¿Covid persistente? Es argentina, vive en Londres y tiene síntomas de coronavirus desde marzo
El ruido que se escucha, bajo, lento, es el del movimiento de las hojas de un cuaderno. Agustina Fernández las pasa hasta que encuentra lo que busca y lee en voz alta. Por teléfono, enumera: "Fatiga posviral, cansancio, debilidad, neblina mental y falta de concentración. Cambio en el sueño, taquicardia postural, acostada estoy bien, pero si me muevo las pulsaciones me suben a más de cien. Dolor de oído, dolor en el ojo, ojo rojo, ardor, episodios de asma, dolor de pecho intermitente, resequedad de la piel". El cuaderno es una especie de diario íntimo en el que registra sus malestares y dolencias por coronavirus. Desde hace más de tres meses. Con picos y mesetas. La lista que leyó es la que describe cómo se siente hoy.
Agustina es argentina, tiene 36 años y vive en Londres, Reino Unido. Llegó allí hace un año y medio por el trabajo de su marido y comenzó a estudiar una maestría en Gestión Medioambiental hasta que el 11 de marzo se quedó en su casa. La pandemia de coronavirus ya había llegado a Europa y si bien aún faltaban días para que el primer ministro británico, Boris Johnson, dictase la cuarentena obligatoria ella se aisló porque comenzó con síntomas. Al principio no estaba preocupada. Se confinó por las dudas. No eran de coronavirus. No eran los que por entonces decían que eran los de Covid-19. "Me notaba más cansada y me dolía un poco la garganta. Tenía placas blancas y dije ‘listo, no es coronavirus’. Pero a los cinco días empecé con fiebre y entonces me aislé", cuenta en diálogo con LA NACION desde su casa en Wimbledon, uno de los barrios más afectados por la pandemia. Sin embargo, admite: "Por unos días seguí saliendo porque las placas no estaban en la lista. No quiero ni pensar en la gente que pude haber contagiado".
La fiebre fue la puerta de entrada para todo lo demás. El 16 de marzo los síntomas se multiplicaron. Agudos. Dolor de pecho, calor en el pecho, calores en la espalda, falta de aire. Agustina llamó al servicio de salud público y le contó lo que sentía. "Acá el mensaje fue fuerte: por favor, el sistema está colapsado, así que, si pueden manejar los síntomas en sus casas, quédense. Yo llamaba y me decían: ‘Usted puede hablar, quédese, está bien’. Pero en ese entonces no se sabía esto de la ‘hipoxia feliz’: podés hablar pero te quedás sin aire igual, no saturás bien el oxígeno. De hecho, se necesita un oxímetro para medir porque a la escucha no se nota. Eso me pasaba a mí".
Aguantó. Y se sintió mejor un par de semanas después. Con ciertos altibajos, a comienzos de abril Agustina pensó que se había recuperado. Pero se equivocó. El 8, a casi un mes de comenzar con el malestar, tuvo que llamar a la ambulancia. "Sentí muchas palpitaciones, se me salía el corazón, tenía hormigueos en los brazos, en el izquierdo más, hasta pensé que era un infarto, me faltaba el aire, me dolía el pecho, estaba descompuesta, casi no podía hablar, no podía comer, no tenía hambre, estaba tirada en la cama pero no podía dormir". Los médicos llegaron por la madrugada. Le midieron el oxígeno, la glucosa, le hicieron un electrocardiograma, le tomaron la temperatura y le dijeron que si empeoraba los volviera a llamar. Sus valores estaban bien y su condición no ameritaba, según los parámetros de la crisis, hospitalización.
Agustina no sabía qué pensar. No sabía lo que le pasaba. No sabía por qué tuvo esa recaída si ya se sentía mejor. Quienes la atendieron tampoco. No sabían qué decirle. Hasta que su marido leyó un artículo de un médico inglés que utilizaba el término "long-tail Covid", algo así como Covid persistente, pacientes que tenían síntomas por meses. Y se lo comentó. Entonces siguió buscando y encontró foros en internet, grupos en redes sociales, muchas notas más y se sintió parte.
