Conrado Nalé Roxlo. Sus días en Jujuy, el insomnio y la azarosa historia de amor
Al igual que su gran amigo Roberto Arlt, Conrado Nalé Roxlo llevaba una vida agitada y enemistada con el orden. Comía mal, tomaba litros de café, fumaba demasiado y, este dato es de importancia, padecía de insomnio. Además, tenía mal carácter. Era un hombre capaz de escribir textos de un humor genial, pero costaba mucho que su rostro esbozara una sonrisa.
En ese estado de desazón, los amigos lo convencieron, a comienzos de 1924, de que cambiara de aire y se enlistara en el grupo que el presidente Marcelo T. de Alvear enviaría a Jujuy para intervenir el gobierno provincial. Le pareció una buena idea, pero no tenía un contacto que le facilitara la gestión. Entonces, fue a ver a Natalio Botana en el diario Crítica. Fue una buena decisión de Nalé. Porque gracias al influyente empresario periodístico consiguió ser enviado a Jujuy. Y no sólo eso. Además, Botana lo nombró corresponsal del diario y ordenó que le pagaran quinientos pesos. Sorprendido, Nalé reaccionó: "Pero, si yo no he trabajado". La respuesta fue instantánea: "No se preocupe, que algún día trabajará en Crítica. Y entonces se lo descontaremos". En algo tenía razón: años más tarde, Nalé Roxlo terminaría escribiendo para Crítica. Sin embargo, nunca le descontaron aquel adelanto mágico.
Partió en tren a Jujuy con un cargo: secretario del jefe de Policía. Sin embargo, ni el jefe ni él se sintieron a gusto. Por lo tanto, renunció o fue despedido antes de empezar.
El interventor Carlos F. Gómez le tomó simpatía y se preocupó por conseguirle un trabajo. Esta vez, como secretario del juez Repetto. La falta de experiencia de Nalé sólo se comparaba con la del juez, que se había recibido hacía poco tiempo. Repetto necesitaba alguien que entendiera de procedimiento y Nalé volvió a quedar desempleado antes de empezar. No por mucho tiempo. El interventor Gómez tenía otra carta bajo la manga: lo nombró secretario municipal. Al intendente no le pareció tan buena idea y le dijo a Nalé:
—¡Pero el interventor y vos están locos! ¿Sabés lo que tiene que hacer un secretario municipal? Hay que estudiar y discutir contratos y obras con toda clase de empresas, manejadas por tipos vivísimos que en cuanto te descuidás, te roban, te engañan, te dan una mercadería por otra. No creo que sirvas para el cargo.
Conrado, 26 años, estuvo muy de acuerdo: "¡No, hombre, qué voy a servir! ¡No sirvo para nada! Ahora mismo me voy a la Casa de Gobierno, pido el pasaje y me vuelvo a Buenos Aires". Pero cuando trataba de explicar las razones de su rendición, el interventor se golpeó la frente y dijo: "¡Cómo diablos no se me ocurrió antes! Voy a nombrarlo secretario de la Legislatura". Y más adelante explicó: "La Legislatura está intervenida, se halla en receso, no funciona. Así que no hay nada que hacer, pero estoy seguro de que lo hará muy bien".
No se equivocaba Gómez. Poca gente iba a encontrar con tanta experiencia en hacer nada. Nalé Roxlo asumió el cargo. Tenía dos empleados: un jardinero y un ordenanza. Al primero lo instruyó para que cortara flores y así poder regalárselas a las simpáticas jujeñas. Mientras que el ordenanza se convirtió en un capacitado servidor de café.
Cuando llegó el carnaval, el equipo de interventores decidió importar la costumbre porteña de organizar un baile. Pero las señoritas de las principales familias faltaron a la cita. Las buenas costumbres en el norte del país no incluían la participación en este tipo de reuniones. ¿Qué ocurrió? Que mientras una orquesta amenizaba la velada con buena música, los caballeros deambulaban de aquí para allá, sin tener a quién invitar a la pista. Entonces a alguno se le ocurrió traer a las señoritas que trabajaban en los dos cabarets de la ciudad, el de Daniela y el de la Tosca.
