La magnifica edificación con el techo en forma de volcán ubicada en la Costanera Sur se encuentra abandonada hace años, pero un proyecto integral de recuperación del predio promete reconvertirla como en sus tiempos de esplendor
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A fines de la década del ‘60 y comienzos del ‘70, la Confitería Neptuno, construida en la Ciudad Deportiva de Boca Juniors, en terreno ganado al río sobre la Costanera Sur, era un punto de encuentro insoslayable de los porteños. Su estructura redondeada de hormigón armado y su techo rojizo con forma de volcán le daban al sitio una fisonomía única. Y las instalaciones del lugar, distribuídas en varios niveles, incluían un restaurante, una confitería, una boîte, una pileta de natación y hasta un bar con unos ventanales desde los que era posible ver a la gente que nadaba en la piscina.
En la actualidad, tras años de abandono, el deterioro que provoca en paso del tiempo hizo de las suyas en esa confitería ayer pujante. Las maderas que formaban parte del techo están dañadas al igual que su recubrimiento rojizo, lo que produjo la formación de huecos en lo alto por donde se mete el cielo del sur porteño. Y la vegetación de la costanera invadió los ambientes con su impetuoso verde. Sin embargo, no todo está perdido. La estructura de hormigón del lugar se mantiene prácticamente intacta y hay un proyecto en proceso para reconvertir la Neptuno y volver a ponerla en valor como parte de un plan integral del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para recuperar el inmenso predio de la ex Ciudad Deportiva.
El paquete de restauración también incluye una verdadera joya que coronaba la confitería: un vitreaux o vitral diseñado nada menos que por el artista Benito Quinquela Martín, que se encontraba, y todavía se encuentra, en lo más alto del techo con morfología volcánica.
La Ciudad Deportiva de Boca
Antes de ingresar en la historia, el presente y el futuro de la magnífica Confitería Neptuno es necesario poner en contexto su creación, que es inseparable de lo que que fuera la llamada Ciudad Deportiva de la Boca. Un proyecto, a su vez, inescindible de su ideólogo, el dos veces presidente del club de la ribera, Alberto José Armando. Este mandatario xeneize, cuyo segundo período al frente del club se extendió entre 1960 y 1980, quiso expandir la infraestructura de su institución deportiva y para ello pensó nada menos que en ganarle lugar al río de la Plata.
Mediante una ley del Congreso Nacional del año 1964, se le cedieron a Boca Juniors unas 40 hectáreas de río, exactamente en un área que estaba demarcada por una hipótetica extensión de la calle Humberto I, la Avenida Costanera y la línea de la ribera. Ahora, le tocaba al club rellenar ese espacio acuático, y construir allí instalaciones que cumplieran con funciones deportivas, culturales, sociales y educativas. La idea primordal de Armando y la dirigencia boquense era levantar allí también un nuevo estadio para el club auriazul, que pudiera albergar unos 100.000 espectadores.
Dos años después de iniciados los trabajos sobre el río, ya se habían montado unas seis islas que estaban unidas por puentes curvos. Sobre ellas, entre otras cosas, se construyeron un anfiteatro para 2000 personas, un autocine, un parque de diversiones, un acuario, pistas de patinaje, canchas de fútbol, tenis, básquet, piletas de natación y quinchos con parrillas para los visitantes de la Ciudad Deportiva, que podían ser hinchas de Boca o no. El estadio también se comenzó a construir, se instalaron más de 10 mil pilotes y se erigió una tribuna para 2000 espectadores, pero el proyecto pronto fue abandonado.
Entre esa serie de construcciones, todas realizadas por la firma COVEZA de los arquitectos Carlos Costa, Helena Lindquist y Atilio Vega, se incluyó el edificio de la Confitería Neptuno, llamado también Edificio Social. Cerca de allí se montó la gran fuente de aguas danzantes, que era un simbolo de la Ciudad Deportiva y que todavía es posible ver en el lugar, rodeada de un frondoso matorral.
Las vicisitudes y altibajos de la economía argentina - sobretodo ‘bajos’- hicieron que Boca no solo no pudiera construir el estadio sino que tampoco pudiera mantener las instalaciones ya creadas. Para fines de los ‘70, el lugar estaba abandonado y el predio, luego de varias idas y vueltas legales, fue vendido por Boca en el año 1992 a la empresa Santa María del Plata. Entonces, se rellenaron los espacios entre las islas y otras partes del terreno, con lo que el lugar pasó a tener una superficie de tierra firme mucho mayor que el proyecto original. Dos años más tarde, la empresa IRSA adquirió ese predio.
