Coronavirus en la Argentina: tienen más de 70 años, viven solos y extrañan los abrazos de la familia
La mayoría coinciden en que lo que más añoran son los afectos; como hacen pocas salidas, vecinos, amigos y seres queridos los ayudan con las compras y otras necesidades
"Me angustia no poder hacer mis caminatas". "Necesitaría ir al médico". "Veo mal". "Quisiera hacer carpintería, pero no puedo ir a comprar tornillos". "Vivo en una casa enorme que no tengo manera de limpiar". "Extraño los abrazos". "Extraño mucho a mis hijos". "No puedo esperar la hora de estar con mis nietos". Dentro del vasto y heterogéneo mundo de los adultos mayores se escuchan en este contexto de cuarentena situaciones bien distintas, aunque con algunas inquietudes en común: la más citada es la enorme y muy honda añoranza de los afectos.
Según proyecciones del Indec, cerca del 15 por ciento de la población argentina tiene 60 años o más: casi siete millones de personas que, en medio de esta pandemia, y al ser calificadas como población de riesgo, se encuentran hoy más "guardadas" que nunca y sobrellevando -como todos, aunque con ciertas dificultades extras- la ansiedad que provoca no saber y tener que esperar.
En los últimos días quedaron además en el ojo de la tormenta después de que el gobierno de la ciudad de Buenos Aires intentara imponer un permiso para que los mayores de 70 pudieran circular. Finalmente -después de un intenso debate y las reacciones adversas-, la idea de que avisen a la línea 147 antes de salir a la calle sigue vigente, aunque no es obligatorio ni hay sanciones para quienes así no lo hacen.
El futuro en mente
Flora González Díaz está por cumplir 86 años y vive sola en Barracas. No tiene hijos y en lo que va del aislamiento obligatorio no salió ni una vez: logró que negocios cercanos le llevaran sus pedidos a la casa y la asiste además el sobrino de una vecina. Cuenta que habla seguido por teléfono con sus amigas de la secundaria -egresaron en 1954- y que también extraña horrores a sus sobrinos nietos.
"Para las personas grandes este es un tiempo horriblemente perdido. Porque alguien joven podrá decir: 'Esto es malo, igual vendrán tiempos mejores'. Pero nuestras expectativas son más cortas, ¿el año que viene qué?", reflexiona Díaz.
"Pensemos que para un abuelo o una abuela el calendario suele organizarse alrededor de dos fechas: el cobro de la jubilación y los cumpleaños de la familia. Ahora eso se dinamitó", explica Eduardo Mutto, integrante del Servicio de Cuidados Integrales Paliativos del Hospital Austral y médico clínico en una residencia para adultos mayores.
Malvina Massu (81) y Alicia Camiña (77) son amigas de años y vecinas contiguas en el barrio porteño de Floresta. Las dos viven solas, las dos tienen familiares lejos. Las asisten vecinos y gente joven que les hacen las compras o van a la farmacia, y, si son de suma confianza, también al cajero.
"Sé usar la computadora, pero tengo un problema de la vista. Así que tampoco puedo leer ni tejer. Y ahora ¿qué voy a ir al oculista? Hasta que pasó todo esto solía tener mucha actividad, me iba caminando hasta Nazca", cuenta Malvina, y asegura que apenas sale a la esquina para dar de comer a unos gatitos. "El otro día me preguntaron unos policías qué estaba haciendo, les dije que si ellos los alimentaban, entonces yo me quedaba tranquila en casa", se ríe.
Alicia, en cambio, ni siquiera asoma la nariz a la calle. Dice que detesta tener que depender de otros, que su problema es que toma muchísimos remedios, que el día se le va pasando entre el intento de limpiar su casa, que es enorme, y las sopas de letras que adora resolver. También que hace poco -ya en cuarentena- se le murió su perrita, por eso los vecinos de atrás le mandan a veces a su perro, como para que le haga un poco de compañía.
Restricciones que impactan
Según señala Mutto, las personas que ya se habían retirado de sus trabajos, pero así y todo salían con amigos, hacían deporte y practicaban hobbies, ven ahora muy restringida su actividad social e intelectual, a lo que se suma el deterioro físico que provoca no poder, por ejemplo, salir a caminar.
"Está demostrado que aquellos que viven aislados tienen mayor incidencia de lo que vulgarmente se llama 'demencia senil'. En cambio, quienes trabajan, van al club, enseñan y tienen actividad social e intelectual retrasan el deterioro cognitivo", precisa el médico, que agrega que el sedentarismo puede hacer que una persona pierda masa muscular y se vuelva más propensa a las caídas, además de que aumentan el colesterol y la glucemia y la diabetes se torna más difícil de controlar.
Fito T. Reybt tiene 72 años y vive solo en Godoy Cruz, Mendoza. De sus tres hijas, la del medio reside en Chile y las otras dos se están encargando de hacerle las compras, que dejan en la puerta mientras lo saludan de lejos. "Uno siente el deseo de darles un beso, o de poder, al menos, tocarles la mano. Pero nos comunicamos por la mirada", confiesa. Reybt, además, dice que no ve la hora de volver a la rutina de los domingos en familia, con los nietos y los tallarines caseros que él mismo se ocupa de amasar. Tampoco tiene internet: se entretiene con la pequeña huerta que armó en el patio, con la lectura y los quehaceres domésticos.
"Quería fabricar una puerta para el horno de barro -relata-, pero tampoco puedo ir a la ferretería a comprar tornillos. Voy a tener que esperar a que pase todo esto".
Cambiar la mirada
"Esta pandemia ha puesto sobre la mesa problemáticas que las personas mayores han tenido históricamente. A los gerontólogos nos permite hablar de cosas que pasan desde hace mucho, aunque solapadas", señala Estela Altalef, médica geriatra y presidenta de la Comisión Americana de Adultos Mayores.
Según la experta, el sistema de atención a esta población debería categorizarlos no tanto de acuerdo con sus patologías como con su nivel de autonomía funcional, lo que en este contexto resultaría clave para organizar la asistencia.
"Las actividades de la vida diaria se clasifican en las 'avanzadas', como aprender, enseñar, practicar deporte, participar en política, ir a la iglesia; las 'instrumentadas' -hacer las compras, usar el transporte público, utilizar la medicación, ir a hacer trámites bancarios-, y las más 'básicas': pasarse de una cama a la silla, llevarse la comida a la boca, bañarse, cortarse las uñas de los pies. Eso forma parte de lo que se llama 'valoración gerontológica integral'", explica. La especialista también agrega: "No es lo mismo un diabético autoválido que trabaja y se hace las compras que alguien que no puede subirse a un medio de transporte".
Altalef sostiene que, de cara al envejecimiento de la población, no solo los profesionales de la salud, sino toda la comunidad deberían capacitarse en los temas de la vejez.
"¿Cuál es el llamado de atención que hace un bebé cuando no está bien? Llora. De la misma manera, hay que mirar los llamados de atención de los viejos. A veces hasta una depresión pasa inadvertida para los profesionales, para la familia e incluso para los mismos adultos mayores, que piensan que todo lo que les pasa es porque son viejos", afirma. En el final, Altalef subraya: "Todos deberíamos aprender a leer cuáles son las señales de pedido de ayuda".
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