Al día siguiente —de acuerdo con el relato de Nalé Roxlo en su libro Borrador de memorias— un diario opositor publicó, bajo el título de Crónica Social, los hechos de aquella noche. Según el recuerdo de Nalé, decía algo más o menos así:
"En la sala del teatro Verdi se realizó anoche el baile de gala decretado por la Intervención Federal, festejando sin dudas los atropellos que comete contra la ciudadanía. Entre otras parejas pudimos anotar las siguientes: el doctor Horacio H. Graci, distinguido juez del crimen con la no menos distinguida señorita Lulú, pupila de la casa de Daniela; el doctor Agustín Rodríguez Jurado con la Rosa de Fuego, encantadora pensionista de la Tosca; el joven y elegante abogado Mario Molina Pico con la grácil Gosuinda la flaca, procedente del mismo monasterio; el delicado poeta Conrado Nalé Roxlo, autor de "El Chilicote" [Nalé había publicado con mucho éxito "El grillo", bicho que en el norte es conocido como chilicote] y enviado especial de Crítica, vendido a la intervención, con la Pimpinela, del mismo ilustre origen que las damas mencionas anteriormente".
Algunos, como el flamante secretario de la inexistente legislatura, se rieron con el texto del diario opositor. Otros se enojaron. Lo que sí ocurrió es que el escándalo terminó quebrando la monotonía cotidiana, la misma que llevó al escritor a revisar los muebles de su despacho. Allí encontró una galera de felpa y un frac. Sin duda, eran del anterior secretario y los tenía a mano para estar presto en las ocasiones que el protocolo dictaba una ropa de gala. El poeta también encontró la oportunidad de usarlas. A la tarde, cuando las estudiantes de la Escuela Normal salían de clase, se paraba, engalanado, en la ventana y las saludaba con interesada cortesía.
Padecía de insomnio, como ya contamos, y la noche le sentaba mucho mejor que el día. Por ese motivo, era común verlo en la plaza principal de la patricia ciudad por la madrugada. Una de esas noches se produjo el milagro del amor. Conoció a Teresa de la Fuente, riojana de estirpe, quien pasaba una temporada en casa de una familia amiga. Se enamoraron sin remedio. Enloquecieron de amor. Cuando terminó la intervención a los tres meses, ya eran novios. Nalé regresó a Buenos Aires, pero dejó el corazón en Jujuy.
Tan entusiasmado estaba Roxlo, que visitó a Leopoldo Lugones en la Biblioteca Nacional de Maestros y le contó lo enamorado que estaba de Teresita (así la llamaba). Acto seguido, le escribió a su amada para narrarle su reunión con el gran poeta, le reclamó el retrato que ella le había prometido y le dedicó unos versos cuya estrofa final decía:
"Y después de un temor profundo,
igual que Dios al primer hombre,
el amor me reveló el nombre
de todas las cosas del mundo."
Las cartas se multiplicaban:
"Teresita mía: cada carta que te envío me deja el desencanto de no haber dicho en ella más que una parte muy pequeña de todo lo que siento por ti...".
"Acuérdate, querida, de nuestras primeras entrevistas en las noches deliciosas de la plaza; era un hablar y hablar quitándonos la palabra, con esa necesidad de confidencia que sienten los que nunca fueron felices, cuando encuentran un alma gemela de la suya...".
El poeta fue tentado con un viaje a París, pero optó por Jujuy. Regresó en septiembre cerca de Teresita. De este viaje quedó el recuerdo de la noche en la que no podía conciliar el sueño y tomó una, dos, tres pastillas para dormir, diez, doce horas. Durmió 56 corridas y hubieran sido más, si no fuera por el doctor Napoleón Álvarez Soto, quien lo reanimó con un par de inyecciones. Una vez de pie, y más despierto que un dos de oro, fue a buscar a su amada. "Pero a las dos horas comencé a sentir un sueño que en vano trataba de disimular, un sueño creciente, irresistible. Los ojos se me cerraban, el cerebro se me llenaba de una profunda oscuridad. Me despedí y traté de llegar al hotel. Al pasar frente al teatro —vacío y oscuro— sus gradas se me ofrecieron como un puerto de salvación". Esa noche, Nalé durmió en el teatro donde había bailado con la Pimpinela.
El gran acontecimiento de la estadía en Jujuy fue la llegada de Leopoldo Lugones y su compañera de siempre, Juanita González. El célebre escritor regresaba de Lima, donde había dado el discurso que anunciaba el fin de las democracias y que fue popularizado con el título: "La hora de la espada". El encuentro de los poetas fue con gran alegría. Pasaron varias jornadas juntos.
Conrado y Teresa consolidaban la relación. La novia debía regresar a La Rioja y Nalé tomó el tren para volver a su casa, pero el encuentro con amigotes en Córdoba lo detuvo varias semanas. El interés por pisar Buenos Aires recién reapareció al enterarse de que la provincia de La Rioja sería intervenida.
Logró un nombramiento y se fue a La Rioja. Una vez más, la intervención llegó a su fin y era el tiempo de volver. Pero esta vez no lo hizo solo. Teresa, su flamante esposa, lo acompañó. Para siempre.
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