Convertido en ejemplo, sin buscarlo
Se lo considera un magistrado competente y trabajador; no reniega de sus contactos políticos
Gabriel Cavallo es un juez. Con errores, ambiciones y debilidades, como tantos otros.
Es un juez competente, estudioso, que formó un equipo de colaboradores que son la envidia del fuero, que tiene el respeto de los camaristas que revisan sus fallos, que cursa un doctorado de administración de justicia en la Universidad de Buenos Aires.
Es un marido y padre de dos hijas que vive en Quilmes desde que nació, al que le gusta navegar en su velero, manejar autos importados, jugar al fútbol y ver a su equipo favorito, Boca Juniors, desde la platea. Tiene 41 años y aspira a seguir avanzando en su carrera judicial: actualmente concursa por un cargo de camarista federal.
En un país normal, con una Justicia normal, Gabriel Cavallo sería un juez normal. Pero no.
Cavallo es un juez penal federal de la Capital Federal. Trabaja en un fuero en el que casi todos sus integrantes están sospechados de enriquecimiento ilícito, de hacerle favores desmedidos al poder de turno, o de las dos cosas. El no.
Sus hazañas recorren los pasillos de los tribunales de Comodoro Py: que procesó al presidente del Banco Central, Pedro Pou, y al dirigente de la comunidad judía Rubén Beraja por el vaciamiento del Banco Mayo; que le pidió el juicio político al entonces juez Hernán Bernasconi porque sus policías plantaron droga en un jarrón de Guillermo Cóppola; que hizo destituir, a través de otro juicio político, al ex camarista Jorge Pisarenco; que le abrió una causa al juez de la Corte Suprema Adolfo Vázquez; que procesó al influyente ex diputado Eduardo Varela Cid, acusado de pedir coimas en el Congreso; que se enfrentó con el entonces superministro Domingo Cavallo cuando éste quiso censurar un programa de Jorge Lanata; que sobreseyó al ciudadano Domingo Cavallo en varias causas cuando sus colegas se empeñaban en perseguirlo; que dictó el único procesamiento, hasta ahora, de un funcionario del actual gobierno, el frepasista Angel Tonietto, etcétera.
Todo esto, al mismo tiempo que dos de sus once colegas eran separados de sus cargos.
Pero Cavallo no es un cruzado, ni un fundamentalista del derecho, ni un ejemplo de modestia y austeridad. Le gusta vestirse bien, veranear en Brasil y su camioneta Mercedes-Benz, que compró en 48.000 pesos, no tiene nada que envidiarles a las cuatro por cuatro de sus colegas sospechados. Logró evitar todas las purgas de la justicia federal que sufrieron los funcionarios más independientes durante el gobierno de Carlos Menem. Y tiene fama de tano calentón. Antes de llegar a juez, como secretario de Cámara Cavallo escribió un falló revocando la prisión preventiva de la cuñada presidencial Amira Yoma, en una causa que le costó el puesto a más de un funcionario judicial que no obró acorde con los deseos de Menem. Después del Yomagate, fue ascendido a fiscal federal.
Como fiscal se destacó en casos relacionados con los derechos humanos, como el de los mellizos Miara, pero no evitó el sobreseimiento del gremialista amigo de Menem, Jorge Triacca, acusado de comprar inmuebles a precios inflados con dinero del Estado. Cavallo dice que la conducta de Triacca le generó dudas, pero que recibió una causa que ya venía mal barajada y no la pudo enderezar, y lo explica expediente en mano. Después lo ascendieron a juez.
El juez Cavallo es el primero en reconocer que nadie llega a magistrado federal sin un padrinazgo político y que, en su caso, ese rol lo cumplió la camarista María Luisa Riva Aramayo, amiga personal y compañera de country del ex ministro Carlos Corach, el hombre de la servilleta.
Pero le gusta recordar que Domingo Cavallo nunca lo recusó por figurar en esa servilleta y que Corach nunca le pidió nada, ni siquiera cuando procesó a Beraja, un amigo y aliado clave del ex ministro.
Gabriel Cavallo es el mejor político del fuero político por excelencia y sus aliados más cercanos son los periodistas. Mantiene una saludable distancia con sus colegas de la servilleta, aunque sobreseyó a cinco de ellos en distintas causas. No se pelea con el poder político si puede evitarlo. La semana pasada, por ejemplo, recibió en su despacho al ministro de Justicia, Ricardo Gil Lavedra, que lo visitó para hablar de un par de casos.
"Más allá de mi función judicial, yo tengo una responsabilidad institucional. Por ejemplo, si yo allano el Banco Central y llevo a las cámaras de televisión, podría provocar una corrida cambiaria, y soy consciente de eso", se le escuchó decir.
Es la filosofía que guió toda su carrera y que lo llevó a sobreseer a su colega del fuero Juan Galeano cuando éste apareció en un video ofreciéndole dinero a un preso involucrado en el caso AMIA. Nadie quería que se cayera la causa AMIA por una abrupta salida del juez Galeano y Cavallo, consciente de su "responsabilidad institucional", no encontró pruebas para condenarlo.
Cavallo hoy aplica esa misma filosofía en dos causas de gran resonancia pública: la fuga del Departamento Central de Policía y la denuncia por enriquecimiento ilícito en contra del juez Carlos Liporaci, el encargado de investigar las coimas del Senado.
La causa contra Liporaci avanza a paso de tortuga porque Cavallo no quiere ser culpado de frenar al juez encargado de la limpieza del Senado.
En la causa contra los policías que permitieron la fuga de tres delincuentes, siente que hay espacio para avanzar y lo hace, como tantas otras veces, con firmeza y valentía, con las pruebas en la mano, cuidándose para evitar roces innecesarios con el comisario general Rubén Santos, el jefe aliancista de la Policía Federal.