Contar la tragedia, en medio de una ciudad devastada
La cobertura del terrible temporal que provocó 13 muertes en Bahía Blanca
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MAR DEL PLATA.- En la jerga periodística alguien dijo alguna vez con ironía que tres elementos son imprescindibles para ejercer la profesión: Anotador, lapicera…. Y otro trabajo. El pluriempleo ha hecho lo suyo en este y en tantos otros oficios. Pero los dos primeros, aún en tiempos de dominio de las nuevas tecnologías, no saben de competencia. Da fe este segmento de la gráfica, que se vive entre apuntes y agendas que al cabo del desafío inmediato por delante oficiarán como bloques que den solidez a la crónica por contar.
A esos artesanales orígenes hubo que viajar este fin de semana en una Bahía Blanca que recibió el doloroso cachetazo de un temporal nunca antes visto por aquí. Y que sumergió en duelo a su comunidad con las 13 vidas que esa noche de sábado se perdieron puertas adentro del Club Bahiense del Norte, donde los preparativos de una exhibición de alumnas de patín artístico ante familiares y amigos se truncó por el derrumbe sobre una tribuna de la pared superior de una de las cabeceras.
Menos de 100 metros había entre ese escenario que vio crecer como basquetbolista a Emanuel Ginóbili y el Hospital Municipal. Ni esa cercanía geográfica podía contribuir: la emergencia y el pedido de asistencia médica era imposible porque en toda la ciudad ya no había energía eléctrica ni redes de telefonía móvil.
La dimensión de este fenómeno arrasó no solo con árboles enormes, que desparramó como si fueran las hojas que caían de sus ramas en el inicio de cada otoño. También, con ese soplido cargado de furia, se llevó por delante techos de casas, antenas de edificios y paredes de construcciones, de las precarias y de las más sólidas. Y, por si fuera poco, esa conectividad digital que hoy está a la cabeza de servicios tan esenciales como un enchufe a 220 voltios, la ducha o líneas de telefonía fija, una especie casi en extinción por estos días.
Con la bravura de ráfagas con velocidad de tres cifras volaron por un largo rato todas las herramientas que la modernidad ofrece para sentirse cerca y a tiro de contacto. Esos momentos iniciales se vivieron a los gritos o a pura caminata, si es que se quería llegar hasta algo o alguien a distancia. ¿Auto? Complicado en ese laberinto infinito trazado con troncos sobre el pavimento.
Los hospitales más temprano, el microcentro recién casi 24 horas después de finalizado el temporal, mostraron las primeras luces tras ese apagón general que llegó casi en coincidencia con la tragedia del gimnasio de Salta 28. Avanzado el domingo las pantallas marcaban las últimas gotas o ya nada de carga.
Hora de cacería de locales con generadores, que se convierten en usinas comunitarias. Si hoy el teléfono celular viaja en cada mano como una extremidad más, por esas horas acompañó en la otra el cargador y su cable. Cuando no la zapatilla multiplicadora de enchufes. Se trata de alimentar baterías e intentar llamados.
Para el periodismo gráfico, tanto cronista como fotógrafa, bastante más complicado. La lenta reconexión de energía eléctrica y telefonía móvil obligaban a que ambas piezas coincidan en tiempo y lugar. Se corre hacia la terminal de ómnibus, donde a pesar de los destrozos suenan los motores de generadores portátiles que permiten que decenas de teléfonos revivan desde un mismo tomacorriente, del que sale una madeja de 20 o 30 cables y cargadores. Pero… “¡No hay señal!”. Así que a acelerar rumbo al microcentro, donde la red digital mostraba una mínima oportunidad de conexión.
Hasta que asoma la solidaridad bahiense, multiplicada hasta en lo más mínimo. Como abrir comercios en zonas con servicio eléctrico restablecido solo para que conocidos o ajenos absolutos puedan cargar sus teléfonos, útiles para comunicarse o, quizás aún más, como linternas para la madrugada.
Un local céntrico de venta de accesorios para celulares se improvisa como redacción de emergencia. Se escribe de parado, con la notebook sobre el mostrador, a la par de clientes que van por la estrella del día: cargador de teléfono para auto. “Cinco minutos y cierro”, dirá una, dos, 15 veces el dueño de Móvil Factory, que suma ventas impensadas y apagará las luces y bajará la persiana solo cuando texto y fotos ya están en destino, en manos de los editores.
Misión cumplida cuando es casi medianoche de domingo. La emergencia no dio margen a reservas previas y hay que buscar hotel. Pero se cuentan con dedos de una mano y están colmados los que funcionan porque el resto, como casi toda la ciudad, está sin luz ni agua. La ciudad tiene 20 manzanas iluminadas. El resto es la oscuridad más profunda. Una estación de servicio activa es un buen refugio y pasar la noche en el auto es tan fija como certeza de despertar contracturado y dolor de rodillas por piernas enrolladas. Lo visto y vivido en esta Bahía Blanca dolida, escrito y a pesar de todo ya publicado, no habilita quejas nimias.