Coronavirus en la Argentina: “Si necesitás algo, contá conmigo”, el mensaje solidario para los adultos mayores
"La solidaridad nos va a salvar. Tenemos que aferrarnos a que la única esperanza es ayudarnos entre todos". Martín Debarnot tiene 34 años, es profesor de educación física, juega al tenis por las mañanas en Ferro, es técnico de un equipo de 11 de Harrods, entrena a jóvenes promesas en San Jorge, un club de Saavedra, y ofrece gimnasia al aire libre en los parques. Está encerrado en el 2° E de un departamento en el barrio de Villa Urquiza, lejos de sus hijos, Delfina (7) y Juani (5), que viven con su madre en Caballito. No tiene ingresos, se le acaban los alimentos y, en el mientras tanto, ayuda en medio del aislamiento obligatorio ante el avance del nuevo coronavirus. Sobre todo asiste a adultos mayores, como a Graciela Panicello (67), que vive dos pisos arriba.
"¿Entera o descremada? ¿La botella de litro y medio o la más grande, la de 2,25?". Martín está en la puerta de un pequeño supermercado de barrio, al que suele ir siempre. Entiende que, ahora sí, el único camino posible de la salvación es una mano abierta, generosa. "Hoy lo que más tristeza me da es que extraño a mis hijos. Estoy solo, leo, busco rutinas para pasarle a mis contactos por grupos de WhatsApp y, cuando salgo, pregunto, ayudo. No soy un héroe, pero si necesitás algo, contá conmigo", es el mensaje de Debarnot, que entrena solo, mirándose en el espejo. Y ayuda. "Es un enorme gesto. La solidaridad es la clave, no sólo para los que estamos en la zona de riesgo, como nosotros. Yo me anoté en la página del gobierno de la Ciudad como voluntaria…, sé que es difícil que me llamen a mí, pero yo ya viví…, quiero ayudar, tengo buena salud. Estoy preparada para hacerlo", suscribe Panicello, otro modo de colaborar, más allá de los riesgos.
El entrenador se frustra por la realidad. "Me gustaría hacer algo más, no solo llevar una bolsa con alimentos a quienes lo necesitan. Pero no se puede salir. ¿Cómo hacemos? Quisiera dar una mano a un comedor comunitario, a algún grupo de jubilados, pero hay que tener conciencia y quedarse en casa, entonces… Tengo dos primos que son médicos, que deben dejar a sus hijos al cuidado de sus padres, que son mayores…", reflexiona, antes de bajar desde el cuarto piso. "La solidaridad nos va a salvar", repite, en tiempos de aislamiento y el avance del nuevo coronavirus.
Es una historia, dentro de miles. La fuerza del corazón en una etapa crítica, desoladora. Los consorcios desde lo global y los vecinos, en el contacto más cercano, están armando grupos de voluntarios ocasionales, con la idea de ir de compras: uno por vez y por día, sobre todo, para los más vulnerables. Se arman listas por celular con los requerimientos –en el súper, en la farmacia– y, al regreso, dejan las bolsas en las puertas de cada departamento. ¿El método? Simplemente, se toca el timbre. Y se vuelve a su hogar. Hay otros casos: grupos por celular por cuadra, en el que la pregunta surge sola: "¿alguien necesita algo?".
Otras formas de ayuda
Pablo Brunstein, de 44 años, trabaja en NEC, una empresa de soporte técnico y ayuda de otra manera a su madre y a su suegra. "Les compro todo lo que puedo por vía digital en los supermercados. Así, ellas lo reciben en sus casas, en forma directa y segura. Eso sí: hay demoras importantes últimamente, entonces, hay que planificar con tiempo. Les ayudo, además, a pagar por homebanking a personas que no suelen estar cómodas en este rubro", sostiene.
