Coronavirus: Cómo saber si estás respirando el aliento de otra persona
WASHINGTON.— Como el restaurante Railroad Pub & Pizza tiene cinco grandes ventanales, su propietario, Nick Crandall, dice que la ventilación nunca fue un problema. Pero a fines de diciembre los organismos de control del estado de Washington le dijeron que su restaurante no calificaba como “salón al aire libre” y que tendría que cerrar debido al endurecimiento de la nueva cuarentena por el coronavirus.
Así que Crandall se quejó por Facebook, donde posteó un video tour por su pub y restaurante en la localidad de Burlington, con sus grandes puertaventanas tipo garaje. “Me da curiosidad saber qué es, para la ciencia, comer al aire libre, y qué cantidad de aire tiene que circular”, dice en el video Crandall. Y apunta contra el gobernador demócrata del estado, Jay Inslee, sugiriéndole que use “el sentido común”. El video fue visto más de 73.000 veces.
Puede sonar como otra batalla politizada de la era Trump por las restricciones de la pandemia, aunque en este caso haya terminado con menos polarización y más concesiones de los involucrados. Cuando Crandall y otros se quejaron en las redes, los entes reguladores introdujeron una nueva política —al parecer, la primera en su tipo— que permite que algunos restaurantes sean considerados “al aire libre” aunque estén entre cuatro paredes. Es una nueva tendencia pandémica que permitirá que esos establecimientos abran sus ventanales y puertas, y midan activamente los niveles de dióxido de carbono (CO2) —el gas que exhalamos al respirar— como indicador clave para saber cuánto aire fresco circula en el ambiente.
Ahora el restaurante de Crandall está abierto nuevamente, y cuenta con un monitor de CO2 cuyos niveles tratan de mantener siempre por debajo de 450 partes por millón, apenas por encima de los niveles al aire libre, para cumplir con la nueva política del estado de Washington. Debido al uso de combustibles fósiles, los niveles actuales de CO2 en exteriores ronda las 415 partes por millón, y sigue en ascenso constante.
Se trata de una nueva tendencia que empuja a científicos, ciudadanos comunes y negocios —los gimnasios, restaurantes y bares— a tratar de cuantificar el riesgo de transmisión aérea del coronavirus, con la esperanza de poder mantener abierta la economía. Las ventas de medidores portátiles de dióxido de carbono se dispararon, hasta el punto de que uno de los modelos más populares, el Aranet4, que cuesta 250 dólares, se agotó rápidamente y obligó a su fabricante a redoblar el ritmo de producción.
“No esperábamos un incremente tan exponencial”, dice Tom Rekšņam director de marketing de Aranet, una empresa con sede en Riga, capital de Letonia.
La tendencia también está alcanzando rápidamente a muchos “científicos ciudadanos” que tuitean sus mediciones desde distintos lugares con el hashtag #covidco2. En Australia, un grupo de “CO2Guerrillas” viene documentando el nivel de CO2 en supermercados, consultorios médicos y oficinas, que suelen revelar niveles muy elevados de dióxido de carbono. E Japón, el uso de esos medidores también está en alza, y hace poco, durante un recital de música, incluso se proyectaba la medición en tiempo real en una inmensa pantalla.
Tanto ímpetu por medir los niveles de CO2 tiene una explicación simple: la creciente y potente masa de evidencia que sugiere que el coronavirus se transmite por aire y que puede atravesar una distancia mucho mayor a los 2 metros, a través de microgotas llamadas aerosoles, que liberamos al hablar, gritar, cantar, o simplemente respirar. Pero actualmente no hay ningún sensor que permita medir en tiempo real si hay aerosoles infecciosos flotando a nuestro alrededor cuando estamos puertas adentro.
Pero el CO2 puede funcionar, en cierto sentido, como un indicar sucedáneo. Al respirar, la gente exhala CO2, y en los espacios mal ventilados ese gas se va acumulando hasta alcanzar niveles muy por encima de la marca de referencia del aire exterior.
“Te da una idea de cómo esta la ventilación, que de otra manera es muy difícil de adivinar”, explica Linsey Marr, experta en aerosoles del Instituto Tecnológico de Virginia. “Ni los propietarios y administradores saben demasiado de los sistemas de ventilación que tiene los edificios. El único que sabe es el instalador, que desaparece cuando termina la obra.”
Marr es asesora médica de una red de gimnasios de crossfit que ahora, a instancia suya, ha instalado medidores de CO2 en sus locales.
