Coronavirus. ¿Cómo se vive la cuarentena en un pueblo de un solo habitante?
Juan Esteban Preisegger, de 50 años, se ha convertido en una pieza clave dentro de una región olvidada: se ofreció para llevarles las tareas a las casas de los 14 alumnos que asisten a la escuela de Mapis, un pueblo mínimo de un solo habitante donde dos maestras rurales están solas tratando de darles continuidad al año lectivo (las escuelas están cerradas por el coronavirus).
"Los soportes están online, pero nadie en el campo tiene señal ni internet para verlos ni descargarlos", reconoce Silvana Arnaudo (47 años), directora de la Escuela N°35 José Lamas. Para llegar hasta los alumnos, imprimieron una serie de cuadernillos que Juan busca en la escuela y distribuye por los campos. "Hacemos una cadena, nos comunicamos como podemos y nos encontramos, nosotros estamos acostumbrados a darnos una mano entre todos", reconoce Preisegger.
Recalde y Mapis, separados por 20 kilómetros de camino de tierra, son dos pueblos que reflejan una realidad poco conocida de la pandemia del coronavirus que asola al mundo, y que en la ruralidad se ve por la TV como un problema ciudadano. "Acá estamos muy tranquilos, para nosotros el coronavirus es algo muy alejado, algo de la ciudad. Salimos muy poco del pueblo, hemos quedado los más viejos", cuenta Juan.
"Tenemos poca circulación de gente, es difícil llegar hasta acá y las casas están muy separadas. Nos seguimos dando la mano, abrazando, es nuestra identidad", afirma. "Cuando me enteré que las maestras de Mapis necesitaban ayuda, me ofrecí, es lo que corresponde hacer", sentencia.
Mapis tiene un solo habitante estable, un hombre que vive en una casa al fondo de la estación de tren. Tiene 70 años. Los días de semana las dos maestras que dictan clases en la escuela se quedan a vivir en una pequeña habitación dentro del establecimiento. Es el punto de encuentro de una comunidad de alrededor de 70 habitantes distribuidos en el ejido rural.
"La conectividad es nuestro gran problema, estamos preocupadas porque muchos de los padres de los alumnos son empleados rurales y sus patrones viajan o han viajado al exterior", afirma. "Llegar a los chicos se nos hace muy difícil", confiesa.
Las familias que asisten a la escuela viven aisladas en puestos de estancia donde es muy difícil llegar. En estos días las lluvias caídas vuelven intransitables los caminos de tierra. Sin posibilidad de usar el teléfono, si llegara a producirse una infección, el contagio dentro del grupo familiar se descontrolaría.
"No hay forma que se pongan en contacto con algún médico" afirma Arnaudo. Para solucionar el problema del cierre de la escuela y no agudizar más el aislamiento, pensaron en imprimir tareas. "Preparamos carpetas con el nombre de cada alumno y Juan las pasa a buscar y comienza un cadena de solidaridad y favores. Acá las distancias son muy largas", cuenta la maestra rural. "¿Qué necesitamos?: antenas para estar comunicados", sueña con resignación.
"La señal de teléfono va y viene, cuando cae un mensaje, nos comunicamos", sostiene Juan. Los puntos de encuentro con los padres de los alumnos se suceden en tranqueras, cruce de caminos las propias casas. "La idea es que la tarea les llegue a todos los alumnos", sostiene. "De esta manera, podemos llegar a toda la matrícula de la escuela", afirma Arnaudo, quien vive en Olavarría, a cien kilómetros de distancia, comparte su estadía solitaria con Paz Criante (24 años), docente recién recibida que solicitó el destino.
"Saben que estamos en la escuela, que pueden contar con nosotras, por si llega a pasar algo", se resigna. Juan también recibe encargos para ellas. Cuando pasa por la tranquera de su campo, la familia Mellea, pionera de la región y que vive a unos kilómetros de Mapis, aprovecha para enviarles huevos que entrega diligentemente a las docentes.
En la Colonia El Balde, en el Meridiano V, el límite entre Buenos Aires y La Pampa (Distrito de Rivadavia), una maestra de jardín infantes permanece sola de lunes a viernes en el JIRIMM N°5 de la Escuela N°30, siendo la única habitante de este paraje, en el ejido rural viven alrededor de 20 familias.
"Estamos acostumbrados al aislamiento, cuando llueve nadie puede salir de acá", reconoce Mónica Tortone, de 48 años, quien hace todas las semanas 120 kilómetros desde su General Pico natal (La Pampa) hasta esta escuela para darle clases a cuatro alumnos, tiene una habitación en el propio edificio.
"Tenemos un plan de contingencia virtual, pero sólo una familia tiene antena y recibe internet", aclara. "La gente del campo es muy limpia, saben del virus, les hemos dado información, ven la televisión, cuando hay luz", la falta de suministro es real, ante la menor inclemencia meteorológica.
El Consejo Escolar le envió cuadernos con tareas. "Voy hasta las casas y se los entrego", afirma. Con algunas madres se ven en algún punto que consiguen coordinar cuando llega alguna barra de señal. "Con una quedamos en vernos en una laguna", sostiene. "Tratamos de mantenernos comunicados, el problema es el agua en los caminos, que nos aísla", concluye.
La realidad es similar en D´Orbigny, en el Partido de Coronel Suárez. Aquí viven doce personas. La Escuela N°23 "Dr. Angel Gallardo" es el punto de encuentro. El plan para continuar con el ciclo lectivo desde el hogar se dificulta con la poca conectividad.
"En un primer momento nos mandaron material de la época de Scioli, pero ahora se actualizó", afirma Karina Graff, directora del Jardín de Infantes. El coronavirus es un tema mencionado en la pequeña comunidad. "Hay campos de italianos que llegaron de Roma, estamos en zona de emergencia", confiesa con preocupación. "Las maestras rurales nos estamos organizando, por razones de distancia o climáticas estamos acostumbradas a trabajar con un plan de contingencia. Le decimos a los pobladores que se quedan en sus casas", reconoce.
"En el pueblo quedan cuatro habitantes, uno es un señor mayor: no quieren ir a la ciudad", sostiene Silvia Munz, directora del Jardín de Infantes de la escuela N°9 José Ingenieros de El Pensamiento, en el Distrito de Coronel Pringles, a 35 kilómetros de la cabecera. La pequeña localidad no tiene luz eléctrica ni agua potable. Los caminos están intransitables.
"Ellos piensan que quedarse en el campo es la mejor manera de aislarse y evitar el coronavirus", concluye.
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