La recuperación de la Costa Urbana
En marzo de este año se realizó un convenio urbanístico entre esta compañía y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires mediante el cuál la firma de bienes raíces va a poder construir edificios frente al río a cambio de la entrega al dominio público de un gran porcentaje de las hectáreas adquiridas.
“Actualmente el predio tiene unas 70 hectáreas, de las cuáles 50 hectáreas son de espacio público”, explica a LA NACION Martín Ludovico, lider del Proyecto Costa Urbana de la Secretaria de Desarrollo Urbano de CABA, que anticipa que pronto se habilitarán las primeras tres hectáreas de lo que hoy se llama Costa Urbana para que puedan ser visitadas. “Pusimos en valor un sector para que la gente pueda acceder a un espacio nuevo con vista al río”, aclara el funcionario.
Así, antes de que pase este verano, los porteños podrán visitar una parte de lo que fuera la Ciudad Deportiva. Un sector que coincide, casualmente, con el primer tablestacado de hormigón con que se iniciaron las obras del relleno del río en tiempos de Alberto J. Armando. Un recorrido que LA NACION tuvo la oportunidad de realizar y que se introduce en un remanso natural con paisajes que recuerdan los esteros o bañados del litoral. Hasta apareció un chajá, parado con indiferencia ante la presencia humana sobre la alfombra verde que forman las plantas acuáticas en la superficie del río.
Con relación a la Confitería Neptuno, Ludovico cuenta que también va a “reconvertirse”. Es que ese icónico lugar que, aun con su deterioro, sobrevivió a la debacle de la Ciudad Deportiva, se encuentra dentro del proyecto de recuperación de la Costa Urbana para volver a poner en valor toda esa zona de Costanera Sur. Los encargados de llevar adelante este plan de reconversión, son los estudios West 8 y Palo Arquitectura, que ganaron un concurso a nivel nacional para llevar a cabo esta recuperación del patrimonio porteño.
“La gente de esos estudios están haciendo una propuesta muy interesante de reaprovechamiento de toda la estructura de la Confitería Neptuno para generar ahí un lugar de encuentro, un lugar de actividades múltiples, para realizar eventos culturales, deportivos, hacer un mercado, etc.”, dice a este medio Jorge Mandachain, gerente de Desarrollo de Proyectos de IRSA que, junto con Ludovico, son quienes acompañaron el recorrido por la antigua Ciudad Deportiva.
Adentro de la Confitería Neptuno
Aproximarse a lo que hoy queda de la Confitería Neptuno, o Edificio Social, es similar a encontrarse frente a un paisaje distópico. Se puede reconocer la fisonomía del lugar, en verdad enorme y las paredes están práctiamente intactas, pero también es ostensible el deterioro del lugar tras décadas de abandono. El ingreso a la confitería, por caso, se vislumbra igual a como era en 1968, el año de su fundación. Primero hay que subir unas escaleras y luego, la puerta de acceso está enmarcada en un vidrio, en cuya hoja superior se exhibe la palabra “Bienvenidos”.
“Venías por el puente curvo de acceso, parabas con el auto acá en la puerta, dejabas a la gente y seguías para allá, al estacionamiento”, describe Mandachain la llegada en automóvil al lugar en sus tiempos de esplendor. Por fortuna, el archivo permite recuperar esos momentos dorados de la confitería, y existen fotografías en las que se puede ver cómo, en efecto, la gente bajaba de sus vehículos e ingresaba al lugar por las escaleras hoy maltrechas a disfrutar de las comodidades de este espacio para el esparcimiento y el contacto social.
Una vez dentro de la construcción se puede percibir cómo estaban repartidos los espacios. “En esta hall de distribución tenés llegada a cinco niveles -describe el hombre de IRSA-. Subís y vas a la boîte. Medio nivel para arriba vas a un bar. Por allá se ven las regaderas de la pileta. Si vas para abajo tenés el bar con vidrios a la pileta y para el otro lado tenías un restaurante con una expansión que había con terraza”.
Al recorrer cada uno de esos espacios se adivina la magnificencia del lugar. En los distintos ambientes de la construcción de estilo futurista, que recuerda obras de los arquitectos Felix Candela u Oscar Nemeyer, se ven amplios ventanales y balcones interiores y exteriores. Unas escaleras todavía firmes conducen al piso superior en el que se encontraba un bar. Allí es posible, en 2023, encontrarse con el almohadillado intacto de una larga barra donde seguramente se sirvieron tragos y se compartieron charlas en las décadas del 60 y 70.
