Construyen una historia de amor después de que los dos fueron abusados en la infancia
En el Día Internacional para la Prevención del Abuso Infantil, Silvia Piceda y su pareja, Sebastián Cuattromo, cuentan cómo viven su lucha y cómo transitan juntos el dolor
Hablan de sobrevivientes. De militancia. De un objetivo colectivo que sobrepasa lo individual. De personas que arrasan: con uno, con su amor propio, con las palabras y sus significados. Hablan de lucha. Y de no negar, porque solo reconociendo la realidad se puede trabajar para transformarla.
Silvia Piceda es médica, tiene una hija y está en pareja hace 4 años con Sebastián Cuattromo. Los dos fueron abusados en su infancia. A los dos les robaron la inocencia.
Silvia fue abusada entre los 9 y los 11 años, o al menos eso recuerda. Según explicó a LA NACION, en estos casos, es muy común que los sobrevivientes de abuso sexual en la infancia no recuerden con exactitud cuándo fue, dónde o los detalles; lo que sí queda es un halo de vulnerabilidad que –de acuerdo a su experiencia- es algo que los abusadores intuyen y que la llevó a caer en estas relaciones de dolor muchas veces en su vida. Sufrió violencia por parte de su papá, fue abusada en la infancia por dos personas del círculo de este: un primo y un compañero de trabajo; y más adelante, se casó con un señor que descubrió –con el correr de los años- que también era un abusador de menores.
Por eso dicen ser “sobrevivientes” de una injusticia a la que el ex juez y especialista en esta problemática, Carlos Rozanski, describió como “el delito más impune de la tierra”. Es que este dolor lo padecen 1 de cada 5 niños y, según detallaron, en la Argentina y en occidente en general, tan solo el 10% de los casos llega al conocimiento del Poder Judicial y, dentro de ese universo, solo uno termina en juicio y condena: ese fue el caso de Sebastián.
Él sufrió abusos a los 12 años y sobrellevó ese dolor en silencio por 10 años más. Finalmente, tras luchar durante 12 años en el terreno judicial, logró llegar al juicio oral y público que determinó, más de 20 años después, la condena a 12 años de prisión de su abusador, el ex docente y hermano Marianista Fernando Picciochi al que conoció en el colegio donde estudiaba. Pero Sebastián es la excepción a la regla: según describieron, la mayoría de los abusadores quedan impunes.
De todos modos, ese esfuerzo tuvo un costo y él describió esa etapa como un momento de su vida atravesado por la soledad. “Estaba convencido de que estar tan comprometido con una causa de este tipo no me permitía asumir otro tipo de compromisos. Creo que ahí se me superponían dolores y heridas de mi propia historia de abuso nunca bien trabajadas, me faltaba mucho para afrontar todavía y para curar en ese sentido. Me sentía mejor preservado estando solo”, explicó Sebastián, que hoy con el correr del tiempo cree que fue muy duro consigo mismo no permitiéndose tener una relación hasta que conoció a Silvia.
Ella también habla de la soledad como uno de los elementos de su historia. “Yo digo que mi hija me rescató la infancia. Me disociaba de la emoción. Lo podía contar pero no podía traer el dolor de lo que significaba eso, la sensación de profunda soledad que arrastraba. Y ahora lo tengo, lo sé y eso es un arma, el conocer que tenés dolores y agujeros es una herramienta que te sirve en el presente; no en la negación”, describió Silvia, quien no corrió con la misma suerte desde el plano judicial y que, al contarle a sus papás de los abusos que sufría, padeció la angustia del silencio: “No se habló nunca más del tema, como si nunca hubiera pasado, y eso daña muchísimo. Esto hace que las víctimas carguen mucho de la culpa. Algo traumático que no tenés la posibilidad de hablarlo con nadie y estalla en uno”.
Silvia se describe como una mujer vulnerable y encuentra en esta cualidad el detonante que la llevó a vincularse con abusadores. Se crió en un hogar violento en el que sus abusos pasaron desapercibidos. Eso, más allá de dañar su relación con sus papás, la hizo perder amor propio porque, según los expertos, estas situaciones se dan con personas de la entera confianza del niño y eso despierta el sentimiento de culpa. "Son personas que vos valoras, siempre son figuras de importancia y el haber padecido este dolor influye después en las decisiones que tomás en la vida, como en mi caso el haberme casado con un abusador, con mi historia de infancia. No me parece casualidad que yo haya vivido y me haya enamorado de un tipo con una estructura básicamente psicopática que era capaz de tratar como objeto a todas las personas y abusar de niños”.
Ella se enteró que su ex marido, Dalmiro Suarez, era abusador en el 2009 cuando Romina, la hijastra de este ex preso político, la fue a visitar para contarle que había abusado de ella cuando tenía 11 años. Si bien ella nunca tuvo justicia porque cuando puso en palabras su sufrimiento el delito ya había prescripto, su testimonio fue el puntapié que despertó a Silvia: “Romina es la verdad como liberadora y ordenadora, fue lo que me significó a moverme para cuidar a mi hija”.
Pero en esa lucha Silvia tuvo que lidiar con vaivenes en la Justicia que ponían en peligro a su hija. El Juzgado de Familia de La Plata la obligaba a revincular a su hija con su progenitor, incluso con la denuncia de abuso hecha por Romina y el hecho de que el papá de Suarez había abusado de tres de sus nietas, lo que marcaba una patología. “Responsabilizo enteramente al Juzgado de Familia de La Plata de todo el desastre que nos vino atrás”, sentenció Silvia quien, al conocer la verdad y frente a la falta de respuestas favorables por parte del juzgado, se escapó de su casa junto a su hija a un terreno que había adquirido al lado del de Suarez con la convicción de que si bien ellos se habían separado, su hija merecía mantener la relación. Claro que en ese entonces no sabía que se trataba de un abusador.
Silvia incluso recibió una denuncia penal por impedimento de contacto: un contra-ataque resultado de los contactos de Suarez en el territorio judicial. El final en esta lucha de la revinculación se dio cuando la hija de Silvia tenía 14 años y dijo ante el juzgado que no quería verlo nunca más ni relacionarse con él. En ese momento, Romina las acompañó y le dijo a su abusador: “Todas las veces que jodas a la nena, voy a estar yo, te la vas a encontrar conmigo y decime a mí en la cara que no me abusaste”. Eso marcó el último intento de Suarez por retomar contacto.
“Los psicópatas pasan y arrasan con todo. Dejan desierto. Te roban hasta el significado de las palabras”, dice Silvia. Sin embargo, conoció a Sebastián, que vino a recomponer todo lo que Suarez había destruido. “El haber sido víctima o el haber tenido una vida de dolor no te quita la posibilidad de amar y ser amado. La militancia, el trabajar por otros, por una vida mejor, no era de él, era mío. Eso lo rescate; yo soy la militante el no sé lo que será, solo sé que es un abusador y tiene que estar preso”.
Hoy Silvia y Sebastián conducen una ONG que se llama Adultxs por los Derechos de la Infancia, que a través de encuentros de pares –en lo que comparten sus experiencias- y la visibilización de esta problemática social militan por construir una sociedad adulta que, en vez de dejar a los niños “librados al azar de la familia que les tocó”, contribuya a mejorar su realidad a partir de distintos signos y gestos de amor conscientes de que todos pueden ayudar a salvar la infancia.
En el Día Internacional para la Prevención del Abuso Infantil, que se celebra hoy, la organización se reúne en el Obelisco desde las 18 para dar a conocer aún más esta realidad y decirle “basta” a la impunidad y la injusticia con la que conviven estos sobrevivientes.