Coronavirus. Heidi Larson: "Tenemos que reconstruir la confianza en las vacunas"
Desde su laboratorio en la prestigiosa London School of Hygiene & Tropical Medicine, la antropóloga norteamericana Heidi Larson viene tomándole hace años el pulso a la opinión pública sobre vacunas. Su interés se despertó cuando, siendo funcionaria de UNICEF, observó cómo los rumores más insignificantes surgidos en comunidades pequeñas de Asia y Nigeria se convertían en oleadas de desconfianza que erigían montañas infranqueables para las campañas de vacunación contra la polio.
Hoy, la mirada de Larson está puesta en la confianza en las vacunas que se desarrollarán contra el Covid-19. Ya repuesta de la enfermedad que le provocó el coronavirus en abril pasado -y que llevó al hospital a su marido, el reconocido virólogo belga Peter Piot-, Larson vuelve a enfocarse en el porcentaje cambiante de la población que presenta dudas sobre las vacunas, y en los factores que influyen en ello.
Entre septiembre de 2015 y diciembre de 2019, la falta de confianza en la seguridad y la eficacia de las vacunas creció en muchos países del mundo, especialmente en aquellos con gobiernos inestables y religiosidad extrema, según el estudio sobre 149 países que acaban de publicar Larson y sus colegas del Vaccine Confidence Project en la revista The Lancet.
A diferencia de lo que pueda creerse, no son los países más pobres los epicentros de los antivacunas en el mundo sino algunos de los países más desarrollados, como Francia, Suiza, Dinamarca, Corea del Sur, Australia y Japón, descubrió Larson. Ni hablar de Rusia, uno de los países donde la gente desconfía más de las vacunas, y que lanzó con bombos y platillos una vacuna contra el Covid-19 meses antes de saber si será útil.
Tendencia preocupante
La Argentina, que supo ser uno de los líderes mundiales de la confianza pública en las vacunas, mostró en 2019 un descenso significativo en tres indicadores claves de la confianza: la importancia que se les otorga a las vacunas, la percepción sobre su eficacia y la de su seguridad. Según el megaestudio encabezado por Larson, el 89% de los argentinos coincidían en que las vacunas eran seguras en el año 2015. Cuatro años después, solo 75% tenían la misma percepción. En cuanto a la eficacia, la Argentina estaba segunda en el ranking mundial de confianza en 2015, mientras que en diciembre de 2019 su posición bajó al número 11.
¿Cuán preocupantes son estas cifras? "Yo diría que son preocupantes porque marcan una tendencia", señala Larson, desde Londres. Muchos otros países latinoamericanos, como Brasil, Perú y Uruguay, también bajaron varios peldaños en el ranking de la confianza en las vacunas en 2019. Pero el advenimiento del Covid-19 y el desarrollo acelerado de vacunas podrían cambiar la percepción pública de las vacunas. Mucho dependerá, dice Larson, de la forma en que los gobiernos manejen la pandemia y del respeto sanitario que se habían ganado en la sociedad antes de que comenzara la crisis actual.
"En estos momentos, cuando hay una gran desconfianza en las autoridades sanitarias a nivel global y en las calles se mezclan personas que protestan contra la cuarentena con personas que no quieren usar barbijos y antivacunas, es importante recurrir a las comunidades locales, a los maestros e incluso a los líderes religiosos para recuperar la confianza en que las vacunas pueden salvar vidas", recomienda Larson.
Polarización política
La polarización política en medio de una campaña de vacunación puede ser una pesadilla porque muchas veces las vacunas son utilizadas como un arma para vengarse de un candidato, o por ellos para mostrarse como salvadores. "Hay casos en que los debates sobre vacunas fueron polarizados adrede, explotando las dudas del público y la debilidad del sistema con fines políticos", explica Larson. "En otros lugares, la confianza en las vacunas puede estar influido por una desconfianza general en el Gobierno y las elites científicas".
Larson no lo dice explícitamente, pero el fantasma de Donald Trump sobrevuela sus suaves palabras a lo largo de la entrevista. Las presiones políticas del presidente norteamericano sobre las agencias de salud de Estados Unidos para aprobar tratamientos y vacunas antes de las próximas elecciones de noviembre han generado un fuerte rechazo en la comunidad científica.
Si bien muchas veces la desconfianza del público en las vacunas se nutre con información falsa –como la que asociaba a la vacuna del sarampión con el autismo-, con las redes sociales y el "contagio" de emociones, en algunas ocasiones responde a situaciones reales. Según el estudio de Larson, en Filipinas, el 81% de la población confiaba en la seguridad de las vacunas en 2015, pero tras la advertencia de que una vacuna contra el dengue podría generar trastornos, la confianza en su seguridad cayó al 58% en 2019.
No solo se trata de desinformación, apunta Larson en su reciente libro Stuck: How Vaccine Rumors Start—and Why They Don't Go Away. La comunidad médica está parada del lado de la ciencia y la gente que tiene dudas, del otro. La conversación no fluye. "El público tiene preguntas genuinas y se siente frustrado con la falta de empatía de muchos médicos", señala la antropóloga. "La desinformación es preocupante, pero es un síntoma del problema de relación que existe. Tenemos que aprovechar la oportunidad del Covid-19 para reconstruir la confianza y un espacio para el debate".
En este escenario de polarización, desinformación y enojo social, ¿qué impacto podrían tener los efectos adversos que pueden presentarse durante los ensayos de las vacunas contra el Covid-19? Larson dice que fue una buena señal que los investigadores y el laboratorio AstraZeneca detuvieran la fase 3 de experimentación de la vacuna desarrollada por Oxford cuando un participante presentó síntomas neurológicos, y que la hayan retomado después."Las compañías farmacéuticas están muy conscientes de que se juega su reputación en las vacunas contra el Covid-19. Los políticos y los presidentes pasan; las vacunas, quedan".
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