Mientras se sigue recorriendo el lugar no se terminan las sopresas. Una puerta que da a un espacio exterior en el que se encontraba -y está todavía- una profunda pileta de natación. Pero lo novedoso es que esta piscina, en una de sus paredes internas, contaba con unas tres ventanas de cristal templado. El caso es que, del otro lado de esas aperturas, en el interior de la Neptuno, había un bar en un subsuelo desde el que los parroquianos, mientras se tomaban un café o una Bidú Cola, podían observar, a través de los cristales, a la gente nadando.
En el piso superior, por unas escaleras metálicas anchas, se puede acceder a lo que, probablamente, fuera el ambiente estrella del lugar: la boîte del Neptuno. Como con los años la palabra boîte ha caído tan en desuso como la propia Ciudad Deportiva, vale aclarar para los más jóvenes que se trataba, según la RAE, de una “sala de fiestas o discoteca”, donde era posible consumir bebidas. Pese al paso de los años, este espacio, también rodeado de amplios ventanales y con vistas a los pisos inferiores, transmite la elegancia que tuvo en otros tiempos.
La confitería o Edificio social cuenta, entre todos sus niveles cubiertos más la pileta descubierta, con un total de 3500 metros cuadrados. Pero para culminar con la descripción del lugar es necesario señalar uno de sus máximos atractivos: el techo con forma de la cima de un volcán. Desde adentro de la confitería se puede ver lo notable de esa construcción. “Es una estructura de vigas de hierro doble T recubiertas con madera que sostenía un machimbrado que era el soporte para la membrana asfáltica que daba al exterior y que con el tiempo se resecó y se fue deteriorando, con lo que perjudicó también a la madera de abajo”, explica Mandachain, mientras se puede percibir que ese original techo se ha convertido, por efecto del dios Crono, en un poco armónico concierto de agujeros y roturas.
El vitreaux de la Neptuno: un tesoro en las alturas
Pero como la aventura visual dentro de la Confitería Neptuno parece no acabar nunca, en lo más alto de la cubierta volcánica del lugar hay un hermoso vitral circular. Como una manera de honrar al barrio de la Boca donde se originó el popular club homónimo, esta singular obra de arte fue encargada por el presidente boquense Armando a su amigo, el mítico artista plástico Benito Quinquela Martín. Además, el trabajo de este hombre virtuoso para las artes, que además era hincha del xeneize, fue realizado ad honorem, según informa a LA NACION Walter Caporicci Miraglia, responsable del archivo documental del Museo de Bellas Artes de La Boca de Artistas Argentinos “Benito Quinquela Martín”.
Así, el trabajo sobre el vidrio ubicado en el cenit del techo exhibe escenas de hombres bajando bultos de los barcos en el puerto -motivos repetidos en la obra de Quinquela- y dejan ver, en una camiseta y en una bandera, los colores azul y oro correspondientes a la escuadra xeneize.
El especialista en la vida y obra de este artista de la ribera añade otro dato: “En 1971 se realizó una cena en el lugar (la Neptuno), con motivo de la imposición del nombre de Quinquela al salón de la confitería con su vitral”. Existe una fotografía en el reservorio documental del mencionado museo donde se lo ve al artista que llenó de color la Boca en esa noche en la que fue merecidamente homenajeado.
Este tesoro vidriado de la confitería también entra en el proceso de restauración que llegará a todo el predio y sus reliquias. “La idea es que esa obra quede ahí donde está o también se puede bajar para exponerlo en el mismo lugar”, dice Ludovico, que insiste con una idea tranquilizadora: “La confitería no se demuele. Queda. Y se va a poner en valor”.
“La vamos a rescatar”, asegura por su parte Mandachain -IRSA tiene a su cargo las obras y el mantenimiento del lugar por unos 10 años- , mientras mira con detenimiento el interior de la Confitería. “Y va a quedar linda”, apostilla Ludovico.
En un momento de la estadía en el lugar que fuera punto de encuentro social en décadas pasadas, entre las chapas de uno de los techos de la confitería, asoma la cabeza un pequeño gato. Lejos de incomodarse ante los visitantes a ese sitio habitualmente desierto, el felino se queda mirando a los intrusos. Y se deja fotografiar. Él también quiere ser parte de esta historia de quienes buscan rescatar del olvido a la Confitería Neptuno, verdadera joya de un pasado porteño quizás un poco más feliz.
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