Coronavirus: con máscaras protectoras y alcohol en gel, empezaron las mudanzas en la ciudad
Desde ayer, es uno de los nuevos rubros habilitados; solo se podrán realizar los sábados y los domingos; los trabajadores extremaron las medidas de higiene
"Cuando nos subimos al camión, a la mañana temprano, el mate fue lo que más nos costó. Acostumbrados a tomar en ronda, cada uno trajo su bombilla, su yerba, su termo. Nos terminó de enfrentar a que todo cambió.", explica Javier Capra, supervisor general de la empresa Stella Hnos., que luego de casi dos meses, volvió a hacer mudanzas en la ciudad. A partir de ayer, con protocolos estrictos de protección e higiene, los sábados y domingos serán los únicos días habilitados para este tipo de traslado. Desde que el gobierno porteño amplió las excepciones e incluyó esta nueva actividad, la empresa recibió numerosos pedidos y ya tiene programadas cuatro mudanzas por día, durante ayer, hoy y los próximos fines de semana.
"Parecemos marcianos", dice Capra riendo, mientras saluda y señala su vestimenta. Al uniforme que les proveé la empresa, ahora se suma la obligatoriedad de usar barbijos, guantes antideslizantes, máscaras de protección, alcohol en gel y lavandina diluida en agua para las suelas de los zapatos. Los empleados entran y salen de la vivienda, cargan objetos y cuando pasan por delante de Capra rocía los elementos con alcohol al 70% y las suelas de los zapatos, con lavandina diluida. Esto sucede en un importante edifico del barrio de Villa Devoto, en donde después de dos meses, hay una mudanza.
"Los propietarios [del departamento] aceptaron sin problema que se haga la mudanza. Destiné el ascensor de servicio, la escalera y la cochera para esto y así ellos usan el ascensor principal y no se cruzan a nadie." explica Hugo Castillo, el encargado del edificio, mientras aprueba con su mirada las medidas de seguridad.
"Muchas mudanzas quedaron suspendidas desde que se decretó la cuarentena obligatoria y hay que entender que detrás de cada una de ellas, hay una historia familiar.", agrega Capra. "Nos rogaban que las hiciéramos igual, que habían visto otras empresas que las estaban haciendo. Un hombre que había quedado con todo embalado dentro de su casa, nos amenazó con tirarnos los canastos a la calle. Nosotros intentamos comprenderlos y contenerlos a todos", explica Capra.
Una de esas historias es la de Sergio Ramos, empresario hotelero que trabaja junto a su mujer Ivana y son quienes hoy se están mudando. Junto a sus hijos, habían proyectado hacerlo el viernes 20 de marzo a una departamento a pocas cuadras del actual. "Por suerte, llegué a llamarlos el mismo jueves, antes de que llegaran, para pedirles que no vengan a embalar. porque algo intuía que esa noche se decretaba la cuarentena.", aclara Ramos, que ofrece café a todos los empleados que entran y salen de su casa, cargando sus muebles. Él y miles de argentinos quedaron dentro de un vacío legal con este tipo de situaciones, ya que no hay antecedentes para situaciones así. Ramos confía en que podrá llegar a un acuerdo con el dueño del departamento que está abandonando, ya que estuvo pagando el alquiler por el otro departamento que aún no pudo habitar. "Entre personas de bien, lo sabremos resolver", aclara con una sonrisa de resignación.
Stella Hermanos, la empresa de mudanzas, tiene 95 años de vida y alrededor de 50 empleados. La firma y todas las demás empresas del rubro, tuvieron que afrontar este período de aislamiento como pudieron. Los trabajadores se encontraron quedándose en sus casas y con mucha incertidumbre por su futuro. El retorno al trabajo fue una gran noticia, de acuerdo al testimonio de la mayoría y los alegró reencontrarse con sus compañeros hoy temprano. "De un día para otro nos dijeron que no podíamos seguir trabajando. Fue muy duro. Mi señora trabaja en un sanatorio y no tuvo pausa. Yo la llevaba a la mañana, la iba a buscar a la tarde, pero no estoy acostumbrado a eso. Por suerte, la empresa nos dio tranquilidad y se portó once puntos con nosotros" aclara Luis Alberto Gil, refiriéndose a que les pagó los sueldos sin demora.
"¿Dónde ponemos el colchón de dos plazas?", pregunta uno de los empleados que espera en la vereda, mirando hacia el tercer piso, desde donde dos compañeros bajan un sommier de dos plazas colgando de dos sogas en cada extremo. Muchas gente pasa por la vereda porque Buenos Aires amaneció soleada, con cielo azul y una temperatura ideal para estrenar el paseo con los niños. Todos caminan con lentitud, saboreando la libertad recuperada y muchos llevan niños de la mano. Algunos miran hacia arriba, asombrados por el tamaño de los muebles que bajan atados a dos cuerdas de tela mientras dos hombres desde la ventana del tercer piso y dos hombres en la vereda mantienen el equilibrio. Otros miran hacia hacia la calle, donde ven estacionados dos camiones rojos enormes, de casi 10 metros de largo. Todos usan barbijos. No hay ruidos, no hay gritos, no hay música. Buenos Aires está comenzando a despertarse.
