Contra las vacaciones: resistirse al descanso como estilo de vida
Hay profesionales que prefieren quedarse en casa y evitar la rutina de los centros turísticos; muchos las diferencian de los viajes
Allá a lo lejos, a través del milimétrico espacio vacío en la intersección de un par de sombrillas y el refugio de los guardavidas, se ve el mar. Pero, para observarlo con detenimiento, primero habrá que sortear algunos obstáculos: la heladera llena de cervezas del chico de adelante, la reposera de la vecina, el exuberante montículo amorfo que los chicos de enfrente llaman castillo y el perrito ladrador y lanudo que corre por ahí.
Esa postal "sobrepoblada" puede ser un paraíso para muchos, pero no para todos. Hay un grupo al que no le gustan las vacaciones y, también, están los que directamente las odian. Ellos no creen que sean necesarias y menos aún deseables. Piensan que no son una "recompensa" para aquel que trabajó todo el año, sino un engaño que responde al deber ser y al consumo más que al placer. Algunos las distinguen de los viajes, que sí disfrutan. Sin embargo, otros prefieren quedarse en su casa cerca del aire acondicionado y la televisión, y, en definitiva, tener tiempo para pensar en soledad. Ellos son los "antivacaciones".
"Alguien tiene que decirlo de una vez con voz clara: las vacaciones están sobreestimadas. Son un automartirio anual", dice Mariana "Kiwi" Sainz. Esta cazadora de tendencias de 48 años es uno de los cerebros detrás del Centro de Investigaciones Artísticas de Buenos Aires y ya casi no se acuerda de la última vez que se fue de vacaciones.
"Escucho «vacaciones» y veo La Bristol. Es como el símbolo de eso, del lugar adonde está establecido que la gente tiene que ir. Está relacionado con el deber ser, con lo que la sociedad te dice que tenés que hacer", explica Pablo Marchetti, de 49 años, periodista, músico y uno de los fundadores de la revista Barcelona.
Marchetti camina por primera vez por las angostas calles de Florencia, en Italia. Son los primeros días de enero de 2015. El atentado contra la revista Charlie Hebdo sacude el mundo. Él no lo duda y se pone a escribir, inmediatamente. "Nunca tuve la necesidad de tomarme vacaciones. No siento esa dualidad o tensión entre el momento laboral y el de descanso porque amo lo que hago y no paro nunca. Aborrezco la idea del trabajo. Y al desterrar el concepto de trabajo, tampoco existe el de vacaciones", cuenta.
"El «irse de vacaciones» encierra conceptos impuestos como pasarla bien en todo momento, ir a lugares de «onda» donde se gasta más de la cuenta y siempre se está amontonado, cumplir con una check list sin tiempo para disfrutar. Hay que estar en lugares populares sonriendo porque se es feliz y leyendo algún libro zen de moda con la vestimenta de la última temporada para cargar las pilas para el año laboral que comienza", detalla Verónica Navas, de 29 años. Ella se autodefine como "instagramera de viajes" porque gracias a su cuenta en esa red social logró unir sus dos pasiones, el periodismo y la fotografía, y vivir desde hace más de un año en constante movimiento. "Relajarse en La Feliz en enero es lo mismo que pretender dormir la siesta en el Alto Palermo el 24 de diciembre", sentencia.
Se acuerda de una de las últimas veces que se fue de vacaciones. "Nos fuimos a Mar del Plata con unas amigas. El viaje de cuatro horas en ruta se transformó en uno de 10. Cuando llegamos cada centímetro cuadrado estaba ocupado y todos teníamos el mismo plan. Ir a las playas del sur en colectivo más aplastados que en el subte B en horario pico. Comprar churros en Manolo. Volver todos a la misma hora para bañarnos. Amontonarnos en la calle Alem para entrar a un lugar donde parece que estás bailando «pechito con pechito y ombligo con ombligo», pero, en realidad, estás pegado por la falta de espacio, no por la buena onda. Y a eso tenés que agregarle que te pasaste todo el día abajo del sol así que es imposible que ante cualquier roce no te arda todo", relata.
Lejos de la felicidad
A Camila Bravo, una estudiante de psicología de 23 años, las vacaciones la ponen triste. "Me parecen incluso maquiavélicas. Más que una compensación, son una especie de ardid que permite que todo siga funcionando. La gente trabaja todo el año y, cuando sus energías empiezan a flaquear, se agarra de la promesa del descanso y del goce. Es como una palmadita en la espalda dándole ánimos al trabajador", analiza. Por eso, prefiere quedarse sola en su casa, saliendo lo menos posible, y dejar que su mente "tome sus rumbos" sin tener que coartarla con horarios, obligaciones o tareas académicas. Aprovecha y piensa, escribe o lee.
Las no-vacaciones de Kiwi son parecidas. "¿Por qué debería «salir de vacaciones» y no mejor «entrar en estado vacación» sin moverme de casa? Es tan primitivo viajar con el cuerpo cuando existen la literatura, el cable e Internet. Caminar por Santa Fe me parece tan excitante como andar por el Malecón de La Habana", argumenta.
Viajar como contradiscurso
Agustín Castro está sentado con cara de pocos amigos mientras su familia disfruta alrededor. El entorno cambia una y otra vez, pero la expresión de su cara y el aburrimiento que siente siempre son los mismos. "Se reiteró tanto esa situación que me cuesta mucho sacármela de la cabeza. Podía estar en Cuba en un hotel increíble un par de días, pero enseguida me aburría de todo", cuenta este fotógrafo de 33 años.
Para él, viajar e irse de vacaciones no solo son conceptos diferentes, sino hasta contrapuestos. "Vacacionar es comprar algo empaquetado y ya conocido. Es llevar el shopping a la playa. Viajar es una experiencia que tiene más que ver con encontrarte y descubrir lo desconocido. Sin horarios ni rutina."
Navas explica: "Viajar es empezar a cambiar el chip. Es estar en sintonía con el lugar y soltar la idea de que todo tiene que ser como nos lo imaginamos. Olvidarse de las postales idealizadas. Cuando viajás te abrís y los sentimientos antimarketing pueden aparecer en cualquier momento. Podés llorar en Hawái, que es un paraíso".
Sainz piensa que está distinción entre las vacaciones y los viajes es puro esnobismo. Ninguno de los dos la convence. Los únicos viajes que corroen un poco su armadura antivacaciones son los que vuelven a su memoria gracias a unas fotos viejas en las que es aún una nena y sonríe como vacacionante típico a la cámara. "El aforismo del poeta Charles Baudelaire dice: «La patria es la infancia». Yo le agrego: «Y la infancia son las vacaciones». Pero ¿para qué vacacionar si ya no somos niños?", concluye.
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