Coronavirus en la Argentina: tiene una enfermedad rara, lleva 15 meses recluida y pide que la vacunen
María Laura padece un trastorno que aún no está incluido entre las comorbilidades para aplicarse la vacuna; sufrió dos ACV y reclama una solución
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María Laura Stevenin decidió recluirse en cuarentena hace 15 meses, dos semanas antes de que lo determinara el gobierno de Alberto Fernández, el 20 de marzo del 2020. Con el fantasma del coronavirus ya recorriendo las calles porteñas, esta mujer decidió guardarse ante sus problemas de salud, que se agravarían de contagiarse con covid-19.
“Empecé a leer sobre los efectos del coronavirus en diarios del mundo, mucho antes de que se determinara el aislamiento de todo el país”, recuerda en diálogo telefónico con LA NACIÓN desde el balcón de su casa de Palermo.
“Por la cuarentena dejé de ir al kinesiólogo y a la terapia ocupacional –cuenta la mujer-. Perdí 8 kilos y mucho de mi masa muscular”. María Laura tiene 43 años y sufrió dos ACV que le dejaron una parálisis en su mano izquierda y alguna dificultad para caminar. Sin embargo, se sobrepuso a todo: tiene 3 hijos de 9, 8 y 2 años y trabaja en forma virtual para el centro de capacitación del Sindicato de Empleados de Comercio.
El pedido por la vacuna
María Laura padece de una enfermedad cerebrovascular llamada malformación arteriovenosa congénita en lóbulo frontoparietal derecho. Este tipo de problema de salud lo tiene solo un 0,14% de la población y aún no está incluida entre las comorbilidades para aplicarse la vacuna contra el coronavirus.
La enfermedad se la descubrieron a los 22 años, cuando sufrió su primer ACV, mientras estudiaba en la universidad. “En ese momento estuve postrada varios meses en la cama sin poder caminar, ni hablar –recuerda-. Me separé de mi novio de aquel momento, pero logré salir adelante y con rehabilitación me recuperé. Pude volver a caminar un 8 de diciembre, el Día de la Virgen. Para mí eso fue toda una señal”.
El segundo ACV lo tuvo cuando estaba embarazada de su tercer hijo, Simón Jesús, hace dos años. “Los médicos me sugirieron que aborte por el riesgo, pero yo seguí adelante porque no estoy de acuerdo con la interrupción”, señala Stevenin.
“Muchas veces veo que se vacunaron personas que no debían, jóvenes o que se hicieron pasar por personal de salud -se queja la mujer-. Y yo trato de seguir adelante en mi reclusión esperando mi momento, pero a veces me canso”.
En algún momento pensó en viajar a Estados Unidos a vacunarse: “Lo desestimé por un tema de presupuesto y también por el riesgo de viajar en avión. Yo soy Argentina y reclamo mi derecho a la salud en mi país, que es lo que me corresponde”, reclama.
Stevenin resalta que después de todo lo que pasó no le tiene miedo a la muerte. “Más que nada me preocupa que puede pasar con mis hijos si yo no estoy”, reflexiona.
Vida puertas adentro
María Laura cuenta que hasta le cuesta peinarse debido a su discapacidad. Igual, se las arregla para manejarse con su trabajo y sus tres hijos, que van al colegio. “Cuando vuelven de la escuela y mi marido del trabajo saben que se tienen que sacar toda la ropa, los zapatos quedan en la puerta y se lavan las manos antes de hacer nada. Después sí, nos podemos dar un abrazo o besos también, son muy necesarios en estos tiempos de pandemia”, relata.
Cuenta, además, que intenta llevar una vida lo más normal que puede dentro de su casa. “Solo salí una vez para realizarme una resonancia magnética, necesaria como control por mi enfermedad. Igual, intento que mis hijos mantengan el mayor grado de normalidad posible”.
La mujer cuenta que a veces le gustaría vivir en otro país que tenga menos obstáculos para las personas con discapacidad. “A veces por todas mis experiencias y mi lucha en la vida me siento como una persona de 80 años ya –dice María Laura-. Tengo mis problemas, pero no me quedo estancada en eso. Trato de avanzar. Festejo cada logro, como por ejemplo peinarme y atarme el pelo, algo que me cuesta mucho”.
Mientras disfruta del sol de su balcón, María Laura dice que muchas veces sintió la discriminación en la universidad cuando estudiaba: “Muchas mujeres me miraban mal y les costaba entender cómo con mis problemas había podido formar una familia con tres hijos. Sentía que les costaba creer mis logros cuando me veían caminar con dificultad o que me costaba mover mi mano izquierda”.
Alzar la voz
Stevenin espera que su caso sea solo la punta de lanza de cientos de personas con otras enfermedades raras que no están incluidas dentro de las comorbilidades para recibir la vacuna: “Hay mucha gente en mi situación que no está contemplada para recibir la vacuna, mientras vacunaron a personas que no la necesitaban. Ves eso y te genera mucha indignación porque la dosis nos podría mejorar la vida. No entiendo como no pueden ver eso”.
Cuenta que ya tiene planes para el día después que reciba la vacuna: “Poder llevar a mis hijos a una plaza y verlos disfrutar. Y para más adelante viajar a alguna playa para descansar de toda esta tensión”. María Laura mira por el balcón de su piso 21, mientras sueña con los nuevos desafíos que le irá poniendo la vida.