Creatividad para reinventarse
Con la crisis de la pandemia, muchas mujeres encontraron la oportunidad para desarrollar emprendimientos y descubrir pasiones escondidas; aquí cuatro historias
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Arreglos florales desde el garage
Después de un proyecto frustrado por las restricciones de la cuarentena, Priscila Dergarabedian convirtió un hobby en una salida laboral
A las 4 sale de su casa rumbo al mercado de flores de Barracas, rutina que repite los miércoles y viernes desde que lanzó su emprendimiento de arreglos florales en marzo. Priscila Dergarabedian tiene 55 años, dos hijos de 23 y 21 y un marido que trabaja en la industria farmacéutica. Durante casi 18 años vivieron fuera de la Argentina por el trabajo del marido y hace dos años y medio volvieron. Si bien estudió comercio exterior y se dedicó algunos años al fotoperiodismo mientras vivían en Barcelona, las mudanzas y las adaptaciones hicieron que el foco estuviera puesto en la crianza de sus hijos. “Siempre me gustaron las flores, en México me iba al mercado y compraba flores para mí o para regalar a mis amigos”, dice. Cuando regresaron al país, Priscila vino con la idea de hacer un proyecto relacionado con la comercialización y promoción de arte popular. “Siempre me gustó el tema y quería traer arte de México a la Argentina y llevar arte de acá a Barcelona y a México. Todo esto lleva una logística importante y en el medio caíamos en la pandemia. Decidí dejarlo porque se hacía imposible de concretar”, recuerda. Sin embargo, decidió no quedarse en lo que no podía hacer y lo primero que surgió fue dedicarse al trabajo social. “Tuve la oportunidad de ayudar a personas que estaban pasando por necesidades. Me ofrecí para colaborar en el centro Crecer, en Monserrat. Si bien funcionaba un comedor que estaba cerrado por la pandemia, se entregaban alimentos. Fue un año en el que me sentí útil”, reflexiona.
Un día una amiga me preguntó si había pensado en vender arreglos, y reconozco que no se me había ocurrido, lo pensé bastante hasta que fue madurando y comencé con este proyecto que me apasiona
También se volcó a un hobby que nunca abandonó, el de las flores. Siguió con la rutina de ir todos los viernes al mercado de flores para hacer arreglos y lo retomó luego de la cuarentena. “Un día una amiga me preguntó si había pensado en vender arreglos, y reconozco que no se me había ocurrido, lo pensé bastante hasta que fue madurando y comencé con este proyecto que me apasiona. Fue un poco informal al principio, pero fue creciendo, empecé con las redes sociales, saqué el auto a la calle y en el garage monté mi taller y hará unos tres meses que tengo un ingreso por la venta de los arreglos florales”, cuenta la creadora de Priska, el apodo con el que su madre la llamaba de pequeña. Su idea es que el proyecto siga creciendo y poder sumar a emprendedores que realicen arte relacionado con las flores y también sueña con poder darle una impronta social. “Conocí a una mamá que vive con su beba en Ezpeleta, que quiere tener su propia huerta. Hizo un curso y estoy tratando de conseguirle semillas, que ella pueda preparar los bulbos y plantines y poder sumar lo que haga a mi tienda”, explica.
Un viejo sueño a orillas del mar
Un proyecto pendiente, una propuesta inesperada y una realidad que se concretó en el momento y en el lugar menos pensados
¿Poner un café de especialidades en una herrería en Playa Chapadmalal y en pandemia? Lo que parecía poco convincente fue un éxito a partir del deseo de Luisina Varisto de cumplir un sueño que tenía hace tiempo y que pese a todo pudo concretar. “Hace dos años hice un curso de barista y trabajé como empleada en un café chiquito pero muy lindo en Buenos Aires. Me gustaba mucho y siempre soñé con tener mi propia cafetería, pero no me animaba, lo veía como algo muy lejano, muy difícil”, dice. Luisina es de Mar del Plata y luego de su experiencia en Buenos Aires volvió a su ciudad y se dedicó a un proyecto de velas artesanales y fragancias.
