Coronavirus: la travesía de una argentina que escapó del caos en Italia
Esta vez, en Ezeiza, no hubo besos ni abrazos de ningún familiar que nos fuera a buscar después de unas vacaciones en pareja, como tampoco habrá juntada posterior con amigos para hablar del viaje por Italia.
"¡Qué clima amiga!, ¿cuándo volvés a Buenos Aires?", "¿Estás viva?", "Vas a tener que hacer la cuarentena, ¿no?". "Adelantamos el vuelo unos días y salimos de Roma, en vez de Milán". Es el décimo mensaje que mando, y que ya podría copiar y pegar, cuando amigos, colegas y familiares me preguntan por cómo estoy, a través de Whatsapp o Instagram.
Vinimos a Milán a fines de febrero al casamiento del mejor amigo de mi pareja, cuando todavía no había fallecido ningún italiano en el país. Lo que inicialmente eran unas vacaciones en las que también combinaría un poco de trabajo, al coincidir las fechas con la Semana de la Moda italiana, se transformó en una travesía por Italia escapando del virus.
Los primeros dos días que llegamos, en los que recorrí toda la ciudad entre desfiles y presentaciones, el tema casi no asomaba. Sí se seguía a través de la televisión, pero de fondo, con menos de 20 contagiados y todavía como si fuese solamente asunto de China, todavía sin barbijos a la vista ni noticias del paciente cero.
Hasta el 23 de febrero que apareció el primer fallecido. Ahí comenzó a escalar la preocupación de la gente. Los canales se dedicarían todo el día a emitir actualizaciones, repasar las características del Covid-19 y hablar con especialistas sobre qué aconsejan a la población en esta situación inverosímil. En las charlas de café, los italianos dicen que la Lombardía es el foco en realidad porque fue el primer país en realizar más de 6.000 hisopados ante la primera alerta, que seguro luego aparecerán otros focos en Europa.
Vinimos a Milán a fines de febrero al casamiento del mejor amigo de mi pareja, cuando todavía no había fallecido ningún italiano en el país. Lo que inicialmente eran unas vacaciones y un poco de trabajo, se transformó en una travesía por Italia escapando del virus
Por las noches nos juntábamos a comer afuera con amigos y familiares a hacer el clásico aperitivo y el tema ya aparecía orgánicamente en todas las juntadas, pero no era de lo único que se hablaba. En simultáneo, se desató la industria del meme con canciones en su versión italiana de "My Sharona", con el estribillo reemplazado por "Virus Corona" y videos de madres napolitanas, a los gritos, demandándoles a los hijos que se queden en sus casas.
Entonces cerrarían las escuelas en la zona de la Lombardía durante dos semanas, al igual que los museos y las iglesias. Se suspendieron las funciones de La Sacla y el Carnaval de Venecia y los últimos desfiles -que ya desde su inicio habían tenido más de mil cancelaciones de compradores, público y prensa china- no se llevarían a cabo o, en el caso de Giorgio Armani, se haría a puertas cerradas en un teatro, vía streaming.
El casamiento de Max y Carlota por el cual vinimos a Italia, también se suspendió. Además, extendieron el aislamiento de las escuelas a los trabajos, que acá ahora llaman smart working el nuevo neologismo con el que dotan al home office de cuarentena, mientras que al mismo tiempo los negocios que dan a la calle en Corso Como o cerca del Duomo seguían abiertos.
Para prevenir, Johnny y yo decidimos irnos de la zona más afectada de Italia unos días, a Venecia y a Suiza, a una casa en la montaña y aprovechamos para estar con la familia. Luego de una visita exprés a la Piazza San Marco en Venecia, desierta, partimos hacia el norte, donde la hija mayor de mi cuñado todavía asistía a clases de ski.
El plan de un día por la tarde fue ir todos juntos a un spa con toboganes de agua y pileta climatizada al aire libre, bajo la nieve. Misteriosamente, hoy esa pileta sigue abierta aun cuando el país ya presenta victimas fatales. Pareciera que el pánico también quedó aislado del otro lado de la montaña, aunque no tanto porque, unos días más tarde, la familia decidiría volver a Milán y aislarse con los niños en la ciudad y no permitirle el contacto ni siquiera a sus abuelos.
El 23 de febrero apareció el primer fallecido. Ahí comenzó a escalar la preocupación de la gente
Para paliar la cuarentena, la madre de estos niños fue al supermercado a llenar el carrito y se encontró con una escena apocalíptica: una cola humana de una cuadra con changuito, cada uno a un metro de distancia esperando para que los hombres de seguridad les permitieran el acceso. Ahora sí, la mayoría con el barbijo puesto.
