Coronavirus en la Argentina. Casi la mitad de los voluntarios de un merendero de la Villa 31 están contagiados
"Es veneno, este virus es veneno", dice Leny Gutiérrez, de 38 años, vecina de la Villa 31. Ella sabe muy bien cómo el coronavirus avanza de manera voraz.
Dirige el merendero Nueva Esperanza, de la Agrupación Movimiento Evita, en la manzana nueve, y de las 25 personas que ahí colaboraban, 10 están infectados. De este modo, de los 200 chicos que venían a merendar, ahora solo pueden recibir a 100. Les dan un poco de leche a cada uno para que se la lleven y la consuman en sus casas.
En un barrio donde las redes solidarias que teje la gente son fundamentales, el Covid-19 no solo representa una amenaza para la vida, sino que, además, rompe estos delicados engranajes de ayuda comunitaria.
LA NACION consultó al Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad por este caso puntual, pero aún no recibió respuesta.
"No sabemos quién fue el primer infectado, pero ahora tenemos a compañeros hospitalizados y en hoteles. Hay una mamá con un nene de cuatro años y el chiquito tiene coronavirus. En nuestro comedor el virus hizo un desastre", dice Gutiérrez.
Mientras tanto, el sol se levanta sobre la Villa que hoy está particularmente convulsionada. Ayer murió por coronavirus Ramona Medina, la referente de la manzana 37. Otro golpe al esquema solidario que, en gran parte, mantiene al barrio en pie.
Acá hay 913 casos confirmados, que representan el 70% de los casos en barrios populares. Le sigue la 1-11-14 con 340, según la información publicada por el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat de la Ciudad.
"Ahora podemos ayudar a la mitad de chicos porque les tenemos que dar el cartón de leche. Antes sacábamos las mesas afuera y les íbamos sirviendo. Pero acá todo es a pulmón, el Gobierno casi no nos ayuda", indica Gutiérrez que lleva puesto un barbijo y una máscara de acrílico.
A ella no la hisoparon porque no tiene síntomas. Sigue trabajando con empeño pero cada vez le faltan más manos que la ayuden a darle de comer a ese centenar de chicos, cuyos padres, en su gran mayoría, están desempleados.
"El otro día me llamó uno de los chicos que colabora acá, me dijo que se siente mal. Entonces le dije que se quede en su casa, que traten de hacerle la prueba a ver si tiene covid. Pero necesitamos ayuda porque nosotros a veces le damos la única comida que reciben los chicos por día", dice Gutiérrez.
Mientras recorre la manzana 12, en una esquina desde donde se ve la Facultad de Derecho, señala un portón cerrado. "Este era otro comedor y tuvo que cerrar del todo porque hubo 30 casos, un desastre", dice mientras sus palmas apuntan al cielo.