Los expertos advierten desde hace tiempo sobre la importancia de la ventilación, y las mediciones de CO2 en interiores son definitivamente útiles en ese sentido. Sin embargo, con tanto frenesí de la gente común por encontrar alguna seguridad en medio de la pandemia, algunos temen que haya un malentendido.
“La medición del CO2 es un dato más, pero no es una evidencia concluyente”, dice el experto en aire en ambientes interiores Jeffrey Siegel, de la Universidad de Toronto. “No es lo mismo medir el aire durante un largo periodo de tiempo con un sensor que uno sabe interpretar, que introducir un sensor durante unos minutos y tomar esos datos para alarmarse porque la ventilación no funciona.”
Científicos ciudadanos
Cuando los científicos quieren medir los niveles de CO2 con gran nivel de exactitud suelen usar equipos de laboratorio muy sofisticados, que cuestan miles de dólares. Pero los sensores que están usando los “científicos ciudadanos” durante la pandemia son más sencillos e imprecisos.
Se trata más bien de una variedad de sensores portátiles o desmontables que cuestan a partir de 100 dólares y que se han vuelto muy populares. Los expertos recomiendan dispositivos que utilizan una tecnología llamada “detección infrarroja no dispersiva” (NDIR), una técnica muy conocida y basada en los mismos principios físicos básicos que generan el llamado “efecto invernadero”. Ya sea en la atmósfera o en el pequeño receptáculo de un sensor, el CO2 absorbe un tipo de radiación que tiene una longitud de onda más larga que la de la luz visible, a menudo denominada radiación infrarroja o térmica.
A escala terrestre, los gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono, no solo absorben este tipo de radiación, sino que también la reemiten, manteniendo parte del calor dentro de la atmósfera, sin dejarlo escapar hacia el espacio. Dentro del sensor, la radiación infrarroja rebota de un extremo al otro del receptáculo y las concentraciones de dióxido de carbono se calculan en función de la cantidad de radiación que llega al otro extremo sin ser absorbida por el gas.
Al menos en teoría, esa medición nos puede dar una buena idea de cuántos humanos han exhalado en determinado espacio y cuánto tarda su respiración en disiparse.
“Las mediciones de CO2 son importantes porque nos dan una idea de cuánto del aire que estamos respirando proviene del aparato respiratorio de otras personas”, dice Richard Corsi, experto en calidad del aire en interiores de la Universidad Estatal de Portland, que viene tomando mediciones de dióxido de carbono desde hace años y con diferentes instrumentos.
Una cifra crítica, dice Corsi, es la “fracción de reinspiración”, que se refiere al porcentaje del aire que inhalamos que proviene de la exhalación reciente de otros en ese mismo espacio. Corsi ha calculado, por ejemplo, que cuando la concentración de CO2 en un interior alcanza las 800 partes por millón, cada vez que inhalamos, el 1% del aire proviene de la respiración de otros. En medio de una pandemia, la sola idea es alarmante.
Pero en espacios interiores mal ventilados, donde la gente ni siquiera advierte la cantidad de gas que se ha acumulado, esas concentraciones de CO2 pueden llegar fácilmente a los 1.000, 2.000 o incluso 4.000 partes por millón.
“Muchos maestros dicen que en las aulas se registran niveles de 2.000, 5.000 y hasta cifras superiores”, dice José Luis Jiménez, experto en aerosoles de la Universidad de Colorado en Boulder, que ha impulsado el uso de los sensores y ha participado en los ensayos de precisión de varios de ellos.
Los expertos como Corsi y Siegel dicen que es una muy buena noticia que la pandemia haya despertado nuestra conciencia sobre la calidad del aire dentro de los edificios, un tema que se ha descuidado durante décadas. Y en su campo de estudio, el dióxido de carbono se ha utilizado durante mucho tiempo como un indicador de lo bien o mal ventilado que está un espacio cubierto.
Pero estos científicos también les preocupa que las mediciones de dióxido de carbono puedan malinterpretarse o incluso, en algunos casos, dar una falsa sensación de seguridad.
Siegel advierte, por ejemplo, que los dispositivos portátiles tienen que ser calibrados, y que a veces pueden confundir el CO2 con otros gases de efecto invernadero (como el vapor de agua), lo que hace variar sus mediciones a lo largo tiempo. No por eso las mediciones sin inútiles, aclara Siegel, pero sí implica que hay que debe tener algo de experiencia en el manejo del instrumento y que la medición debe ser constante durante un buen periodo de tiempo.
