Coronavirus. Redistribuir recursos para una educación más equitativa en la pospandemia
Los sistemas educativos quedaron congelados por una pandemia que cerró las escuelas del mundo y solo los chicos con conectividad, dispositivos digitales y disponibilidad cultural en sus familias transitan la continuidad pedagógica de una manera razonable, mientras que los desconectados y los abandonados (los sectores empobrecidos en los países menos desarrollados) tienen enormes problemas para aprender, aun mayores que los que tenían antes de la cuarentena, a pesar de los esfuerzos de gobiernos, educadores y progenitores. La escuela es, para los más pobres, irreemplazable.
En la pospandemia volver a la escuela significará guardar distancia social reduciendo el número de alumnos por aula. El espacio físico escolar que ya era exiguo se comprimirá más, convirtiéndose en un activo descomunal: acumular más metros cuadrados en una escuela implicará menores distorsiones educacionales.
En la pospandemia, no todos los chicos que se educaban en un mismo espacio de aula al mismo tiempo lo harán juntos en la nueva etapa, imponiéndose una alternancia semanal en la ocupación de las vacantes. Especialistas y funcionarios proyectan una vuelta a clases de, en promedio, una semana cada dos o cada tres. Y si algunas escuelas tienen suficiente espacio físico para una concurrencia diaria con distanciamiento social, la mayoría requieren alternancias mayores: son las escuelas públicas y privadas de los sectores sociales más vulnerables que tienen menos espacio físico por alumno.
De este modo, la vacante escolar se transforma mundialmente en un recurso escaso que no perjudicará a todos por igual, sino que repercutirá peor en quienes más damnificados resultaron por el aislamiento: los chicos que tuvieron menos o nula conectividad son, mayoritariamente, los que concurren a escuelas "sobreutilizadas" y superpobladas.
¿Qué políticas para después?
Frente a la escasez de un bien público vinculado al derecho a la educación, el objetivo de sociedades democráticas es su redistribución equitativa y transparente. En este caso, y asumiendo un enedilicia foque igualitarista y pansophiano, el objetivo sería redistribuir las vacantes pospandemia en función de las necesidades de los alumnos y de cómo les impactó el aislamiento y no de acuerdo con el statu quo anterior. Es decir, si la distribución de espacios escolares siguiera el criterio precovid-19, se estaría beneficiando a los sectores sociales que menos se perjudicaron con el aislamiento y, a la recíproca, se convalidará un doble daño a los chicos pobres: se perjudicaron más en el aislamiento y se perjudicarán de nuevo en la pospandemia. Llueve sobre mojado.
Este objetivo es difícil de alcanzar por el poder de resistencia de las familias mejor posicionadas frente al déficit escolar, por la constitucionalidad de la medida y por la capacidad de gestión de los gobiernos para implementarla de manera eficaz. Pero aunque este objetivo no sea realizable, propongo que sea la base de un consenso político para las varias opciones que pueda disponer el Estado.
La solución para no perjudicar a los más perjudicados sin redistribuir espacios existentes implica generar más espacio, lo que involucra más inversión educativa para ampliar la capacidad escolar o para acondicionar otros edificios y que allí concurran quienes en el aislamiento estuvieron desconectados y abandonados: una opción difícil, pero irrenunciable a pesar del escenario de escasez fiscal. Adicionalmente, la medida remediaría parte de los problemas de hacinamiento y malas condiciones existentes en mucha escuelas.
También algunas medidas pedagógicas pueden aportar soluciones. Una es la priorización de contenidos y materias, para que el menor tiempo escolar se focalice en lo más relevante: no vale repetir lo que hacíamos cuando la emergencia no existía. Es primordial priorizar disciplinas y actividades, trabajando en los fundamentos conceptuales más significativos y urgentes y atendiendo a una readaptación de docentes y alumnos encerrados y sin clases durante meses.
Otra es el uso del espacio virtual no para suplir sino para compensar la escasez de espacio físico. Para este logro, la conectividad de los docentes y alumnos de los sectores sociales vulnerables también debería ser una prioridad estatal, acompañado por la distribución de dispositivos digitales. Para familias con poca conexión o dispositivos, y entendiendo que los docentes estarán sobrecargados de trabajo por la alternancia escolar, se requiere creatividad para apoyarlas, articulando esfuerzos desde instituciones de educación superior con capacidad de dar respuestas pedagógicas valiosas y constantes, aunque sea mediante llamadas telefónicas o mensajes de texto.
Movilizar todos los recursos posibles para no prolongar el perjuicio ocasionado debe ser el motor que unifique el consenso para lograrlo.
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