Covid-19: cómo impactará en su adultez el aislamiento que sufrieron los chicos en la pandemia
Algunos estudios muestran que podría afectar la inteligencia y el nivel de empleo en el futuro, entre otros puntos críticos
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NUEVA YORK.- La pandemia de Covid-19 ya lleva dos años y medio, y los neurocientíficos, psiquiatras, educadores y economistas se empiezan a preguntar cómo afectará a la generación de chicos que está creciendo al llegar a la adultez.
Se trata de un pronóstico complejo que muy probablemente varíe según el país y la clase social. Mientras que algunos niños se convertirán en adultos más fuertes y resilientes, muchos corren el riesgo de tener problemas en el transcurso de sus vidas. Los científicos comparan la sombra que proyecta la pandemia sobre esta generación con la huella dejada en los niños por otras catástrofes, como por ejemplo la Gran Depresión de 1930 en Estados Unidos.
Los más afectados serán los chicos porque la pandemia los tomó en los años de formación, dice Sean Deoni, director de Investigaciones con Resonancia Magnética del Hospital de Rhode Island y profesor de la Universidad Brown.
El laboratorio a cargo de Deoni viene midiendo desde 2009 el desarrollo cognitivo de niños y adolescentes. Cuando la pandemia llevaba un año y medio de duración, el CI (cociente intelectual) de 700 niños, desde recién nacidos hasta los 3 años de vida, cayó a una promedio de 80, frente al promedio de 100 de los años anteriores. A partir de entonces, la cifra ha repuntado levemente.
Deoni atribuye esa caída del CI a la menor interacción social de los chicos en pandemia, durante una etapa de la vida que es crucial para desarrollo del cerebro. “Simplemente tuvieron menos estímulo”, dice Deoni.
Pero la persistencia de esa caída sigue siendo un interrogante. El cerebro de los niños es muy elástico, pero las investigaciones muestran que los cimientos de la adultez se sientan en los primeros 1000 días de vida, señala Deoni, y el cociente intelectual empieza a estabilizarse alrededor de los 5 años.
El cierre de escuelas
En el caso de los niños en edad escolar, la preocupación gira en torno al impacto de los meses de clase que se perdieron.
De los alrededor de 2000 millones de niños que hay en el mundo, 1600 millones perdieron una cantidad significativa de horas de clase durante la pandemia, según un informe de Unicef publicado en diciembre de 2021. Pero la historia ofrece otros ejemplos de disrupciones educativas que arrojan pistas sobre las consecuencias que puede acarrear esa pérdida.
En la Argentina, las huelgas docentes fueron tan comunes entre los años 1988 y 2014 que los niños de algunos lugares del país perdieron un promedio de 88 días de clase durante todo el ciclo de la escuela primaria, según un informe publicado en 2019 en el Journal of Labor Economics, uno de cuyos autores fue Alexander Willén, profesor de la Escuela Noruega de Economía, en Bergen.
Esos chicos tuvieron menos educación, sumaron menos habilidades, y de adultos tuvieron niveles de desempleo más altos que los alumnos de distritos escolares donde no hubo huelgas docentes. Y el impacto fue peor en los alumnos más chicos y en los de familias más pobres.
Al llegar a la edad de entre 30 y 40 años, los hombres ganaban un 3,2% menos y las mujeres un 1,9% menos que los que no se vieron afectados por las huelgas durante sus años escolares, según el informe.
Con las escuelas cerradas por la huelga, muchos padres –sobre todo las madres–, se vieron obligados a dejar de trabajar para cuidar a los chicos. Eso a su vez redujo los ingresos familiares. Y a los hijos de aquellos alumnos afectados por la huelga tampoco les fue demasiado bien en la escuela.
“Como los efectos a corto plazo de la pandemia parecen ser muy consistentes, hay buenas razones para creer que el cierre de escuelas tendrá un impacto similar a largo plazo sobre los salarios e ingresos familiares”, dice el doctor Willén.
A nivel mundial, el cierre total y parcial de escuelas duró un promedio de 224 días durante los primeros 21 meses de la pandemia, según el informe conjunto de diciembre de 2021 de la Unesco, Unicef y el Banco Mundial. El cierre de escuelas por lo general duró más en los países de ingresos medios y bajos que en los países de ingresos altos.
Muchos estudiantes de Estados Unidos se retrasaron entre tres y seis meses, según una prueba de evaluación nacional realizada en colaboración por investigadores de la Universidad de Harvard, los Institutos Estadounidenses para la Investigación, el Dartmouth College y la NWEA, una organización sin fines de lucro dedicada a evaluaciones escolares. Los niños de muchos países de Asia y el hemisferio sur perdieron el equivalente a entre uno y dos años de escolaridad, según el informe conjunto del Banco Mundial.
“Como la interrupción del proceso educativo fue desigual, las consecuencias también serán desiguales”, dice el doctor Jaime Saavedra, director de Práctica Global de Educación del Grupo Banco Mundial.
