Coronavirus en la Argentina. Se quedó sin trabajo, se contagió Covid-19 y ahora le quemaron la moto
No son los días más afortunados de Pablo F., arquitecto, porteño, de 29 años.
Como tantos otros, este joven no trabaja desde marzo porque la construcción quedó paralizada por la cuarentena y pasa días de incertidumbre porque desconoce cuándo se reactivará el rubro. Como muchos otros, también, Pablo se contagió de coronavirus, aunque no sabe cómo ni dónde: se enteró el pasado jueves 23, tras hisoparse, y como no tuvo síntomas graves permanece aislado en su casa para cumplir con el protocolo. Allí estaba la madrugada del domingo, durmiendo, cuando la suerte le fue esquiva otra vez: su moto fue uno de los 14 vehículos que el misterioso “quemacoches” de Villa Crespo eligió como blanco durante su raid incendiario.
Pablo se enteró, como medio barrio, por un poderoso estallido. “Fue un estruendo muy grande, tembló todo –recuerda en diálogo telefónico con LA NACION-. Escuché una sirena de evacuación y muchos gritos desesperados. Pensé que había volado el geriátrico de al lado de mi casa”. Los vecinos todavía recuerdan la explosión del 2 de junio en una perfumería de Corrientes al 5200, a pocas cuadras, donde dos bomberos murieron y otros 15 fueron heridos.
Momento de la explosión del auto en Villa Crespo. Darwin, entre Vera y Velasco, no fue una tragedia de casualidad. No es la primera vez que sucede esto en el barrio, cuando van hacer algo? pic.twitter.com/E0Q33gRK8z&— MarianaBaile. (@MarianaBaile5) July 26, 2020
“Vivo solo en un PH con varios departamentos y la mayoría de mis vecinos son adultos mayores. Tenía miedo de salir porque pensé que había sido una tragedia, pero también porque no quería contagiarlos. Nunca te olvidás, ni en el momento de más shock, de que podés contagiar”, dice Pablo, que hasta entonces no les había contado de la enfermedad para no preocuparlos. Finalmente, se puso dos barbijos –el quirúrgico y uno de tela- y salió por el estrecho pasillo “con la cabeza gacha y tratando de no acercarme a nadie”.
En la calle Darwin al 800 estaban todos sus vecinos y los bomberos todavía combatían las llamas. Su Suzuki GN 125 gris era apenas un esqueleto metálico, carbonizado, estacionada entre un Volkswagen Suran y un taxi que también ardieron. El tanque de GNC del Suran había explotado justo cuando llegaban los bomberos: la onda expansiva destrozó vidrios en edificios cercanos pero solo provocó daños materiales. Fue tan poderosa que el techo del auto quedó tirado a media cuadra.
Cuando supo que nadie se había lastimado, Pablo sintió alivio. “Pensé: ‘Fue la moto y ya’”, cuenta y asegura que no está enojado con el pirómano por ahora anónimo. “No le tengo bronca, no tengo un sentimiento revanchista. Si es un loco, que lo traten. Pero el momento que estamos viviendo es suficientemente malo para que nos arruinemos la vida entre nosotros. Lo que me cuesta entender es que no haya pensado que esa moto podía ser la entrada de dinero de una persona”.
Un policía quiso llevarlo a la comisaría para declarar, pero el arquitecto le explicó que no podía, porque tenía coronavirus y entonces volvió a quedar aislado en su casa, a la espera de novedades. Más tarde, Pablo descubrió, gracias a los videos de la cámara de seguridad de una de sus vecinas, que su moto había sido utilizada para iniciar el incendio. En las imágenes se ve cómo, en menos de un minuto y con total tranquilidad, llega un hombre cargando una pesada bolsa, la apoya en la vereda y saca algo de allí que utiliza para prender fuego la Suzuki. Después escapa a paso rápido.
El joven se toma con cierto humor la seguidilla de infortunios: primero sin trabajo, luego con coronavirus y, ahora, sin moto. "Me pregunto cómo puedo tener tanta mala suerte, cuándo terminará la mala racha", dice. Tras el incendio, terminó por contarles a sus vecinos que se había contagiado: "Tuvieron la mejor predisposición y me dijeron que si necesitaba alguna cosa, les pidiera ayuda". Todavía no sabe si se contagió "en la verdulería, en el supermercado o paseando al perro".
“Hay cosas que dependen de vos y otras que no. Habrá que respirar y seguir adelante -reflexiona Pablo y confía en que el seguro cubrirá la destrucción total de su moto-. Por suerte estoy bien de salud y mis amigos me mandaron muchos mensajes para ver cómo estaba. En vez de tirarme abajo, el diagnóstico, el encierro y que explote la moto me hicieron valorar lo verdadero, lo más básico. La importancia de que los afectos estén cerca y se hagan sentir, aunque sea a lo lejos”.
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