En tiempos de aislamiento obligatorio, 10.000 personas todos los días ingresan al Mercado Central de Buenos Aires. Es el mayor centro de distribución y comercialización de verduras y hortalizas del país y uno de los principales de América Latina. Desde que comenzó la cuarentena tuvo un 7,5% menos de ingresos de bultos, una cifra insignificante en estos tiempos de aislamiento obligatorio por el coronavirus. Las actividades comerciales y el flujo de personas que trabajan a diario no han cesado. Es que 18 millones de personas dependen de las operaciones que se hacen aquí (todo el Amba y Caba). Alrededor de 700 camiones diarios ingresan para descargar y cargar productos de regiones de todo el país.
En este inabarcable espacio donde conviven 535 empleados propios del mercado, las consecuencias del coronavirus se notan. La mayoría de los changarines y operadores tienen barbijos. En la entrada al mercado se toma la temperatura, aunque por la noche los controles no son tan estrictos.
"Se nos hace muy difícil controlar la distancia social, los días de cobro de planes sociales viene mucha gente", afirma Esteban Paletta, empleado del Mercado Central, en la entrada del paseo de compras, donde se vende en forma minorista la verdura y la fruta. El ingreso es de a grupos y controlado: no pueden entrar niños y mujeres embarazadas y a todos se le ofrece alcohol en gel. Tiene que entrar una persona por grupo familiar, pero es una norma que se cumple poco: los precios son muy bajos con referencia a las verdulerías y como se llevan muchos bultos, necesitan muchas manos.
"Es complicada la distancia social acá, muchos compradores se enojan cuando les hablás de lejos y se van. Otros solo compran si regatean al oído", afirma Agustín Peralta, que trabaja en el Mercado desde 1979. "Han cerrado muchos mercados de barrio, pero en líneas generales se vende igual o más desde que comenzó la cuarentena", destaca.
"La actividad acá no ha parado, las quintas siguen cosechando, si esto para, no come más nadie", afirma Juan Rujl, de 30 años), operador de un puesto donde se ven grandes cantidades de cajones de tomate. "Llegamos a vender hasta 1000 por día", cuenta. Los precios están muy sensibles, afirma. Un cajón de 15 kilos de zapallitos al principio de la cuarentena se comercializaba a $40, por estos días suele rozar los $800 o hasta $1000.
"Llegamos a tirar 700 cajones", confiesa. Existen dos maneras de deshacerse de mercadería: dársela a un área del propio Mercado Central que se encarga de analizarla y, si está en buen estado, distribuirla a comedores, o bien dejarla en los contenedores de basura que están a un costado de los pabellones donde se concentra las compras y ventas.
"No me queda otra que venir a buscar la verdura que tiran. Acá aprendes a comer, todo sirve", desliza Juan Sendra, de 66 años, quien todos los días desde hace más de una década revuelve aquello que desechan los operadores de los puestos de venta. "Lo más codiciado son el tomate, el morrón y la zanahoria", cuenta, mientras hurga el contenedor en donde se ven frutas y verduras, pero también cajones, bolsas, bandejas de tergopol, y de cartón, junto a toda clase de desperdicios, alrededor de una nube de moscas. Con un cuchillo corta las partes en mal estado y luego las apila en un carrito. No tiene barbijo ni tapaboca, ni ningún guante.
Largas filas de camiones y utilitarios entran y circulan por las 520 hectáreas de esta pequeña ciudad en donde existen bancos, concesionarias de autos y comercios de todo tipo. Clarks llevan a toda velocidad palets con lechuga o calabazas, verduleros de todo el AMBA y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires buscan los mejores precios y negocian lo que venderán durante el día en sus comercios barriales, pero también las grandes cadenas de supermercados intentan llevarse lo mejor al comprar por grandes cantidades. El pequeño y el grande conviven en esta contienda diaria donde gana aquel que se lleva el cajón más barato.
Según datos oficiales, si se hace foco en el período en el que se inicia la cuarentena por el coronavirus ingresó un 7,5% menos de volumen de bultos. Un análisis que hizo el propio Mercado atribuye esta pérdida a que hubo menos cantidad de ruedas de venta por los feriados de marzo.
Para los operadores, la realidad es contradictoria. "Antes vendíamos hasta 1000 cajones de limón, hoy estamos entre 400, o 500. Se vende menos porque la gente se quedó sin plata", sostiene Ivana Zulpo. "Algunos productores no pueden pasar los controles y no llegan al Mercado", aclara. "Las ventas se han mantenido, pero los precios fluctúan", cuenta Rujl.
La Corporación del Mercado Central de Buenos Aires es un ente autárquico con tres directores que responden en porcentajes iguales (33%) a la Provincia, la Nación y la Ciudad. No reciben partida presupuestaria del Estado, y se mantiene con el cobro del canon de todos los operadores que trabajan en los pabellones. Ante la Emergencia Sanitaria, se tomaron medidas puntuales como por ejemplo el lavado con cloro y el mantenimiento con amoníaco de los pisos de pabellones por donde circula el público, de los baños y de las gateras y las balanzas; el baldeo de las playas de estacionamiento de camiones; y entrega de productos de limpieza para utilizar en lugares sensibles a los responsables de sanitarios.
También se desaconseja pagar con efectivo. La entrada a los pabellones está vallada para que no ingresen los changos (aunque en la práctica se las ingenian para pasar). Los operadores mayoristas tienen orden de reducir al mínimo la planta de trabajadores para la atención al público, y a los camioneros –que llegan de los más diversos destinos del país- les recomiendan viajar solos y no ingresar más allá del muelle de descarga para no tener contacto con los trabajadores de los pabellones.
En el caso de presentarse una persona sospechada de tener síntomas compatibles con el coronavirus, el Centro Médico "Ramón Carillo", que está dentro del Mercado, tiene asignados dos consultorios de aislamiento para tratarlo, y solo atiende casos donde presenten cuadros febriles.
Una consecuencia indeseable de la pandemia son las actividades prohibidas dentro del predio, como la venta de ropa; por esto alrededor de 200 puesteros quedaron sin trabajo. También los vendedores de comida ambulante, que se quedaron sin posibilidad de entrar.
"Le cuesta mucho a la gente adaptarse a las normas sanitarias", confiesa Patricia Real, a cargo de uno de los pocos comedores que quedó abierto y bajo la modalidad de ir a buscar la comida. Una cortina de plástico separa la comida del mostrador y el cliente. "Nos ponemos en riesgo todos los días, pero los trabajadores tienen que tener un lugar para comer", dice Romina Moore, su socia.
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