Coronavirus en la Argentina. Sin contacto: paso a paso, cómo es la desoladora despedida de un muerto por Covid
Roberto Fernández debe esperar a recibir la señal, porque ese cuerpo es distinto y no debe mezclarse con otros.
Por eso baja de la ambulancia, se levanta las antiparras y enciende un cigarrillo. Fernández trabaja en una cochería y esta helada mañana de septiembre transporta los restos de un hombre que falleció hace pocas horas en un sanatorio de Colegiales. Envuelto de pies a cabeza en su mameluco protector blanco, Fernández fuma recortado contra un cielo gris que amenaza lluvia sobre el playón de ingreso al crematorio del Cementerio de la Chacarita.
A unos metros, tres familiares también esperan la señal. Lloran, se abrazan, se sostienen como pueden en su desolación compartida. Hay un detalle dramático: no pueden acercarse al difunto. Su difunto. Nunca lo vieron. No les permitieron tampoco reconocer el cuerpo porque ese hombre, a sus 75 años, murió por Covid-19. No pueden ahora siquiera ver o tocar su ataúd, porque la ambulancia tiene las puertas cerradas. Pero saben que dentro de poco llegará la señal y entonces Fernández apagará el cigarrillo, subirá al vehículo y entrará marcha atrás al crematorio.
Esa será toda la despedida.
Traslado seguro
Cuando alguien contagiado de Covid-19 fallece, se inicia un procedimiento para garantizar su traslado seguro hasta su lugar de reposo final. El 23 de abril, el Ministerio de Salud de la Nación publicó un documento que recoge las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) al respecto."Aunque no hay evidencia sólida hasta la fecha del riesgo de infección a partir de cadáveres de personas fallecidas por Covid-19 -señala el texto-, se considera que podrían suponer un riesgo para las personas que entren en contacto directo con ellos". Por eso deben seguirse los protocolos para la prevención de infecciones respiratorias agudas.
Las principales indicaciones son utilizar elementos de protección, evitar la manipulación innecesaria del cuerpo y transportarlo en una bolsa adecuada. La cremación no es obligatoria y los restos pueden ser inhumados, cremados o dispuestos en un nicho o bóveda. Además, en el centro de salud "debe permitirse el acceso de los familiares para una despedida sin establecer contacto físico con el cadáver", algo que en la práctica no siempre ocurre. El documento no hace referencia a los velatorios, que dependen de la fase de la cuarentena vigente en cada distrito. Hoy, en la ciudad de Buenos Aires, están prohibidos.
Lo primero es llamar a la familia. "Siempre es una situación shockeante, pero trato de responder todas las preguntas para que no haya miedos ni fantasmas y puedan elaborar el duelo. No todos reaccionan igual: algunos lloran, les sale bronca o angustia o se quedan sin decir nada -cuenta un médico intensivista, que casi todos los días cumple con esa difícil tarea-. Muchos también nos agradecen. Eso te quiebra, porque la escuela te prepara para tratar con los pacientes, no con el dolor de los familiares".
El siguiente paso es el certificado de defunción. Solo puede ser confeccionado por un médico con firma autorizada y allí debe constatar que la persona murió por Covid-19. "Existe la fantasía de que a cualquiera le ponen ‘coronavirus’, pero no es así y es importante hacerlo bien por una cuestión epidemiológica. Es lo que pide la ley, no me puedo equivocar en una sola letra", detalla el intensivista.
Mientras tanto, los enfermeros preparan el cuerpo. "Antes sacábamos las vías y sondas y si el paciente estaba intubado también el tubo endotraqueal, pero ahora tenemos que dejar todo y taparlo, porque podría haber una aerosolización del virus", explica una enfermera con muchos años de profesión. Además, solían acomodarse las facciones y las manos del difunto en una posición natural. "Tanto en la enfermedad como en la muerte, para la familia es muy importante tocar las manos. Pero ya no lo hacemos más, por el riesgo biológico y porque no hay velatorios a cajón abierto", lamenta.
El cadáver se envuelve en dos bolsas, rociadas con desinfectante. La bolsa interior es negra y la exterior es roja, para advertir que es un "caso Covid". Esta última también va etiquetada con los datos de la persona fallecida.
Luego los camilleros transportan el cuerpo a la morgue, generalmente ubicada en el subsuelo del centro de salud, donde debe permanecer el menor tiempo posible hasta su retiro por el personal de la cochería. En general son menos de 24 horas. Según relata Fernando Silva, camillero, el tránsito de una bolsa roja por los pasillos y ascensores no pasa desapercibido: "Muchos te ven pasar y se alejan, es como si llevaras una bomba".
Cada vez que le toca trasladar a alguien que falleció por coronavirus, a este joven de 29 años –que se contagió pero pudo recuperarse- lo invade una angustia sorda: "Es un trago amargo que no te sacás en todo el día. Vuelvo a casa callado, pensando mucho en los contrastes. Veo los parques llenos de gente y veo a los pacientes que se mueren solos, sin su familia. Es muy triste".
