Coronavirus. El aeropuerto de Ezeiza, un gigante semivacío: la mezcla del alivio de los repatriados y la ansiedad de los extranjeros
Quien haya pisado alguna vez el aeropuerto internacional de Ezeiza se llevaría una enorme sorpresa si por estos días le tocase volver a visitarlo. Con las puertas abiertas, pero su actividad reducida a un mínimo por la pandemia de coronavirus, la terminal ofrece algunas imágenes desconocidas: comercios cerrados, halls vacíos, ausencia casi total de movimiento vehicular y humano. Y los poquísimos pasajeros que circulan tienen algo en común: son personas que por la crisis quedaron varadas y tuvieron que reprogramar sus viajes. Se cruzan argentinos que acaban de ser repatriados y extranjeros que finalmente consiguieron vuelo para volver a sus países.
Las cifras muestran la magnitud de la caída. De operar normalmente con 150 vuelos y más de 30.000 pasajeros diarios, el Ministro Pistarini tiene hoy, entre arribos y partidas, entre dos y tres vuelos de pasajeros por día.
Son servicios que se confirman con 24 horas de anticipación, a medida que los aprueba a cuentagotas el Ministerio de Transporte de la Nación en coordinación con Cancillería. En la tarde y noche del viernes, por ejemplo, hubo apenas un arribo (un vuelo de Latam, proveniente de Sidney) y dos partidas (de Lufthansa, con destino a Frankfurt, y de Aerolíneas Argentinas, rumbo a Miami).
A las 17, los alrededores de la terminal C, utilizada por Aerolíneas y Austral, estaban desiertos. Apenas dos taxistas, Daniel y Walter, esperaban sin suerte algún pasajero. "En un día normal esto es un hormiguero, hay 150 taxis en todo el aeropuerto; hoy somos unos 15", describe Walter. Su compañero mostró la escasa recaudación del día: "Hice 700 pesos, pero de tanto girar gasté 400 por el consumo de dos tubos de gas, así que me voy a mi casa con 300", calcula.
En la puerta de acceso al hall principal, efectivos de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) no dejaban pasar a nadie sin autorización. Afuera, sentadas en un banco al sol y rodeadas de sus valijas, las biotecnólogas y posdoctorandas del Conicet María Eugenia Llases, Carolina Di Benedetto y Antonela Palacios eran las únicas pasajeras que esperaban para viajar. Y probablemente, de las pocas argentinas hoy autorizadas para volar al extranjero.
"Estamos yendo a San Francisco a dar una mano con CASPR Biotech, un proyecto argentino que está desarrollando a contrarreloj test rápidos de detección de coronavirus", explica Llases. Oriundas de Rosario, las tres científicas salieron de allí al mediodía, en remís, aunque su vuelo rumbo a EE.UU partía recién a las 23.
De operar normalmente con 150 vuelos y más de 30.000 pasajeros diarios, el Ministro Pistarini tiene hoy, entre arribos y partidas, entre dos y tres vuelos de pasajeros por día.
"Teníamos miedo de atrasarnos en los controles de la ruta, la gente nos había dicho que se podían demorar horas, pero por suerte llegamos bien", agrega Llases. Sobre su partida en tiempos de pandemia, Di Benedetto cuenta: "Tenemos muchas ganas de participar del proyecto pero también un poco de miedo, no al virus, sino a que se suspenda o demore la vuelta". Su regreso está planeado para dentro de dos meses.
La mayoría de las plazas de estacionamiento del aeropuerto se veían curiosamente ocupadas, aunque el tránsito era casi nulo. Según explicaron voceros de Aeropuertos Argentina 2000, muchos son vehículos de empleados y operarios pero otros quedaron allí a la espera de que sus dueños, varados en algún destino desconocido, vuelvan a retirarlos. "Para cualquiera que vuelva a buscarlos o venga por el día, no se está cobrando la estadía y las barreras están abiertas", explican, con lógica.
