detrás del cristal, cuando está en el colegio, y surge una duda ¿será el padre? ¿será la madre? Me dice que no sabía y lo dejo en esa ambigüedad, como una imagen para completar.
Ella tendrá que hacerlo después, decir era mi madre en realidad, que venía a buscarme, pero es tan inquietante sabiendo lo que había pasado, que su memoria borra la cara.
Tal como me lo contó Colette, Griselda llega empapada, con el maquillaje corrido a buscar a su hija. Es una imagen terrorífica, insoportable; o así lo estoy interpretando. Quizás no tendría que hacerlo, pero es una posible interpretación.
Después, ella recuerda a la maestra que le hace más y más ejercicios de matemáticas y Flavia le dice pero si ya entendí, y es porque ocurrió algo terrible y está esperando que vengan a buscar a la niña.
-El último recuerdo es “la mujer uniformada en el coche de la policía” y el deseo de Flavia: «Ay, no, ojalá que no salgamos en la tele».
-Me pareció una belleza, una fuerza, esa formulación infantil para ella misma.
Me decía: yo tenía miedo de que apareciéramos en televisión porque si eso pasaba significaba que era grave.
Las imágenes que ella me dio, traté de trabajarlas, de pulirlas para dejarlas en esa condensación infantil tan fuerte.
Las cuatro imágenes de ese día fueron el punto de partida.
-Luego su padre habla de un accidente de sus hermanos y le dice a Flavia que van a visitar a su madre en una casa de descanso, no en la cárcel, ¿funciona este relato?
-Es imposible mentirles a los niños, eso lo sabemos, y ella supo que le envolvían la verdad en otra cosa para protegerla.
Y a pesar de notar que había una mentira, la niña se siente aliviada de que se tomen el trabajo de armarle una historia.
Por eso es un libro sobre los cuentos, los relatos, sobre qué se hace con esta historia tan terrible: vamos a armar un cuento que permita acercarnos y al mismo tiempo protegernos diciendo, bueno, finalmente es un cuento, pero no es del todo un cuento.
-¿De alguna manera Flavia siempre supo la verdad?
-Ella me dijo que sí.
Hay algo que me contó que no está en el libro. Me dijo: yo siempre lo supe, pero un día lo escribí...
Ella tenía un diario y un día escribió: creo que mamá mató a mis hermanos.
Lo escribió algunos años después, pero tenía una serie de elementos que la llevaron a esa deducción.
-“El juicio se celebró un año y medio después… Griselda llegó libre y salió libre porque la condenaron a cinco años, pero bajo libertad condicional”. ¿Qué papel jugó la abogada que la defendió?
-Fue una apuesta muy arriesgada.
En ese momento uno hubiese podido imaginar: es una persona que tiene trastornos, la niña Flavia podría estar en peligro, pero la abogada tuvo una intuición y era que esa mujer y esa niña se iban a reconstruir y que no tenía que ir a la cárcel, sino a un hospital.
Lo que vino después le dio la razón, por la reconstrucción del vínculo desde la maternidad, extrañamente.
Ella era una abogada muy joven, que hizo una gran carrera después. Fue uno de sus primeros casos.
Griselda estuvo en la cárcel 9 meses antes del juicio y de ser internada en un hospital psiquiátrico.
-No entras en este detalle en la novela, pero ¿tuvo un diagnóstico? ¿cómo fue su recuperación?
-Tuvo un acompañamiento psiquiátrico y lo tiene aún, pero lo que me interesaba más es la dimensión humana.
No soy quién para poner un diagnóstico psiquiátrico, aunque hay una serie de elementos que pueden permitir una lectura.
Hay diferentes desdoblamientos, se desdobla el carácter de Griselda varias veces, incluso en su relato infantil, en su relato adolescente.
-Griselda es artista, ¿viste algo de su obra?
Es pintora y dice que en realidad solo pinta sobre la tragedia, sobre lo incomprensible.
Si bien no se ve nada que remita explícitamente, me dijo que pintaba sobre ese día que la atravesó.
En los cuadros se ven muchas puertas, ventanas, un lugar, otro. La luz del otro lado de la ventana. La luz del otro lado de la puerta.
-Flavia dice que Griselda fue “una madre presente, amorosa, muy afectuosa” y tú lo confirmas. ¿Qué viste en Griselda respecto de su maternidad?
-Que ella, por un lado, expresa el dolor absoluto, el sentimiento de culpa y el horror por lo cometido con sus dos hijos, pero el único momento en que se ilumina, en que hay una sonrisa y la vida parece volver a Griselda es cuando evoca a su hija Flavia.
Y ves el orgullo cuando alguien le dice qué maravillosa es Flavia, le entra como una alegría materna.
Yo no me lo imaginaba así, pero tenía que darlo a conocer; si bien Griselda cometió ese acto irreparable, ella se ilumina y lo que la sostiene es Flavia, que es es de una dimensión humana extraordinaria, una fotógrafa que trabaja con la luz, con su corazón, que está involucrada en ONGs y va constantemente a donde cree necesario con su cámara para testimoniar del sufrimiento y del dolor.
Por eso digo que si la noción de resiliencia tiene un reflejo es Flavia, esa capacidad no solo adaptarse después de una situación adversa, sino de crecer después.
-Le comentas a Flavia que te “asombraba que sus padres no se hubieran separado después de ese día” ¿cómo sobrevive la pareja?
-Hay esa toma de conciencia por parte de Claudio de que no supo oír en su momento, que no supo ver, porque Griselda lo llama, le dice estoy mal, me siento mal, por favor. Y él no acude a su llamado.
Y por supuesto en la presencia posterior de Claudio, hay una marca de amor hacia esa persona que es su mujer, que es la madre de sus hijos, pero al mismo tiempo quien mató a dos de sus hijos.
Después de ese acontecimiento, tal vez tomando conciencia de ese abismo en el que cayó Griselda, él se queda y sigue con ella y, creo que los tres juntos, los tres atados por algo, después de algo tan terrible, la única manera de salir adelante es mantener el vínculo y tratar de construir algo.
-Flavia te elige para contar esta historia con el fin de poder hablarlo con su madre. ¿Se cumple este objetivo?
-Es algo que es parte de su secreto.
Cumplí con el pacto implícito de Flavia conmigo, que se establece en el primer encuentro: necesito que escribas.
Y tuve la impresión de hacer todo lo que podía hacer y todo lo que les podía dar.
Ahora no mantengo una relación cercana por muchos motivos, porque sé que fue muy fuerte para ellas y porque me parece que no es mi lugar.
En todo caso, ambas leyeron el libro antes de la publicación y Claudio también. Y sé que sintieron muchas cosas, pero por supuesto, me autorizaron a hacerlo.
No quería agregar dolor al dolor, eso era lo absolutamente imprescindible.
Por Diana Massis
HayestivalArequipa@BBCMundo
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