En términos generales, cada año de educación agrega alrededor de un 10% a los ingresos de por vida, dice Saavedra. Se estima que la generación actual de alumnos de países de ingresos medios y bajos perderá un promedio de 975 dólares de ingresos por año, o sea que todos ellos perderán un total 11 billones de dólares de por vida a valores actuales, según el informe conjunto.
“Cuanta más desigualdad de oportunidades entre países, cuanto más grande sea la brecha en educación, en capital humano, y entre los ricos y el resto, mayor será el potencial de inestabilidad social”, explica Saavedra. “Esta es una crisis silenciosa, una inestabilidad que hoy no se ve, pero se verá a futuro.”
Para ayudar a los niños a superar estos altibajos, Saavedra propone evaluar primero la pérdida de aprendizaje, y a partir de esos resultados reforzar las clases de recuperación, con grupos pequeños, y prolongando el ciclo escolar.
Salud mental
En Estados Unidos, la preocupación por los chicos gira mayormente en torno al daño a su salud mental por el estrés continuo y sostenido que les causó la pandemia. Y en ese sentido, el impacto ya es evidente: en 2020 y en comparación con el anterior, la proporción de consultas de guardia por motivos de salud mental, en comparación con todos los demás, aumentó un 24% entre los chicos de 5 a 11 años y un 31% entre los de 12 a 17 años, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC).
Entre las adolescentes, también en 2020, las consultas por trastornos alimentarios se duplicaron y las consultas por trastornos de tics se triplicaron en comparación con el año anterior, informaron los CDC.
Extrapolando esos datos, aproximadamente el 5% de las niñas de ese grupo etario sufrieron trastornos alimentarios, como anorexia nerviosa y bulimia, señala la doctora Evelyn Attia, directora médica del centro de trastornos alimentarios de la Universidad de Columbia. La causa probable: el aislamiento y un exceso de tiempo en las redes sociales y en Zoom.
En la próxima generación, “tal vez haya más mujeres adultas con algunos de los efectos secundarios de esos trastornos alimentarios”, como fragilidad en los huesos, dice Attia.
Uno de cada tres niños afectados por el huracán Katrina sufría de “perturbaciones emocionales graves” cinco años después de la tormenta, señala el doctor David Abramson, que llevó a cabo un seguimiento de 1000 hogares de familias afectadas por aquella tormenta de 2005. Ese grupo incluía alrededor de 400 niños que en el momento del huracán tenían entre cero y 13 años, y los resultados representan un quíntuplo del promedio nacional de Estados Unidos.
Tres momentos críticos
El doctor Abramson, profesor de la Escuela de Salud Pública Global de la Universidad de Nueva York, dice que los niños que experimentaron un trauma relacionado con el Covid –como la muerte de uno de los padres, la debacle económica de la familia o el golpe de una enfermedad relacionada con el coronavirus–, pueden ser vulnerables en tres momentos críticos de sus vidas. El primero será dentro de tres a cinco años, cuando tomen conciencia de que el trauma se ha instalado y no se va. El segundo llegará a los veinte años, cuando les resulte más difícil alcanzar los hitos que marcan el ingreso la adultez, como irse a vivir solos o formar pareja a largo plazo. El tercero será alrededor de los 50 años, cuando se vuelvan naturalmente más propensos a desarrollar enfermedades como la esquizofrenia o la diabetes.
Abramson compara el impacto de la pandemia con la Gran Depresión que sufrió Estados Unidos a principios de la década de 1930, porque en ambos casos las consecuencias económicas golpearon a toda el país, pero fueron particularmente devastadoras para algunos grupos sociales.
“Los niños de ciertos barrios y clases socioeconómicas definitivamente sufrieron las consecuencias de manera similar”, dice el especialista.
Para los chicos que no sufrieron de manera directa esos efectos adversos, la pandemia probablemente tenga un costado positivo, dice Laura Clary, investigadora de la Escuela de Salud Pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins.
En año pasado, Clary entrevistó a 151 alumnos de las escuelas públicas de Baltimore y descubrió que la mitad veía la pandemia como una experiencia neutra o positiva: podían dormir más, pasar más tiempo en familia y dedicarse a sus pasatiempos. Además, manifestaron que sufrieron menos bullying y menos estrés académico.
Y como superaron una experiencia difícil, tal vez desarrollen mayor resiliencia para la vida adulta, dice la doctora Clary, y agrega que el refuerzo de asistencia psicológica en las escuelas es crucial para ayudar a los chicos con problemas derivados de la pandemia.
“La resiliencia es como una banda elástica para ejercitar los músculos”, dice Clary. “Cuanto más la usamos, más fuertes nos volvemos, y eso nos ayuda a desarrollar habilidades para pilotear situaciones difíciles en el transcurso de la vida.”
Por Douglas Belkin
(Traducción de Jaime Arrambide)
The Wall Street Journal