Coronavirus: Buenos Aires vacía, tan real que parece ciencia ficción
La ciudad está vacía. En el segundo día de aislamiento social, obligatorio y preventivo parece haber penetrado el mensaje lanzado por el gobierno de la Nación de que la mejor manera de prevenir el avance del coronavirus es permanecer en cuarentena hasta el 31 de marzo en los hogares.
Si ayer, en el primer día de restricciones, había poca circulación de vehículos hoy se notó un mayor descenso del tránsito, del 84%, de acuerdo a la información oficial de la Secretaría de Transporte y Obras Públicas de la ciudad. Solo colectivos con pocos pasajeros y algunos automóviles particulares, más los taxis empeñados en encontrar clientes en una ciudad desierta, se vieron en las calles porteñas.
Carnicerías, verdulerías, ferreterías, panaderías y los pocos locales del rubro gastronómico que permanecen abiertos son los focos de atracción de las personas que circulan en la vía pública. La clientela se atiende con una dinámica que comenzó a verse hace algunos días y que desde ayer se notó mucho más: la gente mantiene una distancia de hasta dos metros entre sí en las colas que se forman en las veredas para ingresar a los locales. Hay comerciantes que usaron el ingenio para evitar la exposición. En una fábrica de pastas, por ejemplo, acercaron el mostrador a la puerta de entrada para evitar que el ingreso al local.
La separación entre las personas no solo se ve en esas colas sino también en las conversaciones grupales que, si bien deberían evitarse en el aislamiento, se observan, por ejemplo, en las puertas de los edificios. La gente que se mueve por los barrios para hacer las compras del fin de semana lo hace con bolsas de tela o carritos. Pasan cargados con botellas de agua, pañales, frutas y verduras. La mayoría de las personas anda sola, ya no se ven familias caminando o niños que acompañan a sus padres.
Los barbijos comenzaron a ganar la calle a pesar que los infectólogos hayan explicado que no son efectivos para evitar el contagio. También se ven guantes, incluso de limpieza, esos amarillos, naranjas o verdes, que están siendo utilizados a falta de los que se venden en las farmacias.
En el recorrido que realizó LA NACION no se observaron muchos controles policiales a excepción del que efectivos de la Policía de la Ciudad realizaba sobre la avenida 9 de Julio y el cruce con Córdoba. Allí tres motos de la fuerza estaban detenidas de manera tal de reducir la circulación a un carril por donde debían pasar los vehículos. En ese punto los efectivos pedían la declaración jurada necesaria para circular o alguna credencial que justificase la circulación; quienes no la portaban debían detenerse a un costado y dar explicaciones. Se ven, eso si, patrulleros que vigilan zonas donde podría haber aglomeración de gente como el Rosedal.
Los espacios públicos que tienen un cerco perimetral están cerrados, como el que está a un costado del cementerio de la Chacarita, para evitar así la tentación de querer aprovechar el día soleado. Lo mismo ocurre en Plaza Houssay, la plaza Monseñor Miguel de Andrea, plaza Armenia, plaza Italia, Ecoparque y otros espacios similares. Sitios históricos y turísticos como Plaza de Mayo, el Obelisco y Congreso están vacíos, a tono con el resto de la ciudad. La Plaza de los Dos Congresos es una de las guaridas para las personas sin techo que arman sus ranchadas donde pasan el aislamiento. Son las únicas personas que se ven en esos lugares, además de algunos efectivos de la Policía Federal.
Tampoco hay gente en otros lugares turísticos. San Telmo es un barrio desierto y Puerto Madero parece un sitio abandonado, una tierra de zombies. Todos los carritos gastronómicos de la costanera, frente a la Reserva Ecológica, están cerrados, excepto uno de ellos, sobre la entrada a la reserva, que sirve de base para algunos taxistas. Nadie camina por estas zonas, ni siquiera gente pasea a sus perros. Estacionar en Palermo, en pleno centro comercial a cielo abierto, donde un fin de semana es imposible conseguir lugar, fue una tarea sencilla. Tiene lógica: todos los locales están cerrados y no hay razones para estar allí. Tampoco en los bosques, a pesar de la tarde soleada.
Pudo haber sido el efecto de la concientización que ayer tuvo mayor protagonismo en el primer día de aislamiento. También el comienzo del fin de semana quizás ayudó a que la circulación de vehículos y personas se haya reducido. Cualquiera sea la razón, Buenos Aires parece entender que hasta fin de mes lo mejor es resguardarse en los hogares.
Los cambios en la zona norte
Ayer, el tránsito por Avenida Lugones, Cantilo, General Paz y Panamericana, no se correspondía con la exigencia de permanecer en los hogares. El movimiento fue tal que en el peaje de acceso al partido de Pilar la fila de vehículos llegó a los dos kilómetros formada por familias, parejas, empleados y camiones con mercadería.
Pero hoy esa situación cambió y los ciudadanos se quedaron en sus casas o, al menos, cumplieron el pedido del Gobierno de la Nación. El tráfico disminuyó por las grandes avenidas y lo que en las primeras horas del aislamiento obligatorio pareció no tener control, hoy cambió por completo.
Solo había dos puestos de peaje habilitados para circular en la Panamericana a la altura de Pilar. Si bien las barreras debían mantenerse abiertas la medida fue aplicada para evitar la circulación indebida. Al llegar a la cabina una grupo de oficiales de Gendarmería realizaba el control y sólo permitía el acceso a quienes tenían domicilio allí o contaban con alguna autorización para transitar.
Hubieron muchas dudas respecto al accionar dentro de los barrios privados ya que dentro de ellos rige un reglamento propio. Por eso hasta ayer eran largas las filas de autos en sus ingresos. Además, los propietarios hacían uso de sus calles y realizaban ejercicios en su vecindad. Por la noche, según pudo constatar LA NACION, unidades policiales ingresaron con altoparlantes para enfatizar el mensaje y que se cumpliera la cuarentena.
Algo similar sucedió en los principales centros comerciales ubicados sobre la colectora de Panamericana. Los días previos contaron con un gran caudal de personas que ingresaron; en el inicio del fin de semana los supermercados abrieron sus puertas y los clientes fueron ingresando de a 30 o 40 y por turnos. Fue así dentro del complejo Tortugas Open Mall de Garín, en la entrada de un conocido hipermercado, la fila llegó a tener dos cuadras.
En Nordelta también se intensificó el control. Solamente los propietarios podían circular y ninguna persona ajena al lugar podía ingresar a las áreas abiertas del lugar, como suele suceder. Dentro del pequeño centro comercial del ingreso fue poco el movimiento que se vio. Unas 40 personas divididas entre las panaderías, almacenes y farmacias abiertas. No se vieron muchos autos y en las estaciones de servicio casi no había clientes.
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