Sentí muchas palpitaciones, tenía hormigueos en los brazos, me faltaba el aire, me dolía el pecho, estaba descompuesta, no podía hablar, no podía comer, estaba tirada en la cama pero no podía dormir
Ahora dice que no está mal todos los días, que los dolores varían, pero sí explica que desde marzo que no puede levantarse de la cama porque no tiene fuerza. Y resume de forma casi caótica todo lo que le pasa, como si contarlo en palabras la pudiera ayudar a sacárselo de encima: "Hay semanas en que me cuesta llegar al baño, bañarme es una odisea, mi marido me quería poner una silla en la ducha, no tenía fuerza para quedarme parada. Adelgacé cuatro kilos por la descompostura, que se da porque el virus afecta el sistema gastrointestinal, es bastante común. Hubo otros días en que no podía tragar la comida, no tenía hambre, comía dos bocados y me cansaba, mi cuerpo rechazaba los alimentos. No me puedo concentrar, no puedo leer, tengo una nube en el cerebro que no me deja pensar, acá la llaman ‘brain fog’ [neblina cerebral], nunca había sentido esto. Llegué a olvidar lo que hacía, olvidaba dónde había dejado la sal diez minutos antes, no encontraba palabras para hablar, me hablaban y no entendía, me explicaban tres veces lo mismo y no podía procesar. Escuchaba pero me costaba interpretar. También hubo un período en que no pude hablar. Hablaba muy poco. No era afonía, era ausencia de fuerza. Todo representaba mucho esfuerzo. Hace más de tres meses que duermo de costado. Hace unos días intenté hacerme el desayuno pero me pesó tanto la pava para calentar agua que lo preparé y me quedé dormida. Lo dejé listo y ni lo probé. Me desperté al mediodía para almorzar".
Tuvo otra recaída. Tras los primeros síntomas duros el 16 de marzo, que duraron una semana entera, tras el peor episodio, el 8 de abril, cuando llamó a la ambulancia, a fines de mayo volvieron los malestares, bien fuerte. "Siempre uno a dos días antes de una recaída pienso que estoy curada porque me siento mejor pero a las horas empiezo de nuevo con chuchos de frío y mucho calor, mucho, incluso transpiro pero después se me pasa y viene el frío otra vez y tiemblo de frío. Me duele el oído, me agarra un dolor en el ojo, que se me pone rojo, solo el derecho, como si fuera conjuntivitis, pero se va en horas. Y vuelve todo, de nuevo".
Nunca la hisoparon. En medio del colapso de las terapias intensivas en el país, de la internación del primer ministro, su caso no ingresó en la lista de las prioridades. Recién a mediados de junio le hicieron el análisis de sangre y detectaron que tiene anticuerpos, es decir, que tuvo coronavirus. Los médicos dicen que es inviable que se haya curado y luego vuelto a enfermar. Que lo más probable es que se trate de recaídas porque el virus nunca se fue.
"A fines de mayo me hicieron hacer ejercicios por teléfono. Tenía que subir y bajar dos escalones que tengo acá en casa y como las pulsaciones me llegaron a 150 me mandaron a hacer un chequeo". Agustina salió a la calle por primera vez, desde marzo, el 1 de junio. Fue a una de las salas del barrio para ver a un médico. Le tomaron una placa torácica y le confirmaron la neumonía pero sin secuelas. Después visitó el lugar unas pocas veces más: le midieron la coagulación en sangre, los niveles de la tiroides, el pulso. Todo el desarrollo de la enfermedad lo controló por teléfono, con llamados una vez por semana. Así le recetaron primero paracetamol, después amoxicilina, incluso unas pastillas para el corazón y por último ibuprofeno. Nada resultó muy efectivo.