En distintas charlas le comenté de mi sueño y me dijo que él tenía ese espacio disponible, pero me costaba verlo, no pensaba que un café dentro de una herrería en Chapadmalal fuera a funcionar
“Siempre tuve en mente lo de poner mi propio café, pero en Mar del Plata significaba una gran inversión de la que no disponía”, aclara. Su familia tiene una casa en Chapadmalal, a 26 km de Mar del Plata, a la que solía ir los fines de semana con su novio. “El dueño de la herrería del pueblo nos hizo unos trabajos en casa, y siempre hablábamos acerca de que tiene mucho espacio en la herrería y que estaría bueno poner algo. Yo tenía el café en mente, pero nunca se me hubiese ocurrido unir la herrería con el café. En distintas charlas le comenté de mi sueño y me dijo que él tenía ese espacio disponible, pero me costaba verlo, no pensaba que un café dentro de una herrería en Chapadmalal fuera a funcionar”, recuerda. Sin embargo, en pandemia, sin nada de trabajo definido y con eso que le gustaba rondando en la cabeza pensó que quizás era la única oportunidad que tenía para hacerlo. “Se me facilitaba el tema del lugar, la inversión no iba a ser tan grande, y me decidí a hacerlo, probar”.
Luva es el nombre de este café de especialidad y pastelería artesanal que en la temporada pasada funcionó todos los días y durante el año abre los fines de semana. Está en el espacio de la herrería, en un gran patio donde se exhiben las obras de Pablo Ristevich, el herrero y se disponen mesas para que la gente disfrute de un rico café al aire libre. “Lo hicimos todo a mano, era un lugar que no tenía nada, no había piso, no había agua, no había techo, lo hicimos todo a pulmón. El piso me lo hizo mi hermano, la barra de la cocina era la mesada del departamento de unos amigos que se mudaban, me fui armando así”, sostiene Luisina que está segura de que la pandemia fue la que la hizo reaccionar y enfocarse en lo que uno desea. “A veces uno ve algo que quiere como lejano, pero este proyecto me demostró que lo que parece difícil quizás no lo es tanto”.
El momento justo para la veta artística
Con más tiempo, Paola Roccatagliata comenzó una actividad que siempre le había gustado: pinta con acuarelas y vende sus obras
“Siempre estaba yendo o viniendo, entrando y saliendo. Soy licenciada en relaciones públicas, y con los chicos había dejado el trabajo y en la vorágine me fui posponiendo”, dice Paola Roccatagliata, de 43 años, casada y madre de tres hijos varones de 12, 10, y 4. “Pero con la pandemia al tener más tiempo y, como siempre me había gustado pintar con acuarelas, empecé a hacer cursos por Zoom. Me quedaba todas las noches pintando hasta las cuatro de la mañana, era como una terapia. Esperaba que todos se durmieran y yo estaba como si fueran las tres de la tarde, fresca como una lechuga. Ponía música y pintaba, pintaba y pintaba. Lo empecé como algo que me daba placer, pintaba flores, hojas y plantas porque siempre me gustó mucho la jardinería”, relata Paola. Después de tres o cuatro meses de pintar para la familia y conocidos, una amiga le insistió en que vendiera sus creaciones.
Al mismo tiempo se había anotado en un curso de redes sociales y para el final tenía que presentar un proyecto de cuenta de Instagram y decidió hacerlo sobre sus acuarelas a ver qué pasaba. “Fue un camino de ida, lo bueno es que congenié varias cosas, descubrí que me gustaba mucho el Instagram porque es una red social, y al haberme recibido en relaciones públicas podía unir la comunicación social con la pintura”, dice. En octubre del año pasado, lo que empezó como un hobby se transformó en un emprendimiento con el que, de alguna manera, siente que se reinventó y al que llamó Alma en Flor. “Recuerdo cuando era chica y pasaba horas dibujando, no puedo creer que por fin ahora puedo dedicarme a esta actividad que tanto amo. Al principio mi propuesta era ofrecer los dibujos que yo hacía de flores y plantas, pero después la gente me empezó a pedir lo que quería y eso es lo que más me divierte porque me encanta cuando una clienta o cliente me dice que pude hacer realidad lo que imaginaba”, señala.
