Coronavirus en la Argentina: "¿A dónde te creés que vas?", el desafío de contener a los adolescentes en cuarentena
Sandra Peña nunca pensó que iba a ser tan difícil la cuarentena. O, mejor dicho, ese aspecto del aislamiento obligatorio: convivir con dos hijos adolescentes. Lograr convencerlos de que no salgan o de que los novios no pueden venir a verlos. O pedirles que ordenen su habitación y que colaboren con las tareas de la casa. Peña es arquitecta, tiene 48 años y está separada. Vive en Palermo con sus dos hijos, Andrés, de 18, y Mar, de 15. Aunque trabaja desde casa, la rutina familiar la está desbordando. "Es agotador. Ayer fui a hacer unas compras y cuando volví me encontré con Andrés que estaba a punto de irse a correr", cuenta. ¿A dónde te creés que vas?, le dijo la madre. "A correr, ahora se puede, lo dijo el otro día el Presidente", fue la respuesta del adolescente. Y el ultimátum llegó: "No te vas a ningún lado".
Convivir con adolescentes durante la cuarentena puede resultar todo un desafío. Después de más de un mes de encierro, ya se sienten invencibles y quieren salir con cualquier excusa, incluso antes de que se levante el aislamiento social y obligatorio, que ya lleva más de un mes. Los que tienen entre 18 y 25 años son el segmento que más signos de depresión severa manifestó en este tiempo de encierro, según una investigación que encabezó Fernando Torrente para el Instituto de Neurociencias Cognitivas y Traslacionales del Conicet -Fundación Ineco-Universidad Favaloro, que estudió el costo emocional de la epidemia.
Este dato sorprendió a los investigadores. Creen que es porque los jóvenes son los que se sienten menos vulnerables frente al coronavirus y, a la vez, son más dependientes de lo que se pensaba al contacto cara a cara con sus seres queridos. Algo que las relaciones virtuales todavía no reemplazan. "Pensamos mucho en esa tía abuela que vive sola y se puede deprimir. Pero también deberíamos prestar atención a ese adolescente que tenemos en casa y puede estar afectado por el sentimiento de soledad", dice Torrente.
Ileana Berman, psicóloga y especialista en crianza, afirma que el adolescente hoy tiene que lidiar con dos cuarentenas: la decretada por el Estado y la otra, autoimpuesta por sí mismo en relación a su entorno familiar. Es que la adolescencia, explica, es una etapa definida por la separación. Por la caída simbólica de los objetos de amor que los acompañaron toda la vida. "Esa caída es lo que le da la posibilidad de identificarse con sus pares, sus amigos, tan necesarios para la socialización", señala Berman, que confiesa que son cada vez más las consultas que recibe sobre "cómo frenar a los hijos de 15, 16 y hasta 18 años que, prácticamente, piensan en escapar para encontrarse con sus amigos".
La vida por Zoom
Al principio de la cuarentena, en la casa de Ema y Paloma Gutiérrez, de 15 y 18 años, Valeria Burrieza, la madre escribió una rutina para organizar de qué se iba a ocupar cada uno. Pero se fue desdibujando el cronograma sin que se cumpliera. "Los cuartos son un caos, porque cada uno fue encontrando su refugio, pero es lo que necesitan para reafirmar su propio aislamiento en la cuarentena y relajar los momentos de tensión", cuenta Burrieza. "Pero hay muchas cosas positivas de esta cuarentena. Cenamos todos juntos en la mesa, ponemos mantel, la cena pasó a ser el momento del día. Casi que nos maquillamos y ponemos tacos. Charlamos, es un momento nuevo. Está bueno y espero poder conservarlo", señala. Cada una está explorando nuevas actividades. A las dos se les dio por la costura, y con los barbijos solidarios llenaron la casa de retazos. "La vida de ellos pasa por Zoom. Una me dice: 'Hoy tomo mates con mis amigos por Zoom. Hoy tengo previa por Zoom'. La otra noche se quedaron bailando cada uno en su casa así. Es muy loco, pero muestra la capacidad que tienen de adaptarse", dice Burrieza. Está feliz por haber conquistado esos momentos familiares y lo vive como una oportunidad de conocer más a sus hijos.