La mole semivacía
Tomando en cuenta los diferentes turnos, en Ezeiza trabajan 24 mil personas, entre empleados del aeropuerto y los de todas las empresas que prestan servicios allí. Hoy lo hacen solo el 50%, el mínimo necesario para funcionar. El único sector que opera sin restricciones, y de hecho aumentó su actividad, es el de los vuelos de carga. "Normalmente tenemos tres o cuatro por día y ahora está habiendo el doble porque se están trayendo insumos", cuentan desde la empresa.
En la terminal A había algo más de movimiento: alrededor de las 18 coincidieron allí los argentinos repatriados desde Sidney, asistidos por personal de la PSA, con quienes viajaban hacia Alemania, acompañados por la embajada de ese país. Pero nada alcanzaba para cambiar la atmósfera extraña del lugar, con los locales cerrados –a excepción de la farmacia y de un kiosko–, las pantallas y los altavoces apagados. Casi todo el mundo llevaba barbijos y en los rostros se adivinaba el alivio de quienes acaban de llegar y la ansiedad de los que por fin estaban por irse.
Estamos yendo a San Francisco a dar una mano con CASPR Biotech, un proyecto argentino que está desarrollando a contrarreloj test rápidos de detección de coronavirus
"Es raro volver en este contexto de pandemia, pero las puertas en Australia se me estaban cerrando y al no ser ciudadano no tengo tantos derechos. Me da cierta tranquilidad estar en casa", se alivia Ezequiel Magrini, un escritor de 30 años que volvió a la Argentina después de tres años afuera. Con domicilio en Mar de Ajó, el joven debía esperar varias horas a que pasara a buscarlo su familia. A esa altura, era lo de menos: había logrado regresar.
Otros subieron a ómnibus dispuestos por el Ministerio del Interior, según su provincia de residencia. "Fue terrible, pero llegamos", festeja Laura Aguirre, que había viajado en plan vacaciones a Australia y desde hacía tres semanas intentaba regresar, justo antes de subirse al ómnibus que la llevaría a su Córdoba natal.
En todo el hall principal, los únicos mostradores habilitados eran los de Lufthansa. Había una gran bandera alemana colgando detrás y una larga cola de pasajeros cumplía lentamente con el check-in. La operación, organizada por la embajada de Alemania, llevaría a ese país a unas 300 personas de 16 nacionalidades diferentes y fue supervisada personalmente por el embajador, Jürgen Christian Mertens.
"Este es el quinto vuelo de repatriación y también hemos traído argentinos varados en Europa. No es una razón para estar orgullosos, pero estamos contentos y lo importante es que el equipo trabajó muy bien y contamos con una muy buena cooperación de las autoridades argentinas. Llegaron todos los buses que vinieron desde las diferentes provincias [donde había alemanes varados]", explicó el diplomático a LA NACION.
Es el caso de Petra y Marcus Schnakenberg, quienes viven en Wennigsen, en el norte de Alemania. Tenían pasaje para volver el 23 de marzo, desde Santiago de Chile, pero el coronavirus cambió todo. Habían alquilado un auto para recorrer la Patagonia y el cierre de fronteras los encontró en Bariloche, donde durante casi cuatro semanas estuvieron varados en un camping, junto a otros viajeros.
"Era un buen lugar, hicimos nuevos amigos, pero no podíamos salir ni al supermercado", relata Petra."Hay un montón de turistas en la misma situación, con sus autos, y el problema es que no está permitido salir a la ruta. En otros países hubo una solución, pero acá la aduana estaba cerrada y nadie nos daba información", se lamenta Marcus.
Esperaron hasta el 12 de abril, cuando finalizó la primera cuarentena dispuesta por el gobierno nacional, pero como las cosas no cambiaron, se contactaron con la embajada alemana para coordinar su regreso. Después de viajar 30 horas en micro y con un vuelo por delante, se tomaban las cosas con calma. Quizás porque ya estaban más cerca de casa. "Creo que nuestro año va a ser un poco diferente a lo que habiamos planeado", sonríe Petra.
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