Recién a mediados de junio le hicieron el análisis de sangre y detectaron que tiene anticuerpos, es decir, que tuvo coronavirus. Los médicos dicen que es inviable que se haya curado y luego vuelto a enfermar. Que lo más probable es que se trate de recaídas porque el virus nunca se fue
Lo sabe porque también lo registró en el cuaderno, una iniciativa de su esposo, el primero en tomar notas para esas charlas por teléfono con los médicos, para no olvidar nada. "Yo empecé en mayo. Ahí escribo para entender si hay algo que me hace recaer, registro los dolores, aunque ahora no todos los días. Venía muy bien, se ve que me siento mejor, tengo baches. El último día que tengo anotado es el 22, antes el 18, antes el 14, el 13, el 12, el 11, esa semana me sentí mal".
De lo que no habla el diario es de su estado de ánimo y de los temores de su familia, a miles de kilómetros de distancia. Acerca de eso, Agustina dice: "Al principio me escribían todos los días, ahora ya están más tranquilos porque al hacerme los chequeos de las complicaciones que podía tener y que quedaron descartadas, les llevé tranquilidad. Fue difícil, hubo que hacerles entender que no era lo más común que la gente de mi edad muriera. Estaban con miedo". Y sobre lo que ella siente, agrega: "Tengo tantas fluctuaciones, es tanta la incertidumbre, nadie sabe qué me pasa. Esa es la sensación más frecuente: la frustración, por no curarme, por creer que estoy mejor y volver a caer, por no poder siquiera leer, retomar el estudio, concentrarme. Avanzo y retrocedo".
Covid persistente
El nuevo coronavirus implica muchos desafíos e interrogantes irresueltos para los especialistas. El Covid persistente es uno de ellos, que todavía no está muy explorado. En los Países Bajos, la fundación Longfonds, junto con la Universidad de Maastricht y el centro CIRO, encuestó a 1622 pacientes que habían informado de síntomas a largo plazo. De ellos, el 91 por ciento no fue hospitalizado, el 85 por ciento declaró tener buena salud antes de la infección y solo el 6 por ciento dijo lo mismo en la actualidad. Uno de los portavoces de la fundación, Michael Rutgers, indicó al respecto: "Todo es nuevo, por lo que tampoco sabemos exactamente qué hacer con estas personas. Tenemos que resolver eso y asegurarnos de que no surjan grandes cantidades de pautas y protocolos. Este grupo merece atención y apoyo".
En la Argentina por ahora no se conocen casos como el de Agustina. Eduardo López, jefe de Infectología del Hospital Gutiérrez, asegura no tener conocimiento de que luego de una infección por Covid-19 haya una persistencia de síntomas como fatiga, cefaleas o mareos pero sí dice que hay enfermedades virales que pueden causar cuadros de desgano y depresión, como el dengue.
Todo es nuevo, por lo que tampoco sabemos exactamente qué hacer con estas personas. Tenemos que resolver eso y asegurarnos de que no surjan grandes cantidades de pautas y protocolos
López no habla de la duración del coronavirus pero sí de la de sus síntomas posteriores: "Pueden durar semanas, por ejemplo, la pérdida del olfato. Se sabe que se recupera lentamente, así como el gusto. Por otra parte, cuando se registra una enfermedad pulmonar grave pueden quedar secuelas respiratorias. Sin embargo, en el caso del Covid-19 no está adecuadamente estudiado por ser una enfermedad nueva".
Por último, sobre el tiempo de recuperación, asegura: "No se sabe con certeza la duración total. La mayoría de los casos leves se recuperan en 14 o 21 días. Los pacientes graves tienen una recuperación que dura semanas por distintos motivos vinculados a permanecer en cama, a la pérdida de la masa muscular, al uso del respirador, a la enfermedad pulmonar que puede dejar secuelas… Pero no hay un estándar de tiempo". Ante esta situación, recomienda llevar un seguimiento luego del alta para valorar tanto la evolución como la persistencia de algunos síntomas y la posibilidad de secuelas.
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