Contra el cautiverio: el excuidador del zoo porteño que fotografía animales extraídos de su hábitat para generar conciencia
“Si no conocemos aquello que necesita ser protegido, no hay manera de que nos importe”, dice Ramón Casares
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“Si no conocemos aquello que necesita ser protegido, no hay manera de que nos importe”, dice Ramón Casares, fotógrafo argentino, excuidador del zoológico porteño, compositor y tanto más. Desde hace años trabaja en su proyecto Ex Situ, un libro y exposición itinerante, que exhibe imágenes de aquellos animales que por alguna razón ya no podrán volver al ambiente natural del que fueron extraídos y que hoy viven en santuarios alrededor del mundo. Estos predios son especialmente pensados para darles una vida lo más parecida posible a la que tendrían en su lugar de origen, pero con protección.
Las imágenes de este artista y conservacionista argentino se caracterizan principalmente por la luz contrastada, al estilo de Caravaggio. Imágenes limpias, visualmente impactantes y sin elementos innecesarios que distraigan al ojo observador.
“La mirada se concentra entonces en las formas, los contornos, el color y los ojos”, explica Ramón, que hoy vive en Costa Rica, desde donde viaja retratando los animales de América para finalizar el primer tomo de Ex Situ. “Pretendo que la audiencia pueda descubrir la belleza y la majestuosidad de estas criaturas con las que compartimos el mundo. La conservación es el eje principal de mi trabajo. Dar difusión es la clave de cualquier proyecto de conservación. Creo que no se habla lo suficiente del tema”, afirma.
Su objetivo es lograr “aunque sea por un segundo detener el ojo humano en la mirada de ese animal retratado. A un animal que paso por ciertas cosas, se le nota en la mirada –indica–. Que puedan darse cuenta de que cada uno de ellos tiene una personalidad es todo lo que necesito. Puede ser un cóndor, una gaviota o un zorrito”.
El proyecto pretende publicar un tomo de fotografías e historias por continente y llegar al gran público, aquel que habitualmente no habla de conservación, incluyendo las especies más comunes y las que no lo son tanto. Una gaviota que encontraron lastimada con el anzuelo de un pescador, un zorrito que comió un veneno que probablemente no era destinado a él o cualquier animal que se tragó una bolsa de plástico arrojada por alguien desde la ventana de su auto… Historias mínimas para promover que el común de la gente cambie sus actitudes y decisiones, y evitar así esas consecuencias nefastas para los demás animales. Todo a través del arte.
“Pretendo llegar a la emoción y, desde mi lugar de artista, introducir a la conservación en cada casa para que la gente, casi sin darse cuenta, pueda leer una historia que de alguna manera cada uno de nosotros puede evitar con sus acciones diarias. Muchas veces se cree que hay que ir a luchar contra los chinos a un buque, o que hay que acusar, o en su defecto el mensaje puede ser muy enciclopédico”, reflexiona Casares, un cultor del tenebrismo. “El tenebrismo te ayuda a imaginar lo que falta”, aclara quien durante muchos años fue cuidador del zoológico de la ciudad de Buenos Aires, hoy transformado en Ecoparque.
Llegó allí a través del Proyecto Cóndor en 2000, como voluntario de ese programa de conservación. “A los pocos, conseguí un puesto de cuidador. Fui cuidador de relevo y eso hizo que pudiera conocer a todos los animales: la jirafa, los elefantes, los rinocerontes, los hipopótamos y tantos más. Entré al zoo no por estar a favor de los zoológicos, sino porque estoy en contra del cautiverio como mera exposición y no creo en la militancia con pancartas. Quería conocer la problemática real de los animales en cautiverio y poder desde un lugar de autoridad, entre comillas, siendo cuidador, contárselo a la gente. Que los chicos se fueran con un mensaje mejor, de problemáticas, de las consecuencias que tiene el mascotismo. Ese fue mi motor para trabajar allí”, recuerda.
Su primer retrato para Ex Situ fue en el Pelican Harbor Seabird Station, en Miami, Estados Unidos. Se trató de un pelícano que se había tragado un anzuelo y estaba en el centro de rehabilitación.
Después llegó Autano, un yaguareté que había vivido durante años en un zoológico de México, en una minúscula jaula donde comía y hacía sus necesidades, sin jamás poder dar unos pasos. El grupo de rescate Jaguares de la Selva, de Guajaca, pudo rescatarlo y, años después, Autano se convirtió en un yaguareté casi silvestre, que nadaba, trepaba a los árboles y corría a sus anchas en un espacio adecuado.
“También retraté una comadreja que no podía ser liberada y no solo hoy oficia de madre de las crías que llegan sin ellas, sino que es embajadora de Seabird Station y va a los colegios para educar acerca de la problemática que sufren estos animales. “Busco retratar muchas especies distintas porque alguna te va a resonar más”, indica el fotógrafo y viajero.
“El abanico de especies es importante. A las tortugas, de agua y de tierra, las capturan de a cientos y cientos para contrabando y sobreviven 20 de cada 100. Pasa en todo el mundo porque es una mascota fácil; lo mismo con los loros, porque hablan, y entonces les destruyen los nidos, se roban los pichones a los que se los coloca dentro de botellas plásticas para trasladarlos de la selva a las ciudades, a las ferias. De 100 sobreviven 20 como mucho. Esos 20 que se venden terminan siendo embajadores del mascotismo, fomentando que la gente quiera tener un loro”, agrega.
“Pienso que es cómodo militar desde una altura moral que nadie tiene, pero desde juzgar y desde el garrote no se cambian opiniones; desde los extremos, tampoco. Existen puentes, caminos, posibilidades… Mi motor son la naturaleza y la vida. Someter a los animales es una idea antigua que tenemos que cambiar”, concluye Casares. Mientras, sueña con cambiar a través de su arte la realidad de miles de animales y personas.
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