"Hoy Ema va a hacer ñoquis de boniato con pesto. La cena se planifica desde la mañana, buscan recetas, incursionan y las dejo que se vuelvan a organizar para ordenar y limpiar todo", relata.
No escuchan, ni colaboran
La cuarentena de Florencia García con sus hijas en Olivos es una lucha constante. La mayor intentó instalar al novio al principio del aislamiento, pero después entendió y no volvió a insistir. Como cumplió 18 años y no tiene tareas del colegio, Johana está metida en un día sin rutinas. Intenta hacer cursos a distancia, pero la convivencia no es fácil. "Fue muy difícil el acomodamiento con ella. No solo con que se quede adentro, sino con la colaboración familiar. No entiende la importancia vital que tiene como uno más para ayudar con las tareas de la casa y lo difícil que es su no colaboración", dice García con un tono que comienza a desbordarse en su voz. "Por lo difícil que es que quieran escucharte y por la energía que te insume tener que repetir siempre lo mismo, y porque en el fondo creen que uno va a hacer lo que ellos no hacen. Fue durísimo hasta el día de hoy. Hubo días en que el cuarto llegó a ser un asco, ahora logramos que haya una unión en determinados momentos en los que todos colaboramos. No la siento mal de ánimo, no minimiza la situación. El problema mayor es que los adolescentes no se integran al vínculo familiar. No se pueden leer como parte de un todo", indica García.
No es sencillo ni siquiera para ella, que desde hace varios años adoptó la filosofía budista, mantener la paz familiar. "Creo que la situación los excede, empiezan a gestionar una cosa muy egoísta. Esto es causa y efecto", explica. Y en términos prácticos eso se traduce en un: "Bajás, te cocinas, comés y lavás lo que usaste. Después no te queda la carga de tener que hacerlo y te pesa menos. Terminamos de comer. Si cada uno hace una tarea –uno lava, otro seca, otro guarda, otro pasa el trapo en el piso– nos vamos más rápido a hacer lo que cada uno quiera", dice la madre. Una negociación que no resulta tan sencilla.
Para la psicóloga Susana Kuras Mauer es importante no estigmatizar a los adolescentes. Hoy más que nunca. "Ellos, como todos, atravesaron estos tiempos extraños con aceptación y vitalidad. Descubrieron hermanos, aprendieron a convivir con ellos. Debutaron en tareas domésticas, mantuvieron sus noviazgos online, festejaron con amigos cumpleaños virtuales. Algún apego afectuoso fue generando el acostumbramiento al adentro. Pero abril ya tuvo un andar pesado, porque la cuarentena se estiró sin fecha. Las reservas no son las mismas, los humores se irritaron. La ansiedad crece y la energía adolescente pide calle, necesita libertad", reflexiona la psicóloga. "Los hijos, niños y adolescentes, son los únicos que respetan la cuarentena a rajatabla, porque hasta los adultos mayores, pidiendo permiso pueden salir. No es fácil lo que les toca", agrega.
Alejandra y Emiliano Marzocca son los padres de Marina y Sofía, de 12 y 16 años. "Yo las veo angustiadas. Hace dos noches que llora una, o la otra. Los chicos están en cuarentena desde el 13 de marzo. Entre el aprendizaje de manejarse con la plataforma virtual del colegio y la imposibilidad de tener vida social, se los empieza a notar estresados, e incluso angustiados. Está bien la tarea virtual, porque es la única forma de hacerlo hoy, pero no me parece que los profesores manden las tareas en cualquier horario, hasta de madrugada. Esto les da la sensación de que nunca terminan. Siempre hay trabajos pendientes. Nunca pueden tener la tranquilidad del trabajo concluido", cuenta la madre.
"Los adolescentes cambiaron sus horarios, duermen hasta pasado el mediodía y se acuestan a altas horas de la madrugada. El confinamiento alteró su rutina escolar, y muchos sienten que es un año perdido –aporta Cynthia Zaiatz, jefa del servicio de Salud Mental del Sanatorio Modelo de Caseros–. La adolescencia es un momento de cambios e incertidumbres sobre el presente y el futuro, y con la cuarentena las preguntas sobre qué es lo que vendrá generan más angustia día a día".
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