Nuestras vacaciones continuaban por la Toscana, donde nos encontraríamos con mis hermanas, ya que la menor estudia en Madrid y la mayor estaría cerca, en Praga. Días antes de viajar de Estados Unidos a la República Checa por trabajo, nos juntaríamos las tres y mi novio en Florencia a recorrer una zona que ni todavía ni noticias del virus. Hasta que a la mayor le llegó un mail de la empresa donde trabaja prohibiéndole la ruta aérea vía Italia. La menor tampoco pudo viajar. Con la universidad cerrada, las clases suspendidas y el miedo a no poder regresar a España, se suspendió el plan familiar.
Para nosotros el plan siguió en pie, ya que nos iríamos a Trequanda, una localidad de Siena de un poco más de mil habitantes, donde seríamos los huéspedes cero del alojamiento agroturístico a estrenar de la prima de mi novio. Al día siguiente de nuestra llegada se le suspenderían todas las actividades escolares y deportivas a sus hijos, quienes aprovecharían el tiempo libre para sumarse a nuestra visita guiada a una granja productora de mozzarellas de bufala. Por la tarde, mataríamos el tiempo tomando cafés en los pueblos aledaños, bajo la restricción de estar los empleados a un metro de los clientes, incluso para pagar y dar el vuelto.
Para paliar la cuarentena, una madre fue al supermercado a llenar el carrito y se encontró con una escena apocalíptica: una cola humana de una cuadra con changuito, cada uno a un metro de distancia esperando para que los hombres de seguridad les permitieran el acceso
Si bien el virus complicaba el viaje, encontrábamos la manera de seguir el descanso lo más aislados del pánico social, entre comida casera y caminatas al sol, hasta la noche en que el Primer Ministro Conte habló en cadena nacional anunciando que se aplicaría la cuarentena en todo Milán y no se podría salir de las casas, y que luego este aislamiento se extendería a toda Italia.
Ahí se intensificaron los mensajes familiares. Los de mis suegros, los de mi madre con un categórico "Volvéte", los de mi papá, médico, con rumores de un posible aislamiento a nuestro regreso y los de los amigos, entre preocupación y curiosidad de cómo se estaba viviendo en el ahora segundo país con mayores casos de contagio y muerte por el Coronavirus.
Ya no podríamos regresar a Milán, donde dejamos amigos con promesas de volver a ver, familiares y nuestras valijas. Desde allí volveríamos para Buenos Aires el fin de semana, pero ya no. Lo mejor fue adelantar el pasaje por miedo a futuras medidas y cancelaciones de vuelos; cambiar la ruta aérea vía Roma y armar las valijas por videollamada a través de los hermanos de mi novio, en una situación más insólita y divertida del stress esperado.
Al bajar del avión, la mayoría de argentinos no pudo con su genio y se apuró a salir, aun cuando las organizaciones mundiales recomiendan mantener un metro de distancia entre personas
El regreso desde Fiumicino fue lo inesperado. El aeropuerto semi vacío, la mayoría de las personas con barbijos y los negocios cerrados, hasta restaurantes y bares, con carteles que anunciaban #iosonoacasa (yo me quedo en casa). Lo único que funcionaba sin inmutarse era el Duty Free Shop, con la música a todo volumen, las luces brillantes, salvo sus empleados, cubiertos con mascarillas y guantes. La previa suponía un vuelo desocupado, pero el estupor hizo reaccionar a todos por igual, con un vuelo lleno, salvo por los asientos Business. La tensión previo al despegue se cortaba con tijera, con peleas entre pasajeros por los lugares para las valijas de mano y hasta pérdidas de pasaportes entre los asientos.
Al bajar del avión, la mayoría de argentinos no pudo con su genio y se apuró a salir, aun cuando las organizaciones mundiales recomiendan mantener un metro de distancia entre personas, pero la ansiedad no sirvió de nada, ya que todos debíamos esperar a bajar, presentar una declaración jurada al Ministerio de Salud declarando la proveniencia y los países de visita, al igual que los síntomas presentados, luego de ser tomada la temperatura corporal de cada pasajero.
En medio de cancelaciones de clases, deportivas, recitales y festivales en Buenos Aires, es hora de volver a casa para cumplir responsablemente con la cuarentena impuesta por el Gobierno y volver al trabajo de manera virtual, o al smart working como dirían los italianos.
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