"Cuando nos subimos al camión, a la mañana temprano, el hecho de no compartir el mate fue lo que más nos costó. Acostumbrados a tomar en ronda, cada uno trajo su bombilla, su yerba, su termo. Nos terminó de enfrentar a que todo cambió", explica Javier Capra, supervisor general de la empresa Stella Hnos., que luego de casi dos meses volvió a hacer mudanzas en la ciudad.
De hecho, a partir de ayer, con protocolos estrictos de protección e higiene, los sábados y domingos son los únicos días habilitados para este tipo de traslado. Desde que el gobierno porteño amplió las excepciones e incluyó esta nueva actividad, la empresa recibió numerosos pedidos y ya tiene programadas cuatro mudanzas por día, para este y los próximos fines de semana.
"Parecemos marcianos", dice Capra riendo, mientras saluda y señala su vestimenta. Al uniforme que les provee la empresa, ahora se suma la obligatoriedad de usar barbijos, guantes antideslizantes, máscaras de protección, alcohol en gel y lavandina diluida en agua para las suelas de los zapatos.
Los empleados entran y salen de la vivienda, cargan objetos y cuando pasan por delante de Capra el supervisor los rocía con alcohol y con lavandina diluida las suelas de los zapatos. La escena se produce en un importante edifico del barrio de Villa Devoto, en donde después de dos meses hay una mudanza.
"Los propietarios [del edificio] aceptaron sin problema que se haga la mudanza. Destiné el ascensor de servicio, la escalera y la cochera para esto y así ellos usan el ascensor principal y no se cruzan a nadie", explica Hugo Castillo, el encargado del edificio, mientras aprueba con su mirada las medidas de seguridad.
"Muchas mudanzas quedaron suspendidas desde que se decretó la cuarentena obligatoria y hay que entender que detrás de cada una de ellas hay una historia familiar", dice Capra. Y completa: "Nos rogaban que las hiciéramos igual, que habían visto otras empresas que las estaban haciendo. Un hombre que había quedado con todo embalado dentro de su casa nos amenazó con tirarnos los canastos a la calle. Nosotros intentamos comprenderlos y contenerlos a todos".
Una de esas historias es la de Sergio Ramos, empresario hotelero, y su mujer, Ivana, que son quienes se están mudando. Junto a sus hijos, habían proyectado el traslado a un departamento cercano el viernes 20 de marzo, el día en que comenzó a regir el aislamiento obligatorio.
"Por suerte, llegué a llamarlos el mismo jueves, antes de que llegaran, para pedirles que no vengan a embalar, porque algo intuía que esa noche se decretaba la cuarentena", aclara Ramos, que ofrece café a todos los empleados que entran y salen de su casa.
Como otros argentinos, él y su familia debieron enfrentarse a una situación sin ningún tipo de antecedentes. Ramos confía en que podrá llegar a un acuerdo con el dueño del departamento que está abandonando, porque pagó el alquiler de su nueva vivienda. "Entre personas de bien, lo sabremos resolver", aclara con una sonrisa de resignación.
Escena inusual
"¿Dónde ponemos el colchón de dos plazas?", pregunta uno de los empleados, que espera en la vereda mientras mira hacia el tercer piso, desde donde dos compañeros bajan un sommier de dos plazas, que cuelga de dos sogas aferradas a los extremos. Muchas personas pasan por la vereda porque la ciudad amaneció soleada, con cielo azul y una temperatura ideal para estrenar el paseo con los chicos. Algunos de los peatones miran hacia arriba, asombrados por el tamaño de los muebles que bajan atados a dos cuerdas de tela mientras dos hombres desde la ventana del tercer piso y dos en la vereda mantienen el equilibrio. Otros miran hacia la calle, donde ven estacionados dos camiones rojos enormes, de casi 10 metros de largo. Todos usan barbijos. No hay ruidos, no hay gritos, no hay música.
La empresa de mudanza tiene 95 años de vida y alrededor de 50 empleados. La firma y todas las demás compañías del rubro tuvieron que afrontar este período de aislamiento como pudieron. Los trabajadores debieron quedarse en sus casas y con mucha incertidumbre por su futuro.
El retorno al trabajo fue una gran noticia, de acuerdo con el testimonio de los trabajadores que trabajan en la nueva mudanza, y los alegró reencontrarse con sus compañeros temprano.
"De un día para otro nos dijeron que no podíamos seguir trabajando. Fue muy duro. Mi señora trabaja en un sanatorio y no tuvo pausa. Yo la llevaba a la mañana, la iba a buscar a la tarde, pero no estoy acostumbrado a eso. Por suerte, la empresa nos dio tranquilidad y se portó once puntos con nosotros", aclara Luis Alberto Gil, refiriéndose a que la firma pagó los sueldos sin demora.
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