Los cien días de aislamiento social obligatorio no fueron todos iguales. Macarena P., de 38 años, empezó la cuarentena con mucha actitud. Organizó el calendario de sus hijos y de las tareas de la casa, se sumó a cuanto concierto de balcón proponían sus vecinos y salió a aplaudir a los médicos todas las noches cuando daban las 21. Pero un tiempo después, descubrió que la agenda sólo existía en el papel. Que como estaba angustiada, a la noche no podía dormir y "maratoneaba" alguna serie. Sus hijos también habían adoptado horarios estrafalarios y lo único que les organizaba el día era la rigurosa clase por Zoom que tienen a las 11. Que ya había abandonado la soga que compró y que no hacía los mil saltos por día que se había propuesto al inicio del encierro. Estaba contracturada casi siempre. La relación con sus hijos y su marido era difícil. Entre las exigencias de su trabajo, la casa y el reparto de roles, espacios y horarios para usar la computadora se sentía agobiada. Cualquier cosa la hacía estallar. Empezó a verse con una amiga, de forma clandestina, tomaban mate, cada una con el suyo y manteniendo la distancia social. "Es lo único que me saca del embotamiento. Por un rato, las dos nos olvidamos de que estamos en cuarentena", dice. Ahora, ni siquiera eso la motiva. Los días pasan redondos, todos iguales. Ella sobrevive esquivando la pregunta incómoda que le hacen sus hijos todos los días: ¿cuándo termina la cuarentena? No lo sabe. Hace algunos días encontró un diario que empezó a escribir en esos días de insomnio, al principio del aislamiento. Y que, por supuesto, después abandonó. "Creo y tengo miedo de que esto sea para siempre", escribió a finales de marzo. Cerró el cuaderno. La misma sensación la atraviesa hoy, al llegar a los primeros cien días de esta nueva vida.
No fueron cien días iguales, confirman los especialistas.LA NACIÓN consultó a psicólogos, psiquiatras, sociólogos y psicoanalistas para entender no las fases sanitarias de la cuarentena, sino las emocionales o psicosociales. El aislamiento tuvo, al menos, nueve etapas. "Fuimos de la sorpresa traumática a la ansiedad, de allí a la angustia, al enojo, a la negación", dice José Eduardo Abadi, médico psiquiatra y escritor. "Al principio nos mostramos resilientes y coronamos a los médicos como los héroes de nuestra lucha contra el coronavirus", explica la psicoanalista Mónica Cruppi, miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
"Todos juntos salimos de esta", dijimos al repetir hasta el hartazgo metáforas futbolísticas. Pero después,según el psiquiatra Pedro Horvat, cuando la cuarentena se postergó, nos invadió el desamparo, nos sentimos acorralados, cultivamos la rebeldía y decidimos que, en el mundo íntimo, cada uno podía hacer lo que quisiera, mientras se cubriera bajo el mantra políticamente correcto de #quedateencasa. Ahora, para Abadi, nos acercamos peligrosamente a una etapa que nos aproxima mucho al precipicio de la depresión.
Tenemos tanta incertidumbre como el primer día, pero tememos que "la nueva normalidad", esta otra forma de vivir, trabajar, estudiar y relacionarnos, llegó para quedarse. "La sensación es que entramos en una zona de cambio definitivo", explica Fernando Capalbo, presidente de la agencia de publicidad DDB, que hace monitoreos sociales a nivel regional, desde el comienzo de la pandemia, sobre cómo se vive la cuarentena. "La incertidumbre sigue siendo el sentimiento que acompaña a los argentinos. Vislumbramos un cambio rotundo. La mayoría, un 68%, sabe que su vida va a cambiar de manera categórica. A diferencia de la primera ola donde aparecían algunas palabras como 'esperanza', hoy ese lugar lo superó el nivel de ansiedad. Y el término más repetido es 'incertidumbre'", indica.
"Ahora, estamos en una fase de subsistencia, en la que somos menos racionales y más impulsivos. En situaciones de estrés y de amenaza, reaccionamos así. El miedo, ligado a la situación económica y también la necesidad de ver a los seres queridos, hace que la gente pierda el temor al virus y transgreda las normas sin reparos", completa Cruppi.
"Desapareció la luz al final del túnel. El 'quédate en casa' se volvió un confinamiento. Nos encierran porque estamos castigados, piensan muchos, y a cada uno se le disparan los fantasmas culpógenos de su infancia. Aparece la frustración, el hartazgo, la tristeza y el enojo. Estamos en ese estadío. Y lo preocupante es que esto no tiene límite. Lo incierto, lo que no conocemos, nos está dañando. A nivel de la salud psicológica de la población, esta cuarentena va a tener un impacto muy nocivo. Aumentarán los casos de depresión, las angustias, la violencia anárquica, las manifestaciones de desesperación y desasosiego. Sentimos que estamos vivos cuando tenemos un proyecto, un plan, un deseo. Todo eso se llevó la cuarentena. Lo único que esperamos es que termine. Y la ausencia de porvenir se traduce para la psiquis como angustia de muerte", detalla Abadi.
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