Coronavirus en la Argentina. Jornadas interminables y mucho estrés, así es el día a día de los maestros a un mes y medio de la cuarentena
Anteayer, a las 22, Soledad Domínguez recibió en su celular varios mensajes de uno de sus alumnos. El horario no le llamó la atención. A más de 40 días de haberse suspendido las clases, ya es algo que sucede a diario. Pero lo que le preocupaba anteanoche a la docente mientras intentaba hacer dormir a su bebé en brazos era poder resolver la duda del estudiante. Sabe, por experiencia propia, que muchos de sus alumnos comparten con su familia la única computadora que hay en la casa, y tienen que esperar que se libere para poder sentarse a hacer la tarea.
"No hay horario de trabajo. Las consultas se resuelven a medida que llegan, durante todo el día", dice Domínguez, que es madre de tres hijos, maestra de segundo grado y preceptora del nivel secundario en el colegio Asunción de la Virgen, en San Fernando. "En casa saben que a la mañana la compu es mía. Me levanto a las 7.15, tomo unos mates y me siento a trabajar. Después nos turnamos entre todos, pero yo sigo conectada hasta la noche con el celular. No poder delimitar los horarios es lo más complicado. Las primeras semanas fueron muy estresantes. Vamos buscando cuál es la mejor manera. Hay que adaptarse", reconoce.
La sensación de Domínguez es la misma que la de Sara Carello, que es maestra de música de la escuela porteña N° 9 "Manuel Láinez", madre por dos y a cargo de unos 200 alumnos del nivel primario. También la comparte Paula Morón, que aunque está bien equipada tecnológicamente como profesora de cine de los alumnos de tercer año del Instituto Buenos Aires, en Isidro Casanova, afirma que jamás se acostó tan tarde como ahora durante los días de semana.
"Me quedo corrigiendo a la noche porque llega un momento a la tarde que necesito parar un poco. Mi hijo tiene 3 años y todo el tiempo le estoy diciendo que no. Franco no llores, Franco no grites, Franco ahora no puedo", cuenta la docente, que durante las primeras semanas de la cuarentena hizo decenas de tutoriales para enseñarles a sus colegas a organizar una reunión por Zoom o cómo trabajar con la plataforma Google Classroom. "Hay profes que jamás habían trabajado de manera virtual con sus alumnos", dice.
Jornadas interminables
Al inicio del aislamiento social y obligatorio impuesto por el nuevo coronavirus, los maestros consultados por LA NACION coinciden en que el primer impulso fue tratar de seguir con lo que se hacía en el aula pero de manera online, como fuera. Era una situación inédita, y la mayoría pensó que sería algo momentáneo. Sin tiempo de planificar ni pensar cuál sería la función de la escuela en este nuevo contexto, se intentó dar una respuesta rápida. Pero a más de 40 días de la suspensión de clases, el 16 de marzo pasado, los maestros reconocen que la situación es difícil, y que a pesar de los esfuerzos hechos hay mucha incertidumbre, y las jornadas son interminables.
Como Domínguez, seis de cada diez docentes de escuelas privadas no tienen una computadora propia en su hogar, según los datos publicados la semana pasada por el Sindicato Argentino de Docentes Particulares (Sadop), que hizo una encuesta entre más de 8000 docentes afiliados al gremio. Carello y Morón, tal como respondieron siete de cada diez docentes encuestados, combina el trabajo con el cuidado de sus hijos. Una situación que, sumada al encierro, las obligaciones laborales y del hogar, provocó que el 45% de los maestros reconociera que les "resulta agobiante realizar las actividades de enseñanza y cuidado al mismo tiempo".
En medio de la puna jujeña, con poca conexión
En medio de la puna jujeña, a casi 4000 metros de altura, la escuela N° 279 "Abdón Castro Tolay", en el departamento de Cochinoca, ya no recibe a ninguno de sus 58 alumnos. Su director, Héctor Torres, dice que extraña a sus alumnos. Para él, la educación virtual es casi una fantasía. "Esto ha sido como un terremoto. En el contexto rural en el que nosotros trabajamos, la comunicación satelital es un gran inconveniente. La mayoría de nuestros alumnos no tiene una computadora en su casa, y si la tiene no hay señal de wi-fi. Trabajamos con los celulares. Mandamos audios, videos y mensajes con algunas consignas, cortas y sencillas. Pero a veces tampoco pueden descargar el material que mandamos", explica Torres, que se angustia al recibir los mensajes de sus alumnos.
"Me preguntan cuándo vamos a volver a la escuela, y aunque muchos no lo dicen yo sé que no solamente quieren estar sentados en el aula con su maestro. También extrañan el plato de comida que todos los días reciben. En la escuela los chicos desayunan, almuerzan, toman la merienda y cenan, los que se quedan en la modalidad albergue". A Torres, como al resto del equipo docente, los horarios de trabajo dieron un giro de 180 grados. "De madrugada es cuando mejor conexión hay, la internet es mucho más rápida. Hay que aprovechar ese momento", responde Torres a través de audios de WhatsApp.
Daiana Sei, que da clases en una salita de 4 años, está preocupada. Ya no sabe qué estrategias implementar para que la convocatoria no decaiga. "Primero arrancamos con unos cuadernillos. Pero tampoco queríamos perder el vínculo con los chicos. Entones armamos un grupo de Facebook. Hacíamos vivos con cada una de las salas. Al principio se enganchaban, pero con el correr de las semanas cada vez se conectaban menos. Ahora probamos con Zoom, pero la atención de los chicos no es constante, y todos quieren hablar al mismo tiempo. Es un lío", resume la maestra del Instituto Buenos Aires.
Bombardeo de actividades
El trabajo online, agrega Carello, expuso una realidad de falta de acompañamiento en la educación de los chicos. "Creo que tenemos que repensar las propuestas. No podemos seguir bombardeándolos con actividades de todo tipo. No tiene sentido. Hay familias con mucha angustia", expone Carello.
Para Agustín Porres, director regional de la Fundación Varkey, los docentes están acostumbrados a lidiar con la complejidad, porque la educación tiene ese desafío permanente. "Ellos saben adaptarse a situaciones inesperadas, porque casi todos los días lo hacían en sus escuelas. Pero en sus casas, con sus familias, tienen otros frentes abiertos; una fatiga distinta al final de cada día, y menos certezas".
Así lo reflejan también los resultados de Sadop, que indican que un 35% de los docentes dice estar más cansado que lo habitual, no tanto por la carga de trabajo. Lo más difícil es tener que conjugar las distintas actividades en un mismo ámbito.
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