Al principio mi propuesta era ofrecer los dibujos que yo hacía de flores y plantas, pero después la gente me empezó a pedir lo que quería y eso es lo que más me divierte porque me encanta cuando una clienta o cliente me dice que pude hacer realidad lo que imaginaba
“Estoy muy contenta, a esto lo encontré y me reencontré, el año pasado fue bueno, dentro de todo lo malo, porque salimos de la vorágine diaria para parar un poco y pensar en qué es lo que queremos hacer. Con este proyecto no solo hago lo que me gusta, sino que me siento valorada desde otro lugar y no solamente como madre y esposa, y eso es algo muy importante para mí. Encontré un trabajo que me da un montón de gratificaciones con la que siento que hago feliz a la gente y con el que soy muy feliz. Realmente no sé si yo sola, sin la pandemia, hubiese podido frenar para hacerlo”, concluye.
La cocina árabe, una salvación
Alicia Chileno se quedó sin trabajo y se largó a cocinar en su casa junto con su hermano especialidades de Oriente, que reparten a pedido
Arroz a la persa, ensalada Belén, falafel al plato, musaka vegetariana, subereg, keppe frito, fatay, hojas de parra y hummus, son algunas de las especialidades que Alicia Chileno, de 35 años, de Boedo, prepara todos los días desde que en junio pasado abrió su emprendimiento de cocina árabe junto a su hermano. Desde las 19.30, los olores y sabores de Oriente se adueñan de su casa y caminando o en bicicleta hacen el reparto de los pedidos. “Solamente los fines de semana sumamos una moto porque la cantidad de llamados es mayor”, dice. Alicia le puso a su emprendimiento el nombre de Zahrat, que significa flor en árabe. “Mi hija se llama Florencia, por eso decidí ponerle así, yo estoy sola con ella y a causa de la pandemia, el año pasado me quedé sin trabajo, realmente estaba muy apretada económicamente. Antes de la cuarentena trabajaba como moza en tres restaurantes árabes, pero al cerrar por las restricciones me quedé sin poder trabajar”, explica.
Si bien cuidaba a una persona mayor, sus ingresos habían bajado mucho. Algo similar le pasó a su hermano, que también trabajaba en la gastronomía árabe como cocinero, y que también había perdido su puesto de trabajo a causa de la pandemia. “Este año se me ocurrió apostar por un emprendimiento de cocina árabe propio, siempre me gustó mucho, le comenté a mi hermano que tiene mucha experiencia y empezamos a promocionarnos entre los vecinos. De a poco, con el boca a boca, los pedidos empezaron a aumentar y sumamos a una persona para que nos ayudara. Todo es casero, sabroso, la gente queda muy conforme, les gusta mucho lo que hacemos y nos recomiendan, eso es una gran satisfacción. Al principio cocinábamos para la gente del barrio, pero nos fuimos ampliando y ya llegamos a toda la Capital”, dice Alicia, que tiene predilección por los postres como el mamul y baklawa, dos exquisiteces que están entre los dulces más recomendados de su cocina.
De a poco, con el boca a boca, los pedidos empezaron a aumentar y sumamos a una persona para que nos ayudara. Todo es casero, sabroso, la gente queda muy conforme, les gusta mucho lo que hacemos y nos recomiendan, eso es una gran satisfacción
“Estoy muy contenta, me alegra poder haber dado este paso a pesar de todo, y a pesar de la pandemia. Vengo de una familia muy humilde, somos cinco hermanos, llegué a la Argentina de Paraguay hace 17 años, trabajé muchísimos años cuidando a gente mayor de una familia que prácticamente me adoptó, pero además de cuidar personas mayores, trabajé en paralelo en la gastronomía árabe que siempre me atrajo. Para mí esta nueva etapa es un gran logro, cada día vendemos un poco más, los clientes quedan muy contentos y nos van recomendando. Es una gran alegría”, finaliza.
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