“Cuanto más nos comprometamos con mejorar la calidad del aire en interiores, mejor nos va a ir”, dice Siegel. “El problema es que no es posible definir si el aire de un interior es bueno o malo mediante una medición puntual de CO2 con un sensor de bajo costo, y sin una interpretación adecuada”.
Por su lado, Corsi advierte que si bien las concentraciones muy bajas o muy altas de CO2 pueden parecer fáciles de interpretar, muchas lecturas caerán en esa área gris de entre 700 y 1000 partes por millón.
¿Estamos a salvo en un espacio así? La respuesta es que depende. Un espacio con 25 personas y una medición de CO2 de 700 partes por millón, señala Corsi, está mucho mejor ventilado que uno donde hay tres personas y la medición es la misma.
Además, si una habitación tiene un filtro de aire portátil HEPA o un buen sistema de HVAC con filtros igualmente eficaces y correctamente instalados, entonces el riesgo será menor, aunque los niveles de dióxido de carbono puedan parecer un poco altos. El CO2 es una molécula pequeña que pasa a través de estos filtros, pero los aerosoles que contienen virus son más grandes y quedan atrapados en ellos.
Rekšņa, el director de marketing de la empresa letona Aranet, dice que la guía de inicio del dispositivo les enseña a los usuarios a calibrarlo, y que a partir de ese momento el aparato tiene una precisión de aproximadamente 50 partes por millón (lo que ciertamente sería suficiente para distinguir las concentraciones bajas de las altas).
“Además, brindamos soporte técnico para todo el ecosistema empresarial”, señala. “Recientemente también lanzamos el Foro Aranet online, para zanjar de inmediato las dudas de nuestros clientes.”
Algo más para tener en cuenta: como ha sucedido con el planeta Tierra en general, los humanos pueden llenar el aire interior con dióxido de carbono quemando madera o combustibles fósiles, como hace las chimeneas y estufas a gas. En estos casos, las concentraciones pueden aumentar por razones que nada tienen que ver con nuestra respiración ni con el virus.
En otras palabras, las mediciones de CO2 pueden ser útiles y relevantes, pero deben ser leídas en su contexto específico.
Riesgo de transmisión
Aún así, el principio básico es bastante indiscutible: si en el interior de un negocio, oficina, supermercado o donde sea, los niveles de dióxido de carbono son muy bajos, entonces el riesgo de transmisión aérea de coronavirus probablemente también sea bajo, al menos de las personas que estén alrededor de uno. (Y el riesgo será aún menor si las personas también tienen barbijo correctamente colocado.)
La actual experiencia en el estado de Washington puede servir de caso testigo de lo mucho o poco que puede servir la táctica de medir el CO2 cuando es aplicada a través de un esfuerzo político coordinado que involucra a reguladores estatales y empresas individuales.
“Hay habido una serie de estudios que usan los niveles de CO2 como una especie de sucedáneo del riesgo de contraer Covid”, dice Sheri Sawyer, asesora de políticas públicas del gobernador Inslee y activa impulsora de la nueva guía sobre salones “al aire libre”. El documento es un producto conjunto del Departamento de Salud y del Departamento de Industria y Trabajo del estado de Washington.
“No pareció lógico que las empresas lo usen como herramienta para determinar cuál es su riesgo de transmisión Covid”, dice Sawyer.
“Es una especie de territorio inexplorado, pero dadas las dificultades que atraviesan los comercios, creemos que todo esfuerzo para dar respuestas es muy valioso.”
La nueva política del estado de Washington es un factor que está impulsando “un tremendo aumento en la demanda de esos dispositivos”, dice Travis Lenander, CEO de CO2Meter.com, que fabrica los sensores que usa Crandall en su restaurante.
De hecho, Sawyer dice que ya está recibiendo gran cantidad de consultas por parte de los comerciantes sobre la forma de implementar esos sensores, y la funcionara cree se es apenas el comienzo de un largo diálogo entre las autoridades y los empresarios de varios rubros. Washington acaba de subir un documento online de preguntas frecuentes, donde se explica el uso de los sensores y se enseña a calibrarlos para configurar espacios con buen flujo de aire.
Hasta ahora, dice Sawyer “la excelente respuesta es una señal de que las empresas lo están viendo como una posibilidad de reapertura”.
Eso es precisamente lo que siente Crandall, el empresario gastronómico de Burlington. “Todos queremos reabrir las puertas, así que estamos invirtiendo un montón de dinero en equipos y detectores de CO2”, dice Crandall.
“Queremos volver a contratar a nuestros empleados, abrir las puertas para que la cosa empiece a funcionar de nuevo y así poder pagar las cuentas.”
(Traducción de Jaime Arrambide)
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