Coronavirus en la Argentina: puesteros por turno, rociadores sanitizantes, y pocos clientes, así fue la reapertura de La Salada
"Los rociadores están al mango", dice Marcos Leguizamón, de 40 años, que sale del paseo de compras Punta Mogote, en Lomas de Zamora, cubriéndose el rostro con una mano y sosteniendo una bolsa de consorcio llena de mercadería con la otra. Quiere protegerse los ojos. Los aspersores expulsan con fuerza y sin pausa una mezcla de líquido sanitizante que genera una densa cortina húmeda. En el suelo ya se formó un charco y el hombre que toma la temperatura a los que ingresan está totalmente empapado. Hoy, luego de más de siete meses, reabrió La Salada, y la manera de prevenir contagios de coronavirus no desentona con el espíritu informal de la feria.
La Salada está integrada por tres complejos: Urkupiña, Punta Mogote y Ocean. Todos abrieron hoy a las 7, aunque los puesteros llegaron a las 5 para poner en marcha el lugar, que estaba cerrado desde el 18 de marzo pasado.
Lucy Giménez, de 50 años, que atiende un puesto en Punta Mogote, está expectante, aunque, hasta el mediodía, concretó pocas ventas. Su puesto tiene número par, por eso hoy le toca abrir. Los comerciantes se irán alternando: un día abrirán los pares y otros los impares. Así, la feria funcionará al 50 por ciento de su capacidad y solo los lunes, los miércoles y los sábados, de 7 a 13. Sin embargo, algunos comerciantes dicen que cerrarán a las 15.
"Yo vendo conjuntos de corpiños y bombachas. Los seis pares están entre los 900 y los 2500 pesos. Hoy hay poca gente, está difícil. Sobre todo porque no vienen los micros desde otras provincias que traían los clientes que más compraban. Esos se llevaban un montón de mercadería para revender en sus ciudades", señala Giménez.
Para separar al cliente del comerciante, al frente de cada puesto cuelga una cortina de nylon transparente. El vendedor debe permanecer adentro del local que, muchas veces, no alcanza los dos metros de ancho y desbordan de mercadería. Además, deben contar con una botella de alcohol en gel y el puestero tiene que usar el barbijo en todo momento.
Hay puertas destinadas solo al ingreso y otras, al egreso. Se puede circular por los pasillos internos en una sola dirección para evitar aglomeraciones. Para eso, hay flechas pintadas en el piso. Si algún cliente camina a contramano, al menos hoy, los agentes de la seguridad privada le rectificarán su camino. En una de las entradas de Punta Mogote, un guardia pide a los clientes que muestren la aplicación Cuidar para dejarlos entrar.
Este paraíso de la economía informal se empezó a construir a principios de los 90, cuando comerciantes, en su gran mayoría de la comunidad boliviana, crearon la feria Urkupiña, en un predio donde funcionó una pileta de agua salada. Y así empezó a crecer hasta lo que fue antes de la pandemia, un universo con incontables puestos de venta, sobre todo de indumentaria.
Castillo tenía la aspiración de exportar el modelo de La Salada a Miami. En 2015, dio una entrevista al Financial Times, en la que dijo que la feria facturaba 20.000.000 de dólares por día. Sin embargo, un informe realizado en 2017 por la Cámara Argentina de la Mediana Empresa (CAME), estimó que La Salada recaudaba alrededor de 70.000 millones de pesos por año.
En uno de los pasillos del complejo Urkupiña, una puestera habla con LA NACION. Mira hacia un lado, al otro, y susurra el precio que debe pagar para vender su mercadería en este lugar. Su puesto no tiene más que un metro y medio de ancho. "Pago 40.000 pesos por mes de alquiler más $15.000 de expensas. La seguridad se paga por semana y sale $3000. En total son $67.000 por mes, así que esperemos vender mucho, por ahora hay poca gente", dice, mientras la cumbia suena fuerte a través de un parlante pequeño que cuelga de la estructura metálica del puesto.
"No hay mejor precio, papi", afirma Ramón Montero, de 38 años, que ya llenó dos bolsas enteras con ropa de mujer para luego revender online. "Yo era albañil, pero estos meses empecé a vender ropa por internet y ahora me dedico a esto, me rinde más y no estoy todo el día de acá para allá. Es la primera vez que vengo como proveedor, antes venía como cliente. Durante la pandemia le compré la ropa a un conocido del barrio, pero ahora voy a venir seguido para La Salada, porque hay muy buenos precios para mayoristas", agrega.
Ángel vende toallones en un puesto de Punta Mogote. Las 12 unidades con el logo de Boca Juniors salen 8000 pesos. Dice que estos meses la pasó mal, casi no pudo trabajar. "Fue difícil porque yo vivo con personas de riesgo. Además, tuvimos conocidos que se infectaron y otros que, lamentablemente, fallecieron", cuenta.
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