Claudio D’Urso lidera una empresa de administración de consorcios. Más allá de la crisis económica que se avecina –no todos podrán pagar las expensas en tiempo y forma–, toman cada caso de forma personal. En un departamento de Flores, se rubrica sobre la puerta principal: "Les solicitamos ayudar con el retiro de la basura. No usar el cuarto para dejar bolsas y limpiar la entrada de cada departamento. No habrá mantenimiento constante del edificio en cuanto a limpieza y basura. Contemplemos que el encargado es mayor de 65 y encima se generará un problema aun mayor al actual. Sea consciente y solidario. Este mensaje es general, no personal. Muchas gracias". Un círculo virtuoso: en este caso, los vecinos le limpian la puerta al encargado.
Mediante el Registro Público de Administradores de Consorcios, el gobierno de la ciudad decidió la suspensión del envío de expensas en papel –todo será de modo digital– y advirtió que habría que cerrar preventivamente espacios comunes que no sean esenciales para el funcionamiento de los edificios, como el salón de usos múltiples (SUM), piletas, gimnasio, parrillas, jardines, patios y salas de juego para niños, centros de trabajo, lavaderos y salas de reunión.
Diego Iarozzi, de 41 años, es un trabajador de la construcción. Vive en Monte Castro y, durante la cuarentena, ayuda a los adultos mayores del barrio, al menos, en dos viajes, sobre todo, con productos de alimentos y limpieza. "Hay que ayudarnos entre todos. De esta salimos todos juntos", advierte. Marina Bonichini, de 43 años, es profesora de educación física en Villa del Parque. Dos veces por día, en su edificio, limpia con lavandina el tablero del ascensor y todas las puertas. Pasea a los perros de la cuadra y les hace las compras a una vecina que está embarazada y a un grupo de adultos mayores. Ezequiel Soria (40) es de Avellaneda y tiene un doble desafío: para llevarle el alimento a sus padres y suegros, que viven en Barracas, debe cruzar el Puente Pueyrredón, donde suele ser detenido por efectivos, que le exigen los documentos para que obtenga cuanto antes el formulario de libre tránsito. Y no solo eso: el horario es hasta las 13. La primera vez, lo dejaron pasar: en el DNI sigue figurando la dirección de soltero.
Redes sociales
"Mayores activos a pesar del coronavirus", se denomina una página de Facebook (la red social más utilizada por el segmento de más de 60 años), en el que Lorena Papaleo, licenciada en psicología, los contiene y ayuda. La publicación fue creada hace una semana, ya tiene 3400 miembros y está a punto de colapsar. Los adultos mayores, más que nunca, necesitan sentir la calidez: desde alguien que les alcance los remedios, una voz de aliento o, simplemente, juegos sociales a través de la comunidad.
En uno de los tramos de la última publicación, afirma: "Les contamos con mucha alegría que se sigue sumando gente al grupo y por suerte también se sigue sumando gente a colaborar. Estamos recibiendo mensajes de profesionales que trabajan con adultos mayores, desde diversas profesiones, ofreciendo actividades para seguir entre todos sosteniéndonos y sosteniendo a este grupo. No los podemos nombrar a todos pero va nuestro agradecimiento a los que nos escriben poniéndose a disposición. Y especialmente a todos mis compañeros/as de la Cátedra de Psicología de la Tercera Edad y Vejez de la Facultad de Psicología de la UBA. Es momento de compartir saberes, experiencias y aprendizaje juntos. Entre las personas que nos ayudan se encuentra Leticia Blas de Macachín La Pampa, que tiene un grupo parecido a este que se llama "No jubilemos nuestro cerebro" para los que se quieran sumar. Pronto estaremos subiendo actividades que ella nos compartió. En un ratito arrancamos la mañana con música para ponerle onda a la cuarentena".
Los hijos suelen llenar la alacena de los padres, para que ni se asomen por la cerradura. Sin embargo, hay aventureros, que no se quedan quietos, lamentablemente. Como el caso de Carlos Delfino, de 79, de Villa Real. "Yo tengo que comprar pan del día", desafía. Días atrás, caminó un par de cuadras, ingresó en la panadería y se encontró con una imagen que derriba la cuarentena: había una cola de… cuatro adultos mayores.
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