Coronavirus en la Argentina: "Necesitamos vender", el reclamo de los comerciantes no esenciales de la ciudad
"Pueden hacer delivery pero atención al público no. Te pido por favor que empiecen a apagar las luces y cerrar porque sino tengo un problema yo". Con esas palabras, un inspector del gobierno porteño intimaba este mediodía al encargado de un local de artículos electrónicos ubicado en avenida Cabildo y La Pampa, en el barrio de Belgrano. Durante la mañana, el comercio había atendido a sus clientes a través de la persiana y cuando llegó el funcionario, tres de ellos que aguardaban su pedido en la calle tuvieron que irse, con las manos vacías y el gesto ofuscado.
Desde hoy, unos 10.000 comercios porteños no esenciales debieron volver a cerrar sus puertas. Se trata de locales como jugueterías, librerías, casas de electrodomésticos y concesionarias de autos, entre otros, que están distribuidos en 24 puntos neurálgicos de la ciudad y que hace 15 días habían sido autorizados para abrir por primera vez en dos meses. Pero el gobierno de la Ciudad decidió dar marcha atrás ante el incremento del número de casos del nuevo coronavirus, cuya curva hace unos días se volvió exponencial.
Los comerciantes afectados recibieron la nueva normativa con enojo, preocupación y quejas. "El comerciante hizo muchos esfuerzos por adecuar su negocio a los protocolos, garantizó el distanciamiento social y respetó las medidas sanitarias. No es responsabilidad de los comercios si la circulación de personas en calles y avenidas aumenta", afirmó Fabián Castillo, presidente de la Federación de Comercio e Industria de la Ciudad de Buenos Aires (Fecoba) en un comunicado. "Para cuando se decida retomar la actividad, entre el 25 y el 35 por ciento de los comercios habrá desaparecido, dejando un tendal de desocupados y habiendo desfinanciado al Estado por la imposibilidad de pagar los impuestos", agregó.
La gran mayoría de los comercios no esenciales amanecieron cerrados. Otros, frente a la necesidad económica intentaron seguir funcionando con las persianas bajas, por la mitad, o haciendo envíos por mensajería.
"Es difícil porque uno tiene que pagar deudas. Hay que trabajar, sino, ¿cómo hacemos? Necesitamos vender lo que sea. Empezamos hace dos semanas y ahora llega esta medida –se lamentó a media mañana el empleado de un local de celulares que estaba abierto en una cuadra no permitida de avenida Cabildo–. Si nos cierran, haremos delivery". Poco minutos más tarde, efectivamente, debieron cerrar cuando llegaron al lugar personal de la Agencia Gubernamental de Control (AGC).
"Solamente están permitidas farmacias, locales de comidas y quioscos. Como el decreto salió anoche, pensaba que íbamos a ir al choque y me vine preparada con la faja de clausura, pero en general los comerciantes entendieron bien", dijo a LA NACIÓN una de las más de 100 inspectoras que desplegó la AGC para controlar el cumplimiento de la medida. "En general no hay clausura, sino una intimación verbal", señaló.
Como ya se hizo costumbre, en muchas de las vidrieras de avenida Cabildo podían verse carteles como "Recibimos pedidos por WhatsApp" o "Estamos entregando a domicilio". Pero el movimiento del barrio era similar al de jornadas anteriores, según vecinos y comerciantes. Las filas más grandes, de entre diez y 15 personas, estaban en la puerta de los bancos. "No cambió nada –dijo una policía que trabaja todos los días en el lugar–. Está la misma gente que la semana pasada, porque muchos van a negocios de cercanía".
Necesidad
En Once, donde la concentración de negocios es mayor, está restringido el comercio no esencial en el polígono comprendido entre avenida Rivadavia, Boulogne Sur Mer, Lavalle y Larrea. Allí la inmensa mayoría vende indumentaria, un rubro que no entró en la flexibilización de hace 15 días y no abre desde el comienzo de la cuarentena, el 20 de marzo pasado.
Ante la necesidad, muchos optaron por trabajar con las persianas bajas, hacer envíos o recibir a los clientes con disimulo. El movimiento, de todas formas, es incomparablemente menor al de otros tiempos y el otrora ajetreo diario de personas, paquetes y bocinas se convirtió en zona de angustia y lamentos.
"No quiero ni hablar porque me da una úlcera. Ni una venta hicimos hoy –dijo la dueña de mayorista y minorista de ropa que hizo pasar a LA NACIÓN a su negocio de la calle Perón–. La gente no puede venir a comprar y la venta online es muy poca. Venían todos los días a buscar mercadería desde otras provincias, pero ahora está todo parado y se van acumulando las deudas", contó. "No comemos", fue la respuesta ante la pregunta sobre cómo subsisten.
Fuentes consultadas de la AGC señalaron que el operativo de control tienen tres instancias: concientización, en la que se avisa verbalmente a los comerciantes que están en falta y se les pide que cierren; intimación administrativa, si un inspector vuelve a pasar y el negocio sigue en falta; clausura y multa, si el local continúa atendiendo a pesar de las advertencias previas.
Un inspector que caminaba por Once apuntó que hoy primó la concientización. "La política a aplicar queda a criterio de cada inspector, lo más importante es que estén con las persianas bajas", dijo. También detalló que hubo algunos problemas en torno a la venta online. No está prohibida, pero debe ser realizada solo por delivery y muchas personas, sin embargo, se acercaron a retirar en persona. "¿Cómo lo parás? Habría que vallar hasta Callao y eso es imposible", reconoció.
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