Córdoba: "Vamos hacia adelante", las historias de las bomberas que combaten los incendios forestales
CÓRDOBA.- En un año muy complicado para los incendios en esta provincia –se estima que ya hay entre 60.000 y 65.000 hectáreas dañadas por el fuego–, los bomberos están agotados. Se mueven de un punto a otro de la región porque los focos varían en cuestión de horas y trabajan a destajo. En las zonas más afectadas, los pobladores los aplauden y, para agradecerles, les acercan frutas o agua. Las mujeres en los cuerpos de voluntarios son muchas.
Una de ellas es Miriam Romero, de 37 años y con 19 en el servicio, que es la jefa del cuerpo de Bomberos Voluntarios de Unquillo (Sierras Chicas). "Empecé porque mi hermana estaba en los cadetes, la fui a buscar y vi una convocatoria, me anoté y ya me quedé", señala. Y admite que este es un año "muy complicado, de los peores" que recuerda. "Hay focos en distintos lugares, hay que distribuir los recursos; descansamos un día y continuamos, no paramos", indica.
A los 41 años, Cristina Capelini lleva media vida como bombera. Trabaja en el cuartel de Alta Gracia y tiene un consultorio de masoterapia en su casa. Recuerda que en 1998, en una inundación muy importante en Arroyito, su novio, bombero, le sugirió sumarse. "Pensé cómo iba a hacer ese trabajo de hombres, pero me capacité, aprendí. Hay mucho compañerismo y respeto". Aquel novio es, hoy, su esposo. Se llama Franco Busso, y es el padre de Santiago, de 17 años, y Lucía, de 14. "Se quedan solos cuando salimos a combatir incendios. Están adaptados a nuestros ritmos. El año pasado perdí un bebé, y esta profesión me ayudó a seguir adelante. Las prácticas fueron un escape al dolor", cuenta.
Uno de los focos más complicados de los que se acuerda fue pocos días atrás, en Copacabana: "Las llamas tenían 20 metros de altura. Me encomiendo a Dios y avanzo. Ponemos pasión, empeño, no miramos el peligro, vamos hacia adelante. Y cuando llego a casa abrazo a mis hijos".
Romero admite que cuando enfrentan fuegos muy complicados se le "cruzan muchas cosas, también miedo porque por más que estemos acostumbrados". Piensa en su familia (tiene tres hijos de 13,12 y seis años) y solo quiere "volver sana y salva". Su marido, David Cano, también es bombero y en su cuartel son seis las mujeres. "Siempre hubo mujeres, pero no se mostraban como ahora. Hay muchas con ganas de entrar y, a veces, tienen temor, porque hay tareas de fuerza, pero nos capacitamos para todo. Ser bombero no tiene género".
Equipo completo
En el cuartel de Villa Ciudad de América, en el departamento Santa María, a 70 kilómetros de la ciudad de Córdoba, son 11 bomberas. A la conversación con LA NACION, se suman María Celeste Rossotti, de 41 años y estudiante de dos tecnicaturas y cosmetóloga; Tamara Toselli, de 23 y con 11 en el cuartel, cursa Veterinaria; Alejandra Páez, de 41 años y tres en el cuerpo, es docente de nivel inicial; Yamila Antúnez, de 26 años, estudia enfermería y lleva cinco años y medio como bombera. Su melliza Johana Antúnez tiene seis de experiencia en el cuerpo y también está la tercera, Melina, de 20. Además, están Guadalupe Villafañe, que tiene 18, estudia Turismo y ya suma cinco años en el cuartel; y Emilse Vietri, de 33, tiene cinco años de experiencia y es profesora de natación y guardavidas.
Para Toselli su experiencia más difícil fue en 2013, cuando se quemó la casa de un chapista y debieron sacar a un niño quemado: "Había un humo muy denso, fuego por todos lados, gritos, las balizas, gente corriendo. Fue durísimo estar ahí. Lo veía y sentía que no estaba ahí, estaba en shock. Recuerdo cosas muy puntuales de ese incendio". Se sumó al cuerpo porque su padre era bombero.
"Elegí ser bombera – cuenta Rossotti– para poder aportar un poco de tanto que tenía para dar y que no sabía cómo manifestarlo. Cuando llegué al cuartel encontré mi vocación. Primero fueron mis hijos a la escuela de cadetes. De a poco, me fui acercando más y ya hace tres años que pertenezco a esta gran familia".
Antúnez dice que ingresó al cuerpo para seguir a su madre, Patricia Jurnadez, de 49 años, que es enfermera profesional. Empezó a decidirse en el accidente en el que su padre murió y vio cómo trabajaron los bomberos. "No me interesan los cargos, solo ser bombero que es lo que hago hace 17 años". Además de sus tres hijas en el cuartel, su hijo se desempeña como cadete. Su hija Melina ingresó al cuerpo con la misma ocupación a los 9. Hoy, estudia Higiene y Seguridad y trabaja en una carnicería: "Acompañaba a mi mamá a las prácticas y dije ‘esto es lo mío’, te sale de adentro ayudar a los demás", dice.
Para Villafañe, directamente es difícil "encontrar palabras para explicar" qué la llevo a sumarse. "Solo puedo decir que lo siento en el corazón". Su compañera Rossotti recuerda un incendio que se produjo el año pasado cuando el camión cisterna quedó frente al fuego y el humo y el viento los obligó a retirarse. "La cisterna se había bloqueado. El chofer no podía sacar el vehículo de la línea de fuego. Nos pidió que nos bajáramos, él se quedó y vimos cómo desaparecía, primero, por el humo y, luego, por las llamas. Pensamos lo peor, pero a los 10 minutos escuché el camión".
"Hacemos esto por vocación, porque sale de adentro y no hay lugar para el rencor en esta profesión. La gente habla y critica. A veces, no conoce nuestro trabajo. Hace unos días el dueño de un campo no dejó entrar a nuestros compañeros, porque se enojó porque rompimos el alambre. A veces, les importa tanto lo material, eso se entiende, pero primero está la vida", relata Páez. Comenta que situaciones así les duelen. "No se puede explicar con palabras lo que se siente al ser bombero; suena la alerta y sentís una sensación única", concluye.
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