De Europa a Mar del Plata, una hazaña en velero y un vino portugués para brindar: “¡Feliz día, papá!”
MAR DEL PLATA.- "¡Mirá que no me voy a animar!", desafió Carlos Ballestero y a los 90 años, ágil y seguro, descartó una escalera, se aferró a la proa del Skua y solo necesitó de un empujón por la espalda de Carlos, uno de sus hijos, para subir a bordo del velero en que el menor de sus herederos en el buen arte de navegar, Juan Manuel, se tomó más de 70 días para cruzar el océano Atlántico y disfrutar ese primer y esperado fuerte abrazo que se dieron sobre cubierta.
El hijo recibe al padre con una botella de syrah portugués que, reconoce, sobrevivió cuando sentía que necesitaba un buen trago en medio de olas que castigaban y llegar a destino se convertía en un objetivo más que difícil. "Ahora sí: ¡feliz día, papá!", dice y entrega el vino a su padre. Un verdadero veterano de los mares que, lejos de temer, siempre confió en que su hijo estaría por aquí. "No pudo llegar para mi cumpleaños, pero lo importante es que ya lo tenemos acá", reconoce a LA NACION sobre aquella fecha tentativa de arribo que Juan Manuel se había fijado para el 15 de mayo.
Este marino marplatense de 47 años, que reside en España y se ganaba la vida por allí al timón de embarcaciones que ofrecían paseos por el mar Mediterráneo, sintió a fines de marzo que la pandemia empezaba a cercarlo. Con miles de muertos en Europa y cada vez más países y continentes afectados, pensó que la enfermedad no tardaría en llegar a Argentina, donde viven sus padres. Entonces quiso estar con ellos y, a falta de vuelos, recurrió a lo que mejor sabe hacer: navegar.
"Él ya lo hizo, por eso estaba muy tranquilo", cuenta Ballestero padre, que ha pasado la mayor parte de su vida en alguna embarcación. Cita el caso de su matrimonio de 60 años con Nilda. "La mitad los pasé afuera, siempre en el mar", resalta. Y reconoce que ella "siempre estuvo al frente de la patrulla" familiar.
Juan Manuel llegó a Mar del Plata el miércoles por la tarde, en medio de otra tormenta y con la certeza que el reencuentro familiar debería esperar. Lo esperaba una cuarentena obligada, que le advirtió el personal de Prefectura Naval que lo recibió. Y que él se había propuesto por decisión propia, para no correr ningún riesgo con sus padres, ambos en la franja etaria considerada de riesgo.
Pero las autoridades locales tuvieron un gesto: le hicieron un control clínico, le practicaron un test para Covid 19 que dio negativo y entonces, cumplidos los trámites de documentación para ingreso el país, quedó habilitado a completar los 14 días de aislamiento en el domicilio de sus padres.
El momento del reencuentro
Don Carlos no aguantó y fue a buscarlo al Club Náutico Mar del Plata, allí donde hace casi cuatro décadas lo alentó a realizar el primer curso de náutica. Juan Manuel tenía ocho años cuando el papá lo inscribió para que diera esos primeros pasos en la categoría Optimist. "Después le presté mi velero", recuerda sobre un aprendizaje que fue paso a paso. "Los autos no porque se los chocaba", bromea su hijo.
Mientras alista el velero para dejarlo amarrado a la marina e ir a su casa, Juan Manuel cuenta con orgullo los logros de su padre. Que fue capitán de pesca, anduvo por todo el mundo y hasta merodeó el Atlántico Sur para aportar datos logísticos en tiempos en que la flota inglesa se aproximaba en vísperas de lo que sería la guerra de Malvinas. "Tengo algunas millas recorridas", sonríe en la charla conjunta con LA NACION.
Bien abrigado, siempre con su barbijo blanco, Carlos padre afirma que no temió durante el viaje de su hijo pero sí que resultó muy difícil sobrellevar la incertidumbre de casi dos meses que pasó en el medio del mar, sin tener noticias. Un complicado intento de reabastecimiento en Cabo Verde, donde le rompieron el casco del velero y lo amedrentaron con armas, lo obligó a lanzarse a las costas americanas sin combustible. Solo necesitaba viento, buen rumbo y paciencia. Logró llegar al puerto brasilero de Vitoria al cabo de 54 días.
"Esa fue de verdad la primera emoción porque la segunda, la de llegar a Mar del Plata, no teníamos ninguna duda de que se iba a dar", destaca Carlos antes de subir al velero, aferrarse fuerte a los cabos y caminar por la cubierta para refugiarse en el interior de esta embarcación de origen finlandés que Juan Manuel compró en Europa y se encargó de mostrarle en detalle. "Es fuerte", la elogió.
Uno en particular lo emociona a Carlos: justo en el día de la Bandera su hijo le señala a lo alto del palo, donde flamean en celeste y blanco dos "cornetas", en la jerga náutica. Marca en particular la de estribor: "Esa es la que llevaste en la lanza durante el desfile, ¿te acordás?", acota. Es que este viejo lobo de mar, cuando está en tierra, ama cabalgar. Y en 2012 y 2013 participó con el Regimiento de Granaderos en la marcha desde Retiro hasta San Lorenzo. Una marcha de 380 kilómetros. Era casi revivir sus días de aspirante a oficial de reserva, como jefe de mortero que debían transportar a caballo.
Con misión cumplida, bondiola al horno y empanadas preparadas para el almuerzo del día del padre, Carlos insiste en que lo que hizo su hijo no lo sorprende porque ya antes había cruzado el océano en velero. Pero más allá de lo que implicó esta travesía con aires de hazaña, rescata como mensaje la valentía y los valores que llevaron a Juan Manuel a emprender semejante viaje: reencontrarse con su familia. "Enhorabuena si sirve como ejemplo. Me enorgullece", asegura.
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