Sin despedidas
Bajo un alero de la capilla del cementerio de la Chacarita, vestidos con alba blanca y estola morada y portando tapabocas, los padres Alejandro y Federico acuerdan con las palabras de Silva. "Despedirse de un familiar es una necesidad humana y espiritual. Es importantísimo hacer catarsis, poder llorar, verlo, palpar que es una realidad", aseguran. Después de casi seis meses sin responsos, el servicio volvió a ponerse en marcha esta semana pero hoy, en las tres horas de su turno, los dos religiosos realizaron solo tres ceremonias. "Antes hacíamos más de 20 cada uno y vamos a pelear por este espacio, obviamente con los cuidados necesarios", apuntan los sacerdotes. Advierten, sin embargo, que aún no están habilitados los responsos en casos de Covid.
También Fernández, a bordo de su ambulancia, palpa a diario la necesidad de los familiares de decir adiós. "Me han pedido por favor y me han ofrecido plata para que abra el cajón y la bolsa. Me han dicho: ‘Sacalo del sanatorio, te sigo y más afuera, donde nadie nos ve, lo abrís para que pueda despedirme’, pero tengo que decirles que no, que hay un protocolo de seguridad y no puedo arriesgarme", relata este hombre, de 62 años, que es técnico mecánico y fue empleado de Mercedes Benz, pero "por las vueltas de la vida" desde hace 12 trabaja en el rubro fúnebre.
"Desde lo emocional, ya lo tengo claro y asumido y digerido. O sea, a mí no me afecta, salvo a veces, cuando me dicen que tengo que ir buscar a una criatura que vivió cuatro días. Ahí si me pincho", confiesa.
Fernández está disponible las 24 horas: cuando lo llaman para retirar un cuerpo, él va. "Nunca sé cuántas horas voy a dormir, ni tampoco puedo asumir compromisos, capaz que en diez minutos me llaman. Hay días que hago un traslado, otros cinco, otros diez", grafica. Y agrega que con la pandemia los protocolos cambiaron. Antes, retiraba los cadáveres en una camilla y los llevaba a la cochería, donde los "maquillaban, afeitaban, vestían y adornaban para que quedaran perfectos". Ahora, llega a la morgue cargando el ataúd elegido por los familiares y allí mismo coloca la bolsa roja: "Se cierra el cajón, lo retirás de la morgue y no lo ve nadie más".
Si ya está la autorización, Fernández va directamente a la Chacarita. Si no, mientras se completa el trámite, el ataúd queda en un depósito utilizado por varias funerarias, muy cerca del cementerio. Pero nunca pasa por la cochería.
Sector Covid
Si no fuera por el gran cesto de basura rojo ubicado al otro lado de la calle con letras blancas militares que rezan "Covid-19" y un hoja pegada con cinta que dice "Residuos patológicos - No tocar", nada llevaría a pensar que aquí, en este prolijo espacio verde y rodeado de árboles de la sección 10 del cementerio de la Chacarita, muy cerca del panteón ortodoxo San Jorge, se acumulan las tumbas de medio millar de personas que fallecieron por esa enfermedad.
Al saberlo, todo cobra otra dimensión. Las sepulturas, dispuestas en filas dobles, son idénticas: cruces de madera clavadas en la tierra, que llevan pintados a mano, en color blanco, la leyenda "RIP" y el nombre y la fecha de muerte de sus ocupantes. La frecuencia de las sepulturas sigue el patrón exponencial de la pandemia: las primeras, al fondo, datan de mayo y sus fechas están separadas a veces por semanas. Pero en las más recientes, sobre las que todavía no creció el césped, las fechas empiezan a repetirse con más insistencia y las últimas, de esta semana, revelan que actualmente, en Chacarita, todos los días se entierran personas fallecidas por Covid-19.
Gabriel Pereyra es sepulturero y está a cargo de los 18 hombres que cavan las tumbas del cementerio. "Intento que no haya ninguna diferencia en la sepultura de una persona con coronavirus: el respeto va a estar siempre y tratamos de hacer lo mejor posible", asegura.
La cuadrilla dedicada al "sector covid", como lo llaman informalmente los trabajadores, consta de cuatro sepultureros que rotan cada semana y a la hora de hacer su trabajo utilizan mamelucos, guantes, barbijos y otros elementos de protección personal: "Estamos trabajando desde que arrancó la pandemia, poniéndole el pecho con lluvia, frío o calor. Un compañero mío perdió a la mamá y a la abuela, y a la semana siguiente vino a trabajar. Necesitamos que estén todos".
Inicialmente las comitivas fúnebres no estaban permitidas, pero ahora pueden incluir hasta cinco allegados."Bajamos el ataúd y esperamos a varios metros de distancia, por seguridad. La gente se despide, tira un poquito de tierra o un deja una flor y entonces tapamos", explica Pereyra. En sus dos décadas de experiencia como sepulturero "un trabajo muy duro, física y mentalmente", no recuerda haber vivido ninguna situación similar a la de la pandemia: "La muerte es algo inevitable y nos va a pasar a todos. Pero en este caso podemos evitarla, no